Este artículo se publicó hace 16 años.
Las ciudades perdidas del caucho
Fordlandia y Belterra, fundadas por Henry Ford, sobreviven abandonadas y soñolientas
Años treinta. Un campo de golf de nueve hoyos preside la ciudad. Flamantes casas de madera exhiben jardines de pinos. En el hospital, se acaba de hacer la primera cirugía plástica del Estado. Como cada tarde, se organizan lecturas poéticas de los mejores autores anglosajones para los empleados de la empresa.
El selecto club Hase -vals, jazz, foxtrot- está a punto de abrir sus puertas. No estamos hablando de la región de los grandes lagos estadounidenses ni del cálido Missisipi. La ciudad descrita podría ser Fordlandia o Belterra, localidades enclavadas en la Amazonia profunda, a orillas del río Tapajós, una de las regiones más inhóspitas de la Tierra.
Un sueño delirante del magnate del automóvil Henry Ford transformó el corazón de la Amazonia en unos EEUU en miniatura. Henry Ford consiguió que el Estado brasileño de Pará le cediese 10.000 kilómetros cuadrados. Su intención era poseer la mayor hacienda productora de caucho del planeta. Ford plantó masivamente hevea brasiliensis (el árbol que produce látex). Invirtió 20 millones de dólares.
Y llevó costumbres estadounidenses al corazón de las tinieblas. La todopoderosa jungla se encargó de desbaratar todo. El sueño de caucho de Henry Ford fracasó estrepitosamente. Y pasó a la historia como uno de los mayores delirios amazónicos.
Sabor a pasadoGeorge Ricartes -81 años- habla con nostalgia y pasión de la "era de los americanos". En 1943, cuando era un adolescente, comenzó a trabajar en Belterra para la Compañía Ford Industrial do Vale do Tapajós. "En esta calle Mensalistas vivían los brasileños de clase alta. Más allá, vivían los gringos, en la Villa Americana. En la periferia, los obreros en la calle de los Obreros", asegura. Su calle es un desfile de casas espléndidas con jardines exuberantes. La Vila Americana, donde una vez hubo un campo de golf y el lujoso club Hase, es un desequilibrio de caserones y selva tupida. "Había mucho clasismo", matiza.
Ford diseñó Fordlandia y Belterra desde su despacho de Detroit. "Había hospital, panaderías, sastres, zapaterías. Llegaba ropa de lujo", rememora George. Pero Ford, que nunca pisó la Amazonia, cometió errores galácticos. Obligaba a los indígenas a usar zapatos. Las hamburguesas reinaban en la dieta. Y las casas, american style 100%, desagradaban a todo el mundo: ventanas con cristales (que provocaban calor), cuartos de baño (considerados de mal gusto en la región)...". Y un rígido horario de 9 a 15 horas.
"Era horrible. A medio día no hay quien trabaje", afirma Raimundo Sabia, un anciano de 87 años, ex empleado en Belterra. Raimundo -11 hijos- recuerda la dureza de los capataces: "Desconocían la región e impusieron sus costumbres".
Y otro error crucial: el puritano Henry Ford prohibió el alcohol. Los trabajadores, indignados por los delirios del invisible barón del caucho, se rebelaron. Cuando el Ejército brasileño apagó la revuelta, muchos huyeron a la isla de la Inocencia, donde florecían burdeles y clubes nocturnos.
Más erroresPero el fracaso del sueño tuvo una causa científica. Sus botánicos desconocían el trópico. Los árboles del caucho, comprimidos en plantaciones en lugar de estar espaciadas en la selva, se convirtieron en presas fáciles de plagas. En Fordlandia no hubo ni una sola cosecha de látex. Ford no se rindió. Fundó Belterra en 1934. Pero repitió el mismo esquema. La única cosecha llegó en 1942: 750 toneladas de látex, por debajo de las 38.000 previstas. "Después de 1945 todos se fueron y se llevaron la maquinaria", afirma Raimundo Sabia.
Fordlandia duerme casi sepultada por la selva. Belterra, reconvertida de nuevo en ciudad en 1995, intenta sobrevivir plantando café, mandioca, arroz. El cacique mundurucu Orlando cuenta que su padre y él "continúan viviendo del látex". La huella de Ford, de alguna manera, todavía está viva. Para muchos es una especie de dios.
Orlando -al igual que Raimundo- asegura que en algún lugar de la ciudad hay una foto inmensa de Ford que brilla por encima de las de todos los alcaldes y gobernadores de la historia de Belterra.
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