Cantaor flamenco Arcángel: "Hay que transgredir con respeto"
El cantaor onubense se arropa por voces búlgaras en 'Al este del cante', donde dialoga con Camarón, Morente y Lorca.
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madrid, Actualizado:
Arcángel (Huelva, 1977) nació con la música en la garganta. Los palos se aprenden, pero el cosquilleo viene de serie, el ronquido se gesta dentro. Algo así cree el cantaor onubense, arropado por una brisa de voces búlgaras en Al este del cante (Universal), donde dialoga con Camarón, Morente y Lorca. Arcángel no rasca, aunque tampoco sucumbe ante los cantos de sirena de la industria, ni busca atajos para colarse en las listas de ventas. El camino hacia lo comercial, a veces, es el más largo. Una palma en la ortodoxia y otra, en la heterodoxia, sin dejar nunca de hacer pie en el flamenco. Un cantaor al que le gusta viajar, pero que siempre vuelve a casa.
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Su padre trabajaba en Abengoa y su madre, en casa. No hay un enganche musical a través de su familia. ¿De dónde sale el flamenco?
Buf… De manera fortuita. De niño, me gustaba el flamenco, aunque mis padres no eran aficionados ni de ninguna peña.
¿Cómo empieza a cantar? Porque no había un caldo de cultivo...
Bueno, escuchaba las cuatro cosas que salían en la radio. Pero no me crie en un entorno favorable a escuchar flamenco. Eso es una realidad.
¿Se acuerda de la primera vez o se lo han contado?
Yo salía a cantar al rellano de la escalera. Un día, un señor le dijo a mis padres: “Oye, llevad al niño a un concurso”. Era de fandangos, la expresión cultural más típica de Huelva. Durante unas semanas, un profesor nos dio unas clases y nos puso discos. Y ya está, sólo eso. Yo venía de un ambiente flamenco, ni musical.
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¿Qué cantaba?
La tradición. Eran letras del flamenco popular.
A los ochos o nueve años se sube a las tablas y, siendo un adolescente, ya se gana sus dineros. Entonces se decanta por el cante y deja de lado los estudios.
A los quince empiezan a pagarme por cantar, aunque yo no entendía que mi profesión fuese cantar. Me divertía lo que hacía y las cosas fueron surgiendo. No te lo planteas: simplemente, un día cumples diecisiete años, percibes que has abandonado los estudios y te quedas cantando. Eso sí, terminé el bachillerato y COU, quedándome a las puertas de la universidad.
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Dos hitos en su corta biografía: a los diez años, su primer premio en un concurso infantil, a los que seguirían otros; una década después, sale por la puerta grande de la Bienal de Sevilla. ¡Qué precocidad!
Esas cosas suceden con frecuencia en el mundo artístico, pero mirándolo con distancia es verdad que fui muy precoz. Con dieciocho años, entro en la compañía de Mario Maya y, uno después, en la de Cristina Hoyos. Ten en cuenta que en 1998 me nombraron el cantaor revelación de la Bienal de Sevilla, y eso que no di ningún concierto en solitario, sólo acompañaba a los bailaores.
Su voz, un instrumento más.
Y casi el menor, fíjate… En una compañía de baile, lo más importante es la bailaora —que es la protagonista—, la guitarra —que soporta la parte musical— y el cante —que entra de vez en cuando—. Y ya no digamos en el extranjero, donde impacta más lo visual.
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"No se puede aprender a cantar ni flamenco ni na… Otra cosa es aprender el género, pero a tener talento no te enseña nadie"
Quizás sea una cuestión de costumbres, pero muchos promotores se abonaron a la tesis de que es imposible que el cante triunfe en el extranjero, por solitario, y a mí me parece una tontería. Entiendo que el idioma pueda ser una barrera, si bien aquí triunfaron los Beatles y nadie entendía el inglés…
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Quién duda de esa universalidad que parte de la raíz... El flamenco es el petroglifo de la música española. ¿Diría que es algo primario?
Claro. El cante flamenco es muy, muy primario, date cuenta de que nació sin acompañamiento instrumental.
¿Se puede aprender a cantar?
No se puede aprender a cantar ni flamenco ni na… Otra cosa es aprender el género o dejarte orientar, pero a tener talento no te enseña nadie.
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¿El flamenco nace o se hace?
El músico nace en un porcentaje y luego se tiene que hacer. Me niego a reconocer que el flamenco sea el único género que tiene alma y capacidad de transmisión. En realidad, la tienen todos los géneros con una tradición potente detrás. El flamenco y las músicas raciales parten de la tradición y van mutando, si bien la referencia siempre es su origen.
¿Es usted el último eslabón de la evolución flamenca?
Qué va, qué va…
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Aunque en el medio haya habido eslabonazos, porque su evolución, más que lineal, ha seguido el trazado de una montaña rusa.
¡Buah! La razón de que sea así es sencilla: los actos individuales son los que hacen avanzar las cosas. De repente, alguien sale por peteneras y todos dicen: “Eh, ¿adónde va éste?”. Ésa es la primera impresión, pese a que luego muchos lo acaben siguiendo.
"Hay buenas voces que acaban ahogadas en un pozo porque su concepto no trasciende o porque no saben dirigir su carrera"
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Aunque a veces surjan generaciones que tiran del carro, son acciones individuales. ¿Qué diferencia hay entre lo folclórico y un arte como el flamenco? Pues que lo folclórico se ejecuta siempre en comunidad, mientras que en el arte llega una individualidad, pausa el género, le da forma y lo moldea.
¿Quién es ahora esa individualidad del flamenco?
¡Uy, es muy difícil decirlo! Pueden ser Miguel Poveda o Estrella Morente, dos artistas con una visión clarividente.
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¿Pueden equipararse las jóvenes figuras a las de otro tiempo? ¿Atraviesa el flamenco un buen momento? ¿Las grandes voces surgen cada equis años?
Sí, aparecen cada cierto tiempo. Bueno, rectifico: las grandes voces pueden surgir cada día, otra cosa es lo que hagan esas grandes voces con sus propias voces. Ahora bien, los conceptos aperturistas y los que se consolidan a través del tiempo no nacen todos los días.
Me refería también a la generación arrasada.
Cuando entra lo que entra, pues… El vive la noche, las drogas y el desconocimiento arrasó con mucha gente, aunque yo me refería a un concepto más profundo: hay voces que, aun siendo muy buenas, acaban ahogadas en un pozo porque su concepto no trasciende o porque no son capaces de dirigir su carrera.
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"Los cantaores que se repiten y se imitan a sí mismos para contentar al público más conservador no hacen historia"
Erróneamente, solemos mezclar la afición con la profesión, cuando son compartimentos estancos. Por un lado, mi afición me hace disfrutar con la música y, particularmente, con el flamenco. Es lo que mantiene viva la llama del conocimiento, del aprendizaje y de la diversión. O sea, mi gasolina.
También hay atajos: el buen cantaor que, para alcanzar el éxito comercial cuanto antes, se pasa al flamenquito.
Por eso digo: hay gente con un gran talento, pero no sabe encauzarlo.
Usted bordea las fronteras, pero mantiene siempre un pie en el flamenco.
Sí, más o menos. Tengo un pie en el pasado y otro en el futuro. Soy un funambulista que sujeta con firmeza la barra de la coherencia. Si no fuese así, estaríamos muertos.
Pese a no soltar el freno de mano, ¿está llamado a ser el renovador del flamenco?
No lo creo [risas]. Yo no me aplico ningún término. Simplemente, hago lo que me gusta y lo que me aporta felicidad. Tengo un afán renovador, pero no del flamenco, sino de mí mismo.
Cuando está entre el público, que le enciende el pecho.
Soy poco propenso a eso. De hecho, soy bastante menos hostil con los demás que conmigo mismo. Y mucho más tolerante con lo que hace el resto que con lo que hago yo.
¿Por qué las voces búlgaras?
Ese sonido me atrapó hace mucho tiempo y tenía ganas de experimentar la sensación de cantar con el coro de las Nuevas Voces Búlgaras.
Lo ajeno no pesa sobre lo suyo, apenas una brisa que lo arropa.
Ese es el equilibrio del que hablaba antes. Un ejercicio de funambulismo para seguir siendo yo. La pasión no tiene que predominar sobre la razón, ni viceversa. Una pasión desmedida te conduce a la catástrofe, mientras que una razón demasiado recta no te deja abrirte y mostrar tu lado más amable.
¿Demasiado sandwich de atún con nocilla?
Claro. La nocilla estará buena, pero si tu madre te la da todas las tardes de merienda, te pueden pasar dos cosas. Una, que te encante. Otra, la más normal, es que le digas a tu madre: “¡Mamá, otra vez nocilla!”. Y si la mezclas con atún o con gambas, entonces ya es la hostia [risas].
Si el oyente asocia poemas de Machado a canciones de Serrat, de Rosalía de Castro a Amancio Prada, de Lorca a Morente, podría pesar más el cantante...
Yo vivo más de la música de la escritura, por lo que me pesa más Morente, al margen de la relación personal que tuve con él. Entiendo que a otra gente le pese más el poeta, aunque los versos cantados son otra cosa, ojo.
Además de cantar con Lole, en el disco también se atreve con La leyenda del tiempo: letra de Lorca y rasgadura de Camarón. ¿No es demasiado arriesgado abordar estos, digamos, estándares del nuevo flamenco?
Lo hago desde el respeto y la admiración. No siento ningún miedo ante eso, porque parto de una posición muy inferior y no vengo a superar nada. Simplemente, quiero disfrutar cantándola.
Los estándares pasan de un cantante a otro, pero lo que importa es su interpretación. No importa tanto la canción —sea chanson, bossa nova o flamenco— como quien la canta.
Sí. Hubo una época en el flamenco con textos regulares. Sin embargo, ha habido piezas populares muy buenas, algunas de las cuales siguen vigentes. Mucha gente escucha la música sin atender a la letra. No es inherente sólo al flamenco, sino una constante en la música. A los textos se les echa muchas veces muy poca cuenta como na.
Con usted, veintiuno. Antes, había vuelto a la distancia corta del tablao. ¿Queda alguno a salvo de turistas? ¿Siguen siendo un vivero de promesas?
Espero que sea así. Y, de hecho, la postura de sus responsables ha cambiado un poco. Años atrás, el tablao era un reclamo para los turistas, algo muy lícito, porque cada uno se busca la vida como puede. En cambio, de un tiempo a esta parte están haciendo una buena labor. De nuevo, se está convirtiendo en lo que era: un vivero de promesas del flamenco, que encuentran un foro menos hostil que en los grandes recintos.
"Tengo un pie en el pasado y otro en el futuro. Soy un funambulista que sujeta con firmeza la barra de la coherencia"
El contacto con el público es más directo y frecuente, mientras que en otros escenarios les puede afectar el miedo escénico. Ahora mismo, el tablao se debate entre el espectáculo para turistas y el combate a su mala imagen mediante la calidad. En el fondo, es un lugar de paso anterior a los teatros, donde se gana más dinero.
Sin embargo, antes del teatro, debe haber una cantera.
Claro, pero es difícil. Cuando alguien emerge, el dueño del tablao no tiene recursos económicos suficientes para retenerlo.
¿Hay alguna frontera que le apetezca traspasar? "¡Me voy a meter aquí!".
No he fijado ningún punto cardinal, ni comprado ningún billete de avión para plantarme en un sitio concreto durante unos mesecitos. Hablo de ahora mismo, porque yo soy una persona que siempre busca cosas nuevas.
El flamenco también ha sido un cante político. ¿Dónde quedan los flamencos de izquierdas?
El flamenco nació en un contexto complicado, asociado siempre a la política. No sé si hubo flamencos de izquierdas, como me imagino que también los habría de derechas. Allá cada uno con lo que sienta.
"Te pueden gustar o no las corridas, pero alegrarse de la muerte de alguien porque sea torero me parece indecente"
Ahora bien, con esta mezcla de conceptos —o sea, que la izquierda significa una cosa y la derecha, otra— ya parece que ni siquiera podemos hablar de eso, ¿no? A mí me gusta la gente justa, con una formación cultural, que sean buenas personas, que tengan conciencia social y que ayuden a los demás.
Parece ser que sí. El toreo tiene un futuro incierto. Bajo mi punto de vista, algunas veces por un principio equivocado. Yo entiendo que a alguien le pueda molestar la sangre, pero no me gustan los exaltados que pierden la cabeza.
¿Cómo se blinda de las críticas, no sólo en las redes sociales, sino también en el flamenco?
Situándolas en su contexto, sean buenas o malas. Entendí hace tiempo que, aun ofreciendo el mejor concierto de tu vida, al día siguiente nadie va a la Gran Vía a manifestarse para que lo vuelvas a repetir; y, cuando lo haces mal, tampoco tienes a un tío esperándote con cinco hachas para querer matarte.
¿Qué restan los años?
Se pierde lo mejor…