Soleá, la hija mediana de Enrique Morente, quería cantar. Como Estrella, como su hermano Quique, nació en la música, en el cante y en el baile. No podía ser de otra forma, con ese padre, quizás el más arriesgado de los flamencos, el cantaor del futuro. Pero hay más: su abuela Encarna, la madre de Enrique, presumía de voz. No llegó a artista, pero se deleitaba con el folclore. También su tía, la hermana de Morente, se soltaba al cante con facilidad. En realidad, toda su familia trabajaba, comía y dormía, pero sobre todo cantaba y bailaba.
Soleá quería cantar, 'lo supe desde que nací', cuenta a Público con serenidad. Era su pasión, su sueño, algo innato, eso que no se puede borrar, su vocación. Su padre, consciente de lo inevitable, le dijo que sí, pero con una condición: 'Primero estudia una carrera y luego yo te hago un disco'. Algo debió ver Enrique en Soleá para encaminarla hacia el mundo de los libros y los estudios, la cultura y el conocimiento. Soleá eligió Filología Hispánica. 'Me ha servido muchísimo. He tenido la oportunidad de conocer el mundo de los estudiantes, de aprender nuestra literatura, toda nuestra cultura desde la Edad Media, que es increíble', cuenta ella, que confiesa que le gusta escribir, pero que todavía le da vergüenza enseñárselo a los demás.
'Haz una carrera y luego yo te hago un disco', le dijo su padre
Dicho y hecho. Cuando terminó la carrera, Enrique y Soleá se pusieron manos a la obra. Seguramente el cantaor tenía claro por donde empezar: Palabras para Julia, canción de Paco Ibáñez sobre un poema de José Agustín Goytisolo, pero en la versión de Mercedes Sosa. A Soleá le intrigó que no eligiera una canción suya, pero entendió de inmediato aquel mensaje, aquellos versos que contienen los consejos que un padre le da a su hija: 'Tú no puedes volver atrás, / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable, / interminable... / Te sentirás acorralada, / te sentirás perdida o sola, / tal vez querrás no haber nacido, / no haber nacido... / Pero tú siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti, pensando en ti, / como ahora pienso...'.
Padre e hija comenzaron a hacer bocetos y esquemas. 'Teniéndole a él al lado me sentía segura y me sentía bien', recuerda Soleá, revelando casi sin querer en qué debe consistir ser padre. Como si la llevara a un parque de atracciones y le diera a elegir donde montarse, Enrique le decía que eligiera las canciones que más le gustaban y las que más le habían servido en su vida. Había que hacer el disco con ellas. Soleá le dio vueltas y una de las que escogió fue Canción de la madre, de Víctor Manuel. Ya había material de trabajo: tenían la sabiduría de Enrique, la voz y las ganas de Soleá, las dos canciones (tan simbólicas). Tenían el espacio: su propio estudio de grabación en Granada. Pero no tuvieron el tiempo.
'Palabras para Julia fue una premonición', explica ella, hablando despacio pero de forma fluida, como si cada palabra hubiera sido meditada justo antes de ser pronunciada. Y continúa: 'Yo sentía esa canción como algo especial y la cantaba a flor de piel, lo que no sabía es que me iba a identificar tan pronto con esas palabras que cantaba. Poco antes de que mi padre se fuera a Madrid para seguir con el documental y hacerse las pruebas médicas, yo ya estaba cantando Palabras para Julia con un sentimiento distinto. Era su último consejo: que siguiera adelante, que él iba a estar conmigo'.
'Teniéndole a él al lado me sentía segura y me sentía bien', recuerda ella
Enrique Morente no volvió a Granada. Murió en una clínica de Madrid el 13 de diciembre, tras ser operado de un cáncer. Dejó todo a medio hacer, como no podía ser de otra manera, porque él nunca dejaba de hacer cosas. 'Era tan trabajador... Hacía tantísimas cosas a la vez que había veces que no nos enterábamos de lo que estaba haciendo. Yo a veces me enteraba por Internet y le decía: pero oye, ¿tú estás metido en esto?', relata Soleá.
Al documental Morente. El barbero de Picasso, que rodaba junto al cineasta Emilio Ruiz Barrachina y que se estrena este jueves en el Festival de Málaga, le faltaban todavía alguna escena (al parecer, el cantaor iba a encontrarse con Sting en Londres). Estaba terminando de producir el disco de su hija mayor, Estrella, un disco de versiones que incluía La habanera imposible, la canción de Carlos Cano que la cantaora interpretó junto al ataúd de su padre, el 15 de diciembre en Granada, ante un auditorio estremecido.
Por si fuera poco, Morente trabajaba en las dos partes que le faltaban a su versión musical del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el poema de Lorca que él estaba llevando al flamenco más ortodoxo. Enrique le había prometido a Soleá que iba a estar con ella y de repente había desaparecido. Sin embargo, le creemos. Parece hablar a través de la voz de la propia Soleá, que durante la entrevista ('mi primera entrevista', parece excusarse), no sólo habla de él en presente en varias ocasiones, sino que deja frases como 'siempre estoy oyendo sus consejos'.
Enrique le decía a su hija, y le sigue diciendo, que haga lo que sienta, porque su vida es su responsabilidad. Que no cargue sus expectativas en otras personas, que haga lo que crea que tenga que hacer. También que 'se perdona, Soleá, pero no se olvida'. Que sea humilde, que comparta, que no sea egoísta, que sea feliz con lo que tiene, que se valore, que se descubra. Que sea prudente, pero que sea libre.
Era su hija y podía haber vivido las enseñanzas musicales de Enrique como algo natural, pero ella experimentó el poder trabajar con su padre como una suerte, como un privilegio, 'como lo mejor que me ha pasado': 'Me daba libertad y cuando veía que me equivocaba, muy sutilmente me corregía, siempre animándome. Nunca me exigía, nunca me limitaba'.
Antes de su participación en el documental de Ruiz Barrachina, Soleá sólo había cantado en solitario en una ocasión. Vicent Moon, director de videoclips, viajó a Granada en mayo del año pasado para grabar uno de sus famosos Take-away Shows con Enrique Morente. Esta serie registra a músicos en lugares poco habituales. Enrique Morente eligió los baños de Granada, de cuya acústica estaba enamorado. 'Fue una mañana, hacía un día precioso y me fui con ellos, porque me encantaba acompañar a mi padre a todos los sitios que podía. Fue todo muy improvisado. Yo sólo iba a hacer palmas, pero terminé cantando por soleares. Con él, te iba embriagando y sin comerlo ni beberlo acababas expresándote. Mi padre adivinaba lo que querías hacer en ese momento y te daba el sitio para hacerlo', recuerda.
Soleá todavía no está preparada para reiniciar el trabajo. En los últimos tres meses, no ha vuelto a escuchar un disco de su padre. Ni siquiera ha podido ver el documental de Ruiz Barrachina, como tampoco su madre, Aurora Carbonell, ni su hermana Estrella. 'Me he quedado un poco vacía ahora mismo, pero pienso recuperar el proyecto y llevarlo a cabo. Se lo prometí y él me lo prometió a mí. Será un homenaje a él', anuncia.
Soleá, la niña de diez años que se subía a hacer coros con sus hermanos en la gira del disco Omega, tiene ahora 25 años y un proyecto por delante. Su padre estará ahí, enseñándola, con la mente y el corazón abierto, enfocado hacia lo bueno, convertido en leyenda del tiempo y del espacio.
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