Este artículo se publicó hace 17 años.
El discreto arquitecto que alteró la calle
Rafael Moneo ha cambiado todo el Paseo del Prado en poco más de 20 años
Él ha puesto la técnica y la matemática al nuevo museo del Prado. Y no ha sido fácil. En diciembre de 1994 la ministra de Cultura Carmen Alborch hizo públicas las bases del concurso y se presentaron 1.600 estudios.
El premio quedó desierto. Dieron una segunda oportunidad a Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937): su idea pasó de la ostentación a la discreción en semanas. De la conexión aérea entre los dos edificios pasó a una unión subterránea.
En 2001 se adjudicaron las obras, con un presupuesto de 42,6 millones de euros y empezaron los problemas. El cubo en el que convirtió el claustro de los Jerónimos paralizó la obra de ampliación.
Muchas polémicas y recursos más tarde, el Tribunal Supremo dio luz verde a los trabajos y Moneo respiró. Y el Prado, porque ha ganado 16.500 metros cuadrados para exposiciones temporales, peines de archivo de las piezas y cámaras de restauración, entre otras cosas.
Los que han vivido esta obra magna cerca del arquitecto aseguran que los años se le han echado encima. Que se ha dejado media vida en el proyecto. A nadie extraña que, además de la pericia técnica, todo arquitecto de corte debe estar listo en el toreo de las prisas por inaugurar de los políticos (en este caso, de dos gobiernos distintos).
De hecho, es la culminación de quien ha pintado una nueva cara (en poco más de veinte años) al Paseo del Prado. Ahí está como en casa: primero la estación de Atocha, luego la transformación del Palacio de Vistahermosa para acoger el Museo Thyssen Bornemisza, más tarde la ampliación del Banco de España y, por último, la culminación de su carrera, la ampliación del Museo del Prado.
La Historia, materia prima
La arquitectura que defiende Moneo no es la de la asombro del edificio, ni crea a partir de la premisa de lo perecedero. Suele decirse de su trabajo que utiliza la Historia como material de construcción, al referirse a su estilo sobrio nórdico, lejos del expresionismo europeo. Es una arquitectura humilde, leve y susurrante. Como la dispuesta en el Prado.
Ha conseguido no agregar edificios, ni hacer desaparecer al edificio Villanueva con su ampliación. Se resistió a montar un fraude rompedor. Es así por fuera y por dentro. El interior de las salas de las exposiciones temporales ha sido neutralizado, para permitir diferentes montajes: “En ellas tiene más valor la altura que la forma”, ha reconocido el propio arquitecto.
Maestro de arquitectos como Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla (con premio por su edificio del MUSAC), tiene la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1992), el Premio Pritzker de 1996, la Medalla de Oro de la Academia de Arquitectos de Francia, Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea por el edificio Kursaal en 2001, y la Medalla de Oro de la Arquitectura (2006), entre tantos otros galardones. Rafael Moneo ya puede echarse a descansar... si Zugaza le deja.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.