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Actualizado:Albert Sánchez Piñol sigue al pie de la letra un principio básico de la narrativa, aquello de "no me lo cuentes, muéstramelo". Veinte años después de publicar La piel fría y de haber seducido a miles de lectores, el autor acaba de publicar El monstruo de Santa Helena (Alfaguara en castellano y La Campana en catalán), una novela que también ocurre en una isla y donde la aparición de un monstruo lo cambia todo, pero que no tiene nada que ver con la historia de esas ranas gigantes. En esta ocasión lo que empujó al escritor a escribir esta novela fue encontrar la respuesta a la siguiente pregunta que es la primera frase del libro: "¿Qué sucedería si reuníamos en una misma habitación al Amor, la Cultura y el Poder?".
"Lo que me enganchó fue imaginar un encuentro imaginario pero posible entre Chautebriand, la marquesa de Custine y [Napoleón] Bonaparte en Santa Helena. Y me atrajo la tensión narrativa de ver a estos tres juntos. Obviamente no es una novela histórica, aunque yo estoy documentado sobre los personajes y sus caracteres y todo esto, pero esta reunión habría sido factible y me interesaba imaginar qué pasaría si reunieras estos arquetipos", explica Sánchez Piñol, antropólogo de formación.
Por Napoleón Bonaparte el autor no arrastraba ninguna fascinación especial, aunque cree que es un personaje muy poliédrico: "Creo que en su vida hay unas cuantas tragedias memorables. Era un carnicero y un traidor al principio de la revolución, y es tan poliédrico que yo escogí un Bonaparte premeditadamente. En narrativa hay un principio básico: no me lo cuentes, muéstramelo, y sabes quién es Bonaparte en esa habitación de billar. ¿Pero qué quieres que pase si pones en una misma habitación al amor, el poder y la cultura? Pues que el poder echa a la cultura y viola al amor", sentencia el autor.
"¿Pero qué quieres que pase si pones en una misma habitación al amor, el poder y la cultura?", se pregunta Albert Sánchez Piñol
A lo largo de la novela, la cultura y el mundo intelectual no salen demasiado bien parados, pero Sánchez Piñol, cuando se le hace esta observación, ríe y asegura que hay muchas preguntas que no piensa responder porque cree que deben hacerlo los lectores. Lo que leemos es el dietario de Delphine Sabran, la marquesa de Cusine, y su voz arrastra al lector hasta la última página. No se trata de desvelar cómo evoluciona esta novela, pero una vez logra reunir a los tres personajes en la misma habitación, el autor ya ha servido lo que parecía la trama principal, pero entra en escena el Bigcripi, el monstruo que lo cambia todo.
"El factor que eleva la presión del relato es la aparición del Bigcripi. Hasta ese momento, Napoleón era un prisionero de 3.000 soldados, es un hecho histórico; pero hago como Perucho, que flirteo un poco con la fantasía y la realidad histórica. El hecho es que tienen encerrado el monstruo que ha violado Europa, desde Moscú hasta Cádiz, y si yo explico que este tipo ha hecho una guerra por toda Europa esto es una abstracción, pero si la viola a ella es un hecho, y pones a los personajes en un dilema insuperable. Y aquí es cuando aparece el Bigcripi. La gran metáfora, el tema del libro es la reacción, la contrarrevolución, cómo en nuestra historia, en nuestra vida, aparecen constantemente bigcripis, y cómo su aparición lo transfigura todo. Sin el monstruo, todo quedaría en un debate retórico y amoroso", expone Albert Sánchez Piñol.
Daño colateral de la guerra de Putin
La aparición del monstruo cambia las reglas del juego, y al leer el libro es inevitable pensar en Putin y en su guerra contra Ucrania. "Cuando yo escribía este libro no había ningún bigcripi presente, pero pensé: Quizás cuando lo publique aparece uno. Y un mes antes de publicarlo, la guerra. Putin es un dictador, pero sin la guerra no habría prohibido la revista donde publico cuentos en Rusia. Una revista donde me pedían cuentos y la han cerrado. Y no era una revista de la oposición, era una revista plural, literaria, para todos los gustos. El bigcripi da miedo y ya no tanto por sí mismo, sino por cómo reordena la sociedad. Es esto lo que me interesaba. El bigcripi es una bestia que va allí y pone huevos, como las tortugas en las playas. El problema no es el monstruo, el problema es como nos obliga a reconsiderar todo nuestro marco del orden", desarrolla el escritor.
Y así, en esta isla de Santa Helena, gris y sombría, el monstruo y sus huevos, Sánchez Piñol planta en medio Longwood, la casa donde estuvo encarcelado Bonaparte y que es el epicentro de la novela. Pero de Longwood Sánchez Piñol hace una versión de casa victoriana llena de ratas y rodeada del mal, llena de fantasmas vivientes. Un espacio fantasmagórico en el que la marquesa Custine vive los agravios de ser mujer. Y es que a pesar de ser marquesa se topa con el paternalismo, la exclusión y el abuso.
"Las mujeres tienen una presión añadida que no debe ser fácil de llevar. Y me parece justo que sea ella la que lleva el dietario y que escuchemos su voz, porque es la más lúcida". Pero Custine no es la única mujer agraviada; también está Umbè, una examante de Bonaparte que vive en la isla medio abandonada y en la miseria, un personaje que también ha servido al autor para enseñar cómo acaba después pasar por las manos del poder.
Escribiendo El monstruo de Santa Helena, Albert Sánchez Piñol se lo ha pasado bien. Con otros libros tiene momentos oscuros, pero con esta historia que la empezó como un cuento breve ha disfrutado
Escribiendo El monstruo de Santa Helena, Albert Sánchez Piñol se lo ha pasado bien. Con otros libros tiene momentos oscuros, pero con esta historia que la empezó como un cuento breve (dice que está escribiendo unos cuentos de mar y de miedo) ha disfrutado. El cuento se le fue ensanchando y se convirtió en una novela donde "la belleza mata al poder utilizando su vanidad". A Sánchez Piñol le gustan las metáforas, y el final de esta novela es metafórico, quizás porque escribió el libro durante el confinamiento más estricto. Respecto a la pandemia, asegura que "lo he pasado mal y lo estamos pasando mal, porque esto es una pandemia detrás de otra, es una suma de bigcripis, uno se muerde la cola del otro".
"Nada puede ser gratis en el capitalismo"
Él, a pesar de que no se puede quejar, no vive de sus libros y repite lo de que vivir de la ficción es complicado (de cada libro el autor sólo recibe el 20% de venta al público y se debe descontar impuestos y comisiones). "Yo intento ayudar a la gente que comienza, y cuando pido que nos paguen el canon de bibliotecas me sorprende que se me echen encima", afirma. "Es como una barra de bar donde quien paga las copas es el camarero. La cultura no puede ser gratuita, nada puede ser gratis en el capitalismo. Este tema lo doy por perdido porque es inútil. La cultura es un producto de consumo; lo que yo produzco, el gobierno lo regala. Pero renuncio a hablar del tema porque entonces soy el malo de la película".
A pesar de los horrores que se imagina y escribe, Albert Sánchez Piñol asegura que se baña tranquilo en el mar, aunque no va demasiado a menudo. "El mar es un mundo inquietante, paradójicamente lo más inquietante es su vacío que necesitamos llenar con fantasías. Ahora bien, tengo un amigo que vio al Tiburón de Spielberg a los 13 años y no se ha vuelto a bañar en el mar", explica con una sonrisa socarrona.
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