Este artículo se publicó hace 11 años.
Dalí a Lorca: "Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo"
La obra 'Querido Salvador, querido Lorquito' reúne por vez primera la relación epistolar completa entre el pintor surrealista y el poeta granadino, la historia de un "amor erótico y trágico por el hecho de no po
Alejandro Torrús
En la larga agonía de Salvador Dalí, negándose a comer y alcanzando a duras penas los 34 kilos de peso, la enfermera que le cuidó aseguró que la única frase inteligible que escuchó salir de los labios del pintor fue: "El meu amic Lorca". A Salvador Dalí le acompañó toda su vida la sensación de haber podido evitar el fusilamiento del poeta. No se sabe cómo ni cuando Dalí se enteró del crimen cometido contra su amigo. Sí se sabe, porque así se encargó de difundirlo el propio pintor surrealista, que su reacción al conocer el asesinato fue una exclamación: "¡Olé!" Con ese único sonido trató de equiparar la vida de Lorca con una corrida de toros, teniendo ese último episodio el valor del último gesto del poeta en la arena de la plaza.
De la amistad de dos de los artistas más grandes de la historia reciente de España surgó, además de diversas colaboraciones artísticas, un acalorado epistolario entre 1925 y 1936, que ha sido recopilado por primera vez de manera íntegra en Querido Salvador, Querido Lorquito (Elba), una obra que ha sido posible gracias a la labor del periodista Victor Fernández. No obstante, advierte el autor, muchas de las cartas, sobre todo de las expedidas por Federico Lorca, no han sobrevivido al paso del tiempo. Ana María, hermana de Dalí, vendió mucho material del archivo de su hermano tras la Guerra Civil y Gala, mujer del pintor, destruyó otras muchas por los celos que sentía ante la relación de su esposo con Lorca.
Dalí, tras conocer la muerte del poeta, exclamó: "¡Olé!"
Una relación que el propio Salvador Dalí definiría como "un amor erótico y trágico, por el hecho de no poderlo compartir" en una carta al director publicada en El País en 1986 dirigida al historiador Ian Gibson, a quien acusaba de tratar su relación con Lorca como si fuera "una azucarada novela rosa". La correspondencia, ordenada por orden cronológico y que comprende siete cartas de Lorca a Dalí y cuarenta del pintor al poeta, es, a ojos del periodista, "un juego de seducción" entre los dos genios.
"Lorca da lo mejor de sí mismo, tratando de encandilar con su palabra a un Dalí que quiere estar a la altura intelectual del poeta. Uno intenta atrapar al artista en su tela de araña; el otro deja hacer hasta cierto punto", escribe Fernández. El coqueteo entre ambos llega a puntos mágicos, como las palabras que dedica Dalí a Lorca: "Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo (...) Yo iré a buscarte para hacerte una cara de mar. Será invierno y encenderemos lumbre. Las pobres bestias estarán ateridas. Tú te acordarás que eres inventor y viviremos juntos con una máquina de retratar".
Encuentro sexualEra el año 1928 y la pareja de genios vivía la etapa dorada de su amistad. Pero si hubo un año glorioso para los dos ese fue 1927. Ese mismo año Lorca estrenó la exitosa obra Mariana Pineda en el Teatro Goya de Barcelona con los decorados de Dalí y avanzaba con relativa facilidad en la escritura de El Romancero gitano, que verá la luz en 1928. Además, a finales de ese año el poeta entra a formar parte del grupo de autores que darán nombre a una generación que se pone como excusa rendir homenaje a Luis de Góngora en Sevilla.
Pero, por encima de todo, 1927 es el momento de la segunda y trascendental estancia en Cadaqués (residencia veraniega de los Dalí), momento en el cual Lorca se propone mantener relaciones sexuales con Dalí, que se niega. "No era la primera vez que el poeta lo intentaba", escribe Fernández. El propio Dalí habló de esta situación a Max Aub: "Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en admiración".
"El perro andaluz soy yo"Tras esta etapa dorada, en septiembre de 1928 se inicia un distanciamiento entre ambos. Separación que fue aprovechada por Luis Buñuel, que irrumpe con fuerza en la vida de Dalí y da inicio a una colaboración de la que surgirán dos obras maestras del cine surrealista: Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930). Lorca se sintió ridiculizado por la primera de ellas y definió el filme como: "Una mierdesita así de pequeñita y el perro andaluz soy yo".
La amistad entre ambos fue retomada en 1930 cuando Dalí trata de estafar a los padres del poeta aprovechando que Lorca está en Nueva York. "Me gustó muchísimo el timo que ibas a dar a mi familia, y es una lástima que no te enviaran el dinero. Yo me enteré tarde, pues la carta me la enviaron a mí; si no yo te hubiese girado el dinerito", responde Lorca a Dalí tras el intento de timo.
Dalí: "Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, lo cancelé en seguida"
El reencuentro entre ambos, sin embargo, tuvo que esperar hasta 1935 en Barcelona. Durante su estancia en la ciudad condal, Lorca concedió diversas entrevistas. En una de ellas afirmó: "Somos dos espíritus gemelos. Aquí está la prueba: siete años sin vernos y hemos coincidido en todo como si hubiésemos estado hablando diariamente. Genial, genial Salvador Dalí". En este reencuentro, llegaron a pensar en colaborar en una ópera o viajar por Europa. Sin embargo, el fascismo se interpuso en los planes de los dos amigos y las balas asesinas del bando franquista acabaron con la vida del poeta.
Desde entonces una parte de Lorca sobrevivió en la obra de Dalí. El pintor se obsesionó con su amigo hasta el punto de pintar el rostro del poeta en algunos de sus cuadros de la Guerra Civil, dejar los rastros del poeta en la obra El enigma sin fin o publicar su propia lectura de la muerte de Lorca en dos medios en 1954: "Lorca imitaba y poetizaba todo aquello de lo que hablaba, en especial su defunción. La escenificaba recurriendo a la mímica: '¡Mirad cómo seré en el momento de la muerte' (...) Después nos enseñaba cómo sería su rostro unos días después de su muerte. Y sus rasgos, que de costumbre no eran hermosos, se aureolaban de pronto de una belleza desconocida e incluso de una excesiva belleza".
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