Entrevista a Diego Anido"No todos los que se van a vivir al campo son unos buenos samaritanos"
Madrid--Actualizado a
Diego Anido (Santiago de Compostela, 1976), nominado al Goya al mejor actor de reparto por su papel de Loren Anta en As bestas (Rodrigo Sorogoyen), protagoniza las obras El dios del pop y El alemán en el Teatro del Barrio de Madrid.
El gran público lo ha conocido gracias a As bestas, pero usted ya estaba bien curtido en el terreno de la experimentación teatral y la performance.
Es lo normal en una persona de 46 años, excepto que sean actores naturales, como sucede con los de Carla Simón en Alcarràs, por ejemplo. De hecho, he sido muy prolífico, porque llevo veinte años currando con diferentes compañías. Vengo del teatro, pero pronto empecé a desviarme de los caminos clásicos y estándar. En Barcelona lo mezclé con el vídeo, la performance y la danza, al tiempo que estudiaba cómo se articulan esos lenguajes. Al estar siempre muy en contacto con la interpretación más pura, basada en un texto, me ha resultado bastante fácil hacer cine a un nivel exigente.
Y venía de actuar en dos películas de Alfonso Zarauza, Ons y Malencolía, también ambientadas en dos parajes remotos: una isla atlántica y una aldea gallega.
Ha sido una coincidencia. Malencolía tiene muchísimos puntos en común con As bestas, con la que también guarda cierto parecido Jacinto, de Javi Camino: dos personas se van a vivir a una aldea, tienen problemas con los vecinos y se comete un crimen. Más o menos, yo hago el mismo personaje en ambas.
En ese sentido, sin entrar en comparación con Luis Zahera, ¿tiene miedo de que lo encasillen?
No me importaría nada que me pasase lo que le ha ocurrido a Luis Zahera, un actor que trabaja con rigor tanto en el cine como en las series. No ha sufrido un encasillamiento exclusivo ni restrictivo, porque sus capacidades interpretativas son notables. Puede pasar de un personaje extremo en el cine a cualquier otro en televisión, un formato que te permite trabajar durante más tiempo y financiar tu vida. Porque hay rodajes que, económicamente, no son boyantes… Esa cualidad la tienen él y dos más. Es un elegido, por lo que el ejemplo es bastante envidiable, aunque sé a qué te refieres. ¿Siento miedo a que me encasillen? Tendría que experimentarlo para poder responder.
En Barcelona, adonde se fue a vivir en 2004, se gestó El alemán, donde la fecha de caducidad de un yogur natural es la excusa para hablar de la muerte.
Si los gallegos podemos hablar de la muerte, no lo dejamos pasar. Y si podemos hacer humor sobre la muerte, tampoco hay ningún problema. Nos sale con naturalidad y quizás no seamos conscientes.
En Barcelona tuve mucha suerte, porque conecté con Àrea Tangent, donde hice piezas experimentales y empecé a escribir un texto sobre la fecha de caducidad de un yogur. No tenía aspiraciones como escritor, pero empecé a reflexionar sobre la gravedad de que haya un ser —porque para mí el yogur es un ser— que lleve la fecha de su muerte tatuada en su propio cuerpo. Me pareció tan terrible que pensé que era necesario hablar de ello.
¿Qué pasa si no ejecutamos esa muerte durante ese tiempo de espera en el que alguien está muerto y no está muerto a la vez? De esa autobroma filosófica empezaron a surgir temas muy interesantes. Y lo que más me escandalizaba era como nos remitimos a una fecha puesta por una empresa que fomenta el consumo, mientras eliminamos nuestras capacidades olfativas y gustativas que nos permiten comprobar si un alimento está en buen estado. En vez de probarlo, decimos: "¡Puaj!".
De la misma manera que usamos Google Maps para que nos guíe por una ruta que ya conocemos. ¿Es tan importante ganar un minuto? ¿Acaso no puede resultar interesante desviarse o perderse?
Claro. ¿Por qué delegamos funciones tan básicas y útiles de nuestro cuerpo en una empresa que incluso puede provocar que perdamos esas características necesarias?
¿Cree que el ser humano necesita a alguien que le mande y ordene?
Sí, hay que delegar. El progreso exige que deleguemos funciones que formaban parte de la supervivencia en el pasado y que tengamos menos opinión sobre lo que olemos o saboreamos, para que puedan vivir más personas en espacios reducidos. No seamos tan confiados ni se lo pongamos tan fácil.
La fecha de caducidad del yogur parece una broma, pero estamos hablando de algo muy serio: estamos delegando decisiones importantísimas a terceros, que a día de hoy son algoritmos, aunque cuando escribí el texto en 2004 todavía no se hablaba de ello.
Precisamente, antes le hablaba del miedo a ser encasillado en papeles oscuros, cerrados u hoscos porque usted también tiene una faceta humorística, como puede verse en El alemán o en Malencolía.
Hay creadores que tienen un carácter determinado y su obra parece la de otra persona. Y suele ser siempre en esta dirección: alguien que es majo, amable y con sentido del humor desarrolla trabajos serios y dramáticos. Le pasa a Rodrigo Sorogoyen y creo que a mí también, porque mi obra es oscura, cuando de trato soy agradable.
En El dios del pop hay apuntes autobiográficos.
En el colegio y en el instituto fui un claro ejemplo de fracaso escolar. No me lo tomaba en serio y eso me dio mucha libertad y osadía. Luego, mi formación teatral tampoco fue rígida, por lo que siempre he ido haciendo lo que he querido.
¿Cómo surgió la chispa de la interpretación?
De niño, la gente me prestaba mucha atención. A los cinco años no era un Truman Capote, ni tenía un discurso magnético, aunque atraía a quienes me rodeaban con lo que hacía o decía. Todavía hoy busco recuperar en el escenario esas sensaciones que tuve de pequeño, sobre todo una concreta, durante una clase. Es como si ardiera, pero sin consumirme. No pensaba que aquello fuera arte. Sin embargo, con los años empecé a ir a cursos de teatro y volvió a aparecer esa hoguera.
¿Qué pasó en aquella clase?
Yo tendría unos siete u ocho años y la profesora pidió que dos voluntarios interpretasen corporalmente la redacción de una compañera. La niña empezó a leer y mi cuerpo comenzó a funcionar solo, sin ningún tipo de traba. Mientras escenificaba cosas de manera concreta y abstracta, la profesora y los alumnos se volvieron tarumbas. El otro voluntario dejó de moverse para mirarme y hasta la compañera interrumpió su lectura.
Y usted siguió moviéndose...
Así estuve cinco minutos. También recuerdo cuando, en navidades, contaba chistes sin parar ante toda mi familia. Así entré en contacto con el relato. Pasados los años, siempre me han gustado los espectadores a los que hago sentirse vivos. Ahora me gustaría ver el efecto de mi trabajo ante un gran público.
En el cine, esa oportunidad le ha llegado con As bestas. Donde unos ven su arcadia ecológica, otros sienten desolación, abandono y olor a mierda.
Los hermanos Loren y Xan [interpretado por Luis Zahera] siguen teniendo la misma idea que los emigrantes de los años cuarenta, cincuenta o sesenta: salir de la aldea. Yo vivo en el campo, cerca de Santiago, y lo veo cada día.
En la película hay una polaridad muy grande. Por una parte, un matrimonio francés con formación, energía e ideas que viene de fuera para recuperar una aldea y para darle vida, con su proyecto personal, a un lugar que de alguna manera está muerto. No todas las personas que se instalan en el rural obran así. De hecho, son una minoría, porque no hay tantos buenos samaritanos. Por otra, está el caso extremo de unos hermanos que viven en la miseria y que ven en la instalación de un parque eólico, que les reportará dinero por sus tierras, la oportunidad para salir de ese agujero de mierda. Son dos lugares muy puros y ambos tienen derecho a materializar sus deseos.
Sin embargo, más allá del argumento de la película, el caso real es el de la persona que planta eucaliptos para obtener un dinero extra, porque nadie lo hace para sobrevivir o porque tenga hambre. Ahí está el problema...
Hay una mirada urbanita, académica, condescendiente y, por qué no decirlo, henchida de superioridad moral hacia las periferias, incluidos los barrios obreros de las grandes ciudades. Quizás falte la percepción de sus habitantes como seres al margen del sistema, habitantes de un lugar al que no llega el Estado, desposeídos y desesperanzados.
No creo que haya una falta de percepción o de información. La población, entendida como una entidad individual, evita saber demasiado sobre eso, aunque sea consciente de su existencia. Cuando en una conferencia le preguntaron a Pau Palacios, de la Agrupación Señor Serrano, qué les recomendaría a los chavales que quieren dedicarse al arte, respondió: "Más que una gran formación, tienen que preocuparse por saber cómo funciona el mundo". No hay nada que hacer con la gente que no sabe —o, lo que es peor, ni le importa— cómo funciona el mundo. Y me imagino que habrá una gran cantidad de personas así.
Xan y Loren saben cómo funciona el mundo.
Claro. Loren, el personaje que interpreto, lo sabe de manera reptiliana. Y no necesita más para sobrevivir.
¿Entiende las críticas de quienes se han sentido ofendidos porque consideran que la película reincide en los tópicos de la Galicia profunda? ¿O cree que, simplemente, habla del ser humano, como antes Furtivos o Perros de paja?
Por supuesto. Todas las películas ambientadas en un espacio donde ha ocurrido algo malo salpican, aunque es algo con lo que hay que convivir. Ahora bien, salpican en ese sitio, no en el resto del mundo. Además, la película no se hace para ese lugar concreto, donde siempre va a haber alguien que esté descontento.
La gente no deja de ir a Texas porque hayan hecho un remake de La matanza de Texas, pese a que lo que suceda en ese filme sea terrible. Vale, es ficción, pero ¿crees que la peña de esos pueblos estará contenta? "¡Macho, otra vez el Leatherface con la motosierra!". Claro que As bestas puede afectar a algunas personas, aunque es un mal menor en comparación con un proyecto de tal envergadura. Nadie va a dejar de venir a Galicia por una película así, ni a tener otra visión de mi tierra.
Otra cuestión, que podríamos englobar en el comportamiento humano y social, es que haya gente que busque tener a alguien por debajo. Todo el mundo tiene a alguien por debajo o por encima, sean gallegos u otros. Esa es la organización social establecida, basada en la desigualdad. Y esto podría llevarnos a hablar del racismo, muy necesario para la estructura social que tenemos. Es horrible, pero es así.
Ojo, si yo fuera el espectador y viese la película, a lo mejor también diría: "Joder, otra vez hablando de lo brutos que somos en Galicia". Ahora bien, como parte de este proyecto, si hablamos de una historia buena, importante y hecha con rigor, pienso: "Vamos adelante, contemos esto, ya se nos pasará el cabreo". No sé si me he explicado…
Perfectamente.
Es que, leído, podría parecer que estoy diciendo que el racismo es bueno, y obviamente no voy por ahí. Me refiero a una elección que se hizo hace miles de años, aunque quizás, más que racismo, deberíamos hablar de desigualdad entre capas sociales.
Antes, usted se refería a que es una cuestión de perspectiva. Así, la hija del matrimonio francés que se instala en la aldea y tiene un enfrentamiento con sus vecinos llega a decirle a su madre: "Los paletos sois vosotros".
En cierto modo, puede ser. La palabra pedante se usa para referirse a alguien que mantiene su registro culto incluso en un ambiente vulgar, aunque para mí también funciona al revés: alguien que mantiene su registro vulgar en un ambiente culto. Sucede igual con el pailán, considerado un tío ignorante, sin estudios y de campo. Pero, de nuevo, paleto también es su contrario: la persona que va de sobrada, que tiene una opinión impermeable a la del prójimo y que es una ignorante más allá de su entorno.
- El dios del pop: jueves 15, a las 19.30 horas, en el Teatro del Barrio (Madrid).
- El alemán: viernes 16 y sábado 17, a las 19.30 horas, en el Teatro del Barrio.
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