Este artículo se publicó hace 4 años.
Los clásicos griegos, más vivos que nunca en tiempos de incertidumbre
Mientras su peso específico curricular cede terreno frente a otras áreas de conocimiento, su influencia colea hasta nuestros días a través de ficciones, ensayos y relecturas diversas.
Madrid-
Los clásicos grecolatinos han vuelto (si es que alguna vez se fueron). Mientras su presencia en los planes de estudios ha ido decayendo de forma paulatina, su legado es infinito y no deja de nutrir nuestras ficciones y ensayos. Allá donde se mire encontrará las huellas de un saber que siempre vuelve, aunque lo haga encarnado en relecturas imposibles o inverosímiles. La vitalidad de los mitos, con sus innumerables traiciones y veleidades, remite a un mundo que ya no es, pero que, en esencia, sigue siendo el nuestro.
Dumézil: "Un país sin leyendas se moriría de frío. Un pueblo sin mitos está muerto"
Sin ir más lejos, el ensayo más vendido en España en la actualidad, El infinito en un junco, de Irene Vallejo, echa mano del retrovisor de la historia hasta llegar al mundo antiguo. El jurado del Premio El Ojo Crítico de Narrativa valoraba así la obra de Vallejo: "Un viaje a la cuna del pensamiento y del conocimiento, a través de la historia de los libros. Una defensa del mundo clásico. Una narración basada en una investigación minuciosa que nos conduce a las raíces de las civilizaciones de Grecia y Roma, conectándolas con la actualidad".
Pero la de Vallejo no es la única conexión con el mundo grecolatino. Ahí tienen, por ejemplo, a la flamante Premio Nobel de 2020, Louise Glück, y su poemario El triunfo de Aquiles, o esas socorridas lecciones de la Grecia clásica para la vida (ahora para la pandemia) que, cada cierto tiempo, encontramos en la sección de novedades editoriales. A fin de cuentas, y como dijo el filólogo e historiador francés Georges Dumézil, "un país sin leyendas se moriría de frío. Un pueblo sin mitos está muerto".
Lo que se haga con esos mitos y leyendas, eso ya es otra historia. A veces los dioses no son más que una mera excusa para mantener la caldera (editorial) en combustión permanente con refritos mal traducidos y peor ilustrados. Y otras, en cambio, responden a criterios más rigurosos como el de Carlos García Gual, miembro de la RAE y traductor de Homero para más señas. Su labor como impulsor de la Biblioteca Clásica Gredos le confiere cierta autoridad a la hora de evocar la hazañas de los dioses y la de sus cronistas terrenales.
Borges: "La Odisea cambia como el mar cada vez que la abrimos"
En su obra Voces de largos ecos, que acaba de publicar en Ariel, encontramos a Homero, el primer autor de la literatura occidental; a Eurípides y Aristófanes, representantes de la tragedia y la risa en el teatro griego; al divertido Luciano y al seductor Ovidio; al escandaloso Petronio y al romántico Longo. Pero también a Séneca, que todavía tiene tanto que enseñarnos para intentar vivir una vida más feliz, o a dos de los más importantes pensadores de la historia: Platón y Aristóteles.
El catódico Jorge Javier Vázquez no se anda a la zaga y ha incurrido también en la fiebre grecolatina. En concreto lo hecho de la mano del siempre estoico Séneca y de una de sus más célebres composiciones; De la brevedad de la vida. La versión del Vázquez dramaturgo se titula Desmontando a Séneca y abunda en la comedia a través de una suerte de diálogo escénico con las "valiosas enseñanzas morales" del pensado hispanorromano. Ahí es nada.
Lecturas modernas
Decía Borges de la Odisea de Homero que "cambia como el mar cada vez que la abrimos". Quizá por ello, por ese espíritu mudable y eterno al mismo tiempo, su lectura atraviesa los siglos y nos interpela desde lugares diversos. Se agradece, por tanto, una nueva mirada que nos acerque la Odisea a la actualidad. Una Odisea comentada por Nick Cave, Mary Beard u Ovidio. Otra forma de aproximarnos a uno de los grandes mitos fundacionales de nuestra cultura.
No en vano, la épica de Homero está en canciones, en novelas, en poemas, en cuadros, en chistes... Y quien dice la Odisea dice los mitos en su conjunto. Acercarse a ellos nos permite comprender la sociedad que habitamos. Ellos, con sus extravagancias y sus atrocidades, pero también con sus idilios imposibles y su belleza eterna, dictan algo parecido a lo que podría ser una carta fundacional de lo que somos.
Historias que conforman una identidad comunitaria y que, en cierto modo, nos remiten a lo que ellos, hace ya miles de años, llamaban oikos (ojo, no confundir con el también recurrente yogur griego), o lo que es lo mismo, hogar.
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