Este artículo se publicó hace 15 años.
"El espacio del arte tiene las mismas leyes de despilfarro que el fútbol"
Félix de Azúa presenta la reedición de Contra el Guernica, una lúcida crítica de Antonio Saura contra el oportunismo político
Público: ¿Por qué es actual Contra el Guernica y en qué malas prácticas vemos la urgencia de esta reedición?
Félix de Azúa: El libelo de Saura es uno de los primeros gritos de indignación por la utilización espectacular del arte en beneficio de la casta política. En aquel momento era una novedad en España que un grupo político se adueñara de una obra como el Guernica. En la actualidad es ya lo más común, lo cual no quiere decir que no siga siendo un fraude.
P.: Si el Guernica puede verse como una alegoría del exhibicionismo del establishment, ¿podríamos decir que la escultura perdida de Richard Serra es el anti-Guernica?
F. A.: Que un museo pierda una pieza de ese tamaño sólo da alguna idea sobre el despilfarro de espacio que supone. Un museo decente cabe en un piso de doscientos metros. Lo demás es maquinaria funcionarial.
P.: Haciendo una arqueología al modo de Saura, ¿a qué otros Guernicas hemos asistido durante los últimos años?
F. A.: En realidad la casi totalidad del arte actual es arte oficial y está subvencionado con dinero público o dinero bancario, que viene a ser lo mismo. Es una situación cómoda para el artista pues sólo tiene que seguir las directrices ideológicas del grupo en el poder. Así que el nuestro es un arte dedicado a la bondad, la caridad, la solidaridad, la humanidad, el diálogo y demás placebos ideológicos que ocultan la terrorífica explotación y el crimen organizado que son los dueños del país.
P.: En el prefacio al texto de Saura, usted compara el Guernica con las estampas del Che. ¿Si la reproducción masiva de una imagen vacía su significado, hacia qué imaginario caminamos?
F. A.: El imaginario presente es exclusivamente el que cabe en la pantalla. Todo lo demás está recluido en pequeños espacios individuales, a la manera de los cubículos en los monasterios medievales. Allí estuvo la parte más interesante de la cultura durante mil años, y allí puede que deba permanecer otros mil años.
P.: Hace unos días el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, cuestionaba la viabilidad de la gestión pública del arte. ¿Usted qué piensa?
F. A.: A pesar de que soy amigo de Borja-Villel y respeto su trabajo, que conozco bien desde su etapa barcelonesa, creo que los grandes museos no tienen alternativa. Pueden mercantilizarse con mayor o peor fortuna, pero es imposible que lleven a cabo una labor importante en el terreno del arte como no sea el de la mera información. Es como suponer que el Ministerio de cultura puede hacer algo por la cultura. Lo máximo que puede hacer es no molestar, pero es difícil que lo admitan.
P.: Por el silencio de algunos artistas y su discurso políticamente correcto da la impresión de que todo vale. ¿Por qué ya nadie se escandaliza?
F. A.: Por supuesto que todo vale. No va a ser el arte un ámbito privilegiado donde se conserven valores que sólo pueden conservarse por vía individual. El espacio del arte tiene exactamente las mismas leyes de desgobierno, corrupción, fracaso y despilfarro que el fútbol o los presupuestos agrícolas. Y nadie se escandaliza porque a nadie le importa.
P.: ¿Está de acuerdo con que el Código de las Buenas Prácticas no sea una norma vinculante?
F. A.: Eso de “buenas prácticas” me parece perfectamente ingenuo. Vivimos en un país semisalvaje, de modo que ya es mucho si se evita la antropofagia.
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