Un cine solidario frente a la indiferencia de Europa
‘Adú’, de Salvador Calvo, pone la mirada en la realidad de los migrantes y refugiados, igual que antes lo hicieron otros cineastas españoles, como Montxo Armendáriz, Chus Gutiérrez, Imanol Uribe, Icíar Bollaín o Gerardo Olivares.
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madrid,
"Todos somos emigrantes". Han pasado ya catorce años desde que el colectivo cinematográfico español lanzara este grito reivindicativo y solidario. Fue en el Festival de San Sebastián de 2006 y a propósito de una retrospectiva temática sobre migración. Entonces unos cuantos cineastas ya habían denunciado en sus películas la realidad de los millones de seres humanos obligados a salir o huir de sus países. Hoy lo siguen haciendo. Y Europa sigue indiferente.
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Aquel 2006 se instalaron las concertinas en la valla de Melilla y Ceuta. El actual gobierno ha comenzado ahora a retirarlas. Entre tanto, un número desconocido de muertos y heridos enredados en esas cuchillas asesinas se suma a los más de 15.000 desaparecidos en el Mediterráneo desde 2014 (según datos de ACNUR). El cineasta Salvador Calvo, con su película Adú, ha puesto la mirada en esas personas que encuentran estos muros en su huida hacia la salvación, en los guardias civiles que les esperan a los pies de las vallas y también en los españoles que salen fuera del país.
Protagonizada por Luis Tosar, Anna Castillo y los debutantes Moustapha Oumarou y Zayiddiya Dissou, la película recorre tres historias diferentes para reunir en una misma realidad a todos sus personajes. "Existen 258 millones de emigrantes en el mundo. Unos 6.100 mueren cada año intentando alcanzar un mundo mejor. Un mundo que les es prohibido. Con esta película pretendo acercar al público alguna de estas historias para poner cara, carne y nombre a este drama", ha dicho el director.
"¡Eh! tú, negro", gritaban despectivamente al protagonista de Las cartas de Alou (1990), una película de Montxo Arméndariz que abrió al cine español la vía de la denuncia y la visibilidad de la migración. La historia de aquel senegalés dedicado a la venta ambulante, que contaba su día a día en España en las cartas que enviaba a su familia decidió a otros cineastas a sumarse y lanzar desde el cine un grito solidario y de ayuda.
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Fue la primera película de nuestro país que se ocupó de la situación de los africanos que buscan una nueva vida en España. "El cine no puede cambiar el mundo, solamente enseñar como es", sentenció ya entonces Montxo Armendáriz, a quien siguió en este recorrido otro hoy veterano, Imanol Uribe, con su película Bwana (1996). Dos realidades enfrentadas, la de los españoles de vacaciones en la playa y la de los africanos que llegan desde el mar, sin dinero, sin documentación, muertos de hambre y de frío. Desesperados. Las dos películas se alzaron con la Concha de Oro en San Sebastián.
Y tres años después, Icíar Bollaín ganó el Premio a la Mejor Película en la Semana de la Crítica de Cannes con Flores de otro mundo (1999), una película que relataba con sensibilidad, sentido del humor y un profundo compromiso la llegada de una caravana de mujeres a un pueblo de solteros. Entre estas mujeres estaba Patricia, una dominicana, migrante sin papeles, que buscaba en esa aventura un hogar y una seguridad.
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La dramática vida de los migrantes y refugiados que llegan a España desde el Norte de África apareció también en el cine de otra cineasta, Chus Gutiérrez, primero en Poniente (2002) y después en Retorno a Hansala (2008). Del racismo que sufrían los trabajadores migrantes en el mar de plásticos de Almería, la directora viajó en dirección contraria y en este segundo título se centró en los cuerpos sin vida de los marroquíes que amanecen en las playas españolas y en sus familias.
Hermosa, emotiva, a ratos esperanzadora y, sobre todo, humanamente muy certera, Retorno a Hansala devolvía a las víctimas del Mediterráneo su condición de seres humanos, conseguía desterrar las cifras y estadísticas que les arrebatan su humanidad. Chus Gutiérrez sentía de verdad el dolor de las víctimas.
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También se identificaba con sus personajes –menos compasión y más hermanamiento– Gerardo Olivares en 14 kilómetros (2007). El título se refería a la distancia que separa África de Europa por el Estrecho de Gibraltar, hoy una de las mayores fosas comunes del mundo.
Asiáticos, cubanos, latinoamericanos… que han salido de sus países buscando una vida mejor están retratados en muchas otras películas españolas. Balseros, de Carles Bosch y Josep Maria Doménech; Cosas que dejé en La Habana, de Manuel Gutiérrez Aragón; El próximo Oriente, de Fernando Colomo; Evelyn, de Isabel de Ocampo; Agua con sal, de Pedro Rosado… Carlos Saura denunció el racismo y la brutalidad de grupos extremistas en nuestro país que buscaban a sus víctimas entre los migrantes y los homosexuales en Taxi; Alberto Rodríguez y Santi Amodeo pusieron el acento en la migración y la marginación social en El traje.
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"Yo vine porque no estaba conforme". Le decía Don Emilio (Antonio Ferrandis) a Pepe (Alfredo Landa), que acababa de llegar a Alemania. El cineasta Pedro Lazaga revelaba alguna verdad sobre los españoles que salían a trabajar fuera de España en Vente a Alemania, Pepe (1971). Hoy, que volvemos a buscar trabajo en el país europeo, pero, sobre todo, hoy que miramos a los migrantes y refugiados desde el balcón del mundo rico, deberíamos revisitar nuestro cine.
Y no haría falta ni siquiera salir de nuestras fronteras para sentir el desarraigo, la rabia, la pobreza, la necesidad, la fragilidad, la sensación de abandono, la tristeza, el miedo… Podríamos recuperar un clásico de la historia del cine español, Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde, sobre la migración de los pueblos a las ciudades en la oscurísima posguerra.
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Desesperados por encontrar trabajo, en la cola de la ‘oficina de colocación’, un hombre pregunta a otro de dónde vienen. "Venimos del campo", le dice. "La gente no viene más que a reventarlo, por si fuéramos pocos". "Después de todo tú también has venido del campo", le responde a éste un tercero. "Eran otros tiempos, y entonces no le sacaba el pan a nadie". El cine español pide un poco más de memoria y grita reclamando solidaridad.