Entrevista a Pedro Simón"En España tratamos infinitamente peor a los jóvenes que a los viejos"
Jorge Otero Maldonado
Madrid--Actualizado a
"Yo en realidad no lo paso nada bien escribiendo. Para escribir tienes que hacerte daño", sostiene el periodista Pedro Simón (Madrid, 1971). Tan contundente afirmación sorprende por venir de quien viene: después de toda una vida escribiendo, media de ella en las páginas del diario El Mundo, Simón se ha forjado un prestigio como reportero y cronista de la vida cotidiana. Sus crónicas, esculpidas palabra a palabra, bucean en los meandros de una sociedad que él eviscera con una mirada alternativa y una querencia natural por lo que él denomina "la ejemplaridad de la gente rota".
Aunque duela, Simón siempre está buscando "materia prima para escribir algo", incluso más allá de la difusa frontera que separa el periodismo de la literatura. Acaba de publicar Los siguientes (Editorial Espasa), novela con la que cierra una trilogía sobre la familia —aunque sería más preciso decir sobre el día a día—, que arrancó en 2021 con Los ingratos, una crónica sentimental sobre la infancia y la España de los años 70, y siguió con Los incomprendidos, una mirada a la adolescencia y a su conflictiva relación con los padres.
Concluye ahora ese tríptico con una novela en la que aborda la vejez y el cuidado de un padre anciano por parte de unos hijos desorientados. Simón nos muestra un retrato lúcido, crudo y sin concesiones, a veces triste, aunque optimista, sobre la familia y el hecho de envejecer, una realidad de la que ninguno de nosotros puede escapar.
¿Por qué una novela sobre la vejez?
Los libros siempre salen de cosas que nos interpelan. Yo escribí Los incomprendidos, el libro anterior que habla de las relaciones de los padres con los hijos, porque me di cuenta de que en las conversaciones con mis amigos hablábamos muchos de nuestros hijos adolescentes. Lo que empieza a pasar de un tiempo a esta parte es que mis amigos y yo hemos dejado de hablar de nuestros hijos para hablar de nuestros padres. La figura del abuelo niño poco a poco va copando la conversación. Por eso he querido escribir una novela que hablase generacionalmente de muchos.
Arranca la novela con una imagen muy simbólica: la hija limpiando el culo a su padre. ¿Es una manera de decirnos desde el principio que hacerse viejo es una mierda?
Envejecer es una mierda, sí. Hay mucha literatura buenista con la vejez, el estereotipo del abuelito de Heidi y todo eso. Yo descreo un poco de eso: veo pocas cosas buenas en ese desaprendizaje que es el paso del tiempo. Por eso me apetecía empezar el libro con esa gran verdad que es la de una hija limpiándole el culo a su padre.
¿En la mierda también puede haber felicidad o es inevitable envejecer sin dignidad?
Puede haber felicidad en todas partes. Creo que no envejecemos tanto por los años que nos caen encima; envejecemos cuando dejamos que nos aplaste el dolor. Ves a un chico de 15 años que parece muy mayor y ves a un viejo de 90 que es una como una bombilla encendida en la oscuridad. Esa es la gente ejemplar; ese es el viejo al que yo querría parecerme.
"Llegar a viejo es hermoso, a pesar de todo", dice Antonio, el protagonista de 'Los siguientes'. Quizás el destino final, envejecer y morir, sea feo, pero el viaje merece la pena.
Claro que merece la pena. Las vidas de cada uno no se parecen mucho; lo que se parecen mucho son las muertes. Seguro que la mayoría moriremos por las cuatro o cinco enfermedades que todos tenemos en mente. Pasa como en los cuentos de Elige tu propia aventura, que ninguno de esos cuatro o cinco finales nos satisface y eso nos genera un poco de angustia y de ansiedad. Al final tus padres son un espóiler de lo que tú vas a ser. Son un espejo que cada vez se te va acercando más y más. Llega un momento en tu vida que es inevitable pensar: "Hostias, ¿dentro de 25 años lo llevaré como mi padre? ¿Tendré la paciencia de mi madre o seré un viejo horroroso al que nadie se quiera arrimar y que esté solo?". Esas son las cosas que cada vez nos van interpelando más con el paso de los años.
¿Qué nos da más miedo a medida que envejecemos, morir o la forma en que vamos a morir?
El miedo es un motor que mueve el mundo. El miedo provoca que hagamos muchas cosas que no queremos hacer. Pero hay otro motor muy poderoso que es el amor. En la novela hay una lucha entre el amor y el miedo, pero el motor de Antonio, el padre, está más ligado con el amor. Tiene que ser muy complicado tener altura de miras para encender la luz en mitad de la oscuridad y que los demás te vean bien aunque tú sepas que estás impostando una sonrisa. Es el último gran gesto de amor.
¿En España se muere bien?
En España se muere fatal. Para que tú puedas morir con cierta dignidad, con cierto confort, si es que se puede morir con confort, tienes que disponer de más de 2.000 euros al mes. Eso no sólo es un atraco, sino una injusticia. Además, tenemos un problema no resuelto con la eutanasia, desgraciadamente. Hay mucha gente que no quiere seguir sufriendo y eso lo tenemos mal gestionado. Querer morir y quitarte de en medio es una decisión tan personal que creo que lo estamos haciendo mal, sí.
Maruja Torres dijo el otro día que era partidaria del suicidio asistido, incluso sin enfermedad; que llegados a un cierto punto igual lo mejor es decir "hasta aquí". ¿Qué le parece la idea?
Maruja Torres habrá pagado impuestos toda su vida para poder elegir como quiere morir y resulta que el sistema no le da respuesta a eso. Ni a ella ni a muchas otras personas. Envejeces, entras en lo más feo de tu vida y no hay un tejido que hable de la muerte porque es como un tabú. Tampoco se habla del bien morir. Nadie parece tomar en cuenta tus decisiones. Es un asunto complejo.
¿Tratamos bien a los viejos en España?
En España tratamos infinitamente peor a los jóvenes que a la gente mayor. El sistema está bien abrochado para los mayores, con sus carencias y con sus cosas mejorables, por supuesto, pero hay pensiones que suben con el IPC, transporte y medicinas casi gratuitos, una buena ley de dependencia aunque esté aún por desarrollar por las comunidades autónomas, residencias públicas, etcétera. En cambio, a la gente joven le colocamos el cartel de sospechoso. Les precarizamos con sueldos de mierda, les ponemos un alquiler absolutamente impagable, les invitamos a irse del país aunque tengan una formación estupenda. España es un país más complicado para la gente joven que para la gente mayor y eso es una tara como país, es pegarse un tiro en el pie.
Sí, pero a veces ocurren casos como los 7.291 ancianos que murieron en las residencias públicas de Madrid por los protocolos de la vergüenza del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso.
Eso es un escándalo que habría que haber investigado mucho más a fondo y que tendría que tener sus responsables identificados. Se me pone la carne de gallina cada vez que Isabel Díaz Ayuso habla: me da muchísimo miedo.
¿Somos demasiado paternalistas con nuestros mayores?
Yo creo que tratamos a los mayores con un paternalismo bienintencionado pero doloroso. A mi eso me fastidia mucho. Tiene que ser muy duro tener mal los oídos y ver que la gente frunce el ceño, o ver que los demás se ponen nerviosos porque a ti te cuesta salir del coche por culpa de tu cadera dolorida. Por eso creo que hay que tratar a nuestros mayores como a nosotros nos gustaría que nos trataran.
¿Nos sentimos culpables los hijos por no estar a la altura de nuestros padres cuando envejecen?
A los que nacimos en los años 70 nos educaron con la culpa y eso nos ha fastidiado la vida cuando como padres hemos tenido que educar a nuestros hijos. Siempre hemos sentido culpa con el cuidado de los hijos, por si los castigamos o los premiamos en exceso; pero también sentimos culpa con el cuidado de nuestros padres. El cuidado de los padres ancianos es de las pocas cosas en la vida que por mucho que hagas siempre te genera culpa y frustración; siempre te deja la sensación de que podrías haber hecho mucho más, aunque hayas hecho todo lo posible. Esto es muy injusto, porque la realidad es una y la cabeza en estos casos funciona de otro modo.
En relación a la culpa, en la novela usted describe una llamativa paradoja: las mujeres son las que más se preocupan por sus mayores, pero también son las que más culpables se sienten.
De los tres hijos de Antonio en la novela, Carmen es la pequeña, Darío es el mediano y Gabriel es el mayor. Carmen hace una reflexión: ella dice que tiene todas las papeletas —en concreto tres— para terminar ocupándose de su padre más que sus hermanos: la primera es que ella trabaja de auxiliar de enfermería en una residencia de mayores; la segunda es que vive cerca de casa de sus padres y la tercera, y quizás la más importante, es que ella es mujer. Claro, nos creemos muy modernos, pero en España todavía nueve de cada diez personas que cuidan a los ancianos dentro de la familia son mujeres. Afortunadamente, ya no ocurre lo de antes, cuando generaciones enteras de mujeres eran sacrificadas en las familias para cuidar de los padres ancianos mientras los demás hijos, sobre todo si eran hombres, hacían su vida. Eso me parece devastador. Eran relaciones de semiesclavitud. Ahora todo es más sano, pero lo de las mujeres en relación a los cuidados de los ancianos nos lo tenemos que hacer mirar como país.
"Yo siempre me quise morir antes de que mis hijos lo desearan", dice el anciano de la novela. A muchos les han sobrado años de vida de sus padres. ¿Desear la muerte de nuestros padres cuando ya están muy deteriorados nos hace peores hijos?
Los tres hijos en la novela a veces se sienten absolutamente saturados y lo dicen en su fuero interno. Creen que lo de su padre se les está haciendo largo y lo reconocen, pero no por eso dejan de quererlo. A mi si me preguntan de qué habla el libro, digo que habla del amor incondicional; habla de la familia como lugar de segundas oportunidades; habla de la familia como un espacio de redención y como un lugar que a medida que pasa el tiempo se convierte en ese puerto refugio al que por muy mal que te vayan las cosas siempre puedes volver porque sabes que allí no te van a juzgar, que te van a dar calor. En la familia siempre somos niños; somos niños hasta que se mueren nuestros padres.
¿El amor de los hijos hacia los padres es comparable al de los padres a los hijos?
Está claro que no es lo mismo. Lo que sí que creo es que hay un momento en que empiezas a cuidar a tus padres y te acercas a ellos porque en tu subconsciente estás invirtiendo en el cuidado que tú querrás tener en el futuro. O sea, ves a tus padres y te estás cuidando a ti, te estás anticipando a tu cuidado. La vejez de tus padres es un momento que vuelves más a ellos porque sabes que el siguiente eres tú. Esto es el paso del tiempo, ni más ni menos. El paso del tiempo es como un dentista que te arranca una muela, pero en este caso te va arrancando tu salud. Estás en la sala de espera y sale ese dentista preguntando: "¿Quién es el siguiente?"
¿Qué clase de viejo le gustaría ser?
Me gustaría ser como mis padres. Son gente feliz, unos octogenarios poco demandantes, austeros y bastante independientes. Son esta cosa que Darío, uno de los hijos de Antonio, llama en el libro la generación PNM, la generación Por No Molestar. Y a mi me gustaría molestar lo menos posible a mis hijos cuando sea mayor.
¿Los siguientes, esa generación que viene detrás, será también una generación PNM o será más demandante con sus hijos?
No lo sé, pero sí creo que con el paso del tiempo vas intentando ser como tus padres. Esa ejemplaridad nos ayuda a a reconocernos y a tener una identidad.
El final, pese a la muerte de Antonio está lleno de esperanza: es un final optimista.
Me gustan que los libros y los reportajes acaben bien, que los lectores se vayan con algo de luz. La novela habla de un tema duro, el paso del tiempo que nos alcanzará a todos, pero está cosida por el amor, por la redención y por las segundas oportunidades, como dije antes. Y sí, es una novela que habla de la esperanza, pero también de otras cosas: de la familia como un anclaje sólido, de la necesidad de mostrar los afectos, de la heroicidad del callar y de cómo a veces uno, sabiendo que calla algo, aunque implosione por dentro, lo que está haciendo de algún modo es anudar, sostener y unir. En todas las familias siempre encontramos personas así: secundarios que siempre están tendiendo pactos bajo cuerda, que intentan cerrar heridas. Esos son los personajes que me interesan.
¿Ese interés por los personajes secundarios también lo aplica al periodismo?
A mí siempre me ha interesado la ejemplaridad de la gente rota. Hay una frase de un poeta llamado Jesús Montiel que a mí me gusta mucho y que dice más o menos así: "Me pasé toda la vida detrás de gente que parecía interesante y con el paso del tiempo me di cuenta de que la verdaderamente interesante es la que no lo parece".
Su novela es casi una crónica periodística de la vida cotidiana.
Escribir una novela y hacer un reportaje van de lo mismo: se trata de llevar a los lectores de viaje. Me gustan las novelas que te dicen que no estás solo, que no eres tan raro, que también a otros les pasa lo mismo que a ti. Todos tenemos un lado de la cama y todos tenemos un dolor que de vez en cuando vuelve para quitarnos el sueño, eso nos hace profundamente humanos. Los libros que a mi me interesan son los que cuentan historias cotidianas, las cosas extraordinarias que encuentras en lo ordinario. Cuando hay una vida siempre hay una historia que contar. Donde hay un dolor, siempre puede haber un reportaje o un libro. La familia de mi novela podría ser cualquier familia.
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