La broma se acabó
El escritor David Foster Wallace se suicida en su casa de California y deja viuda a toda una generación de lectores críticos con el sistema
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Cuando su esposa llegó a casa encontró el cadáver de David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, en 1962), colgado, la noche del viernes (hora local), según informó el Departamento de Policía de Claremont. Pero hasta el domingo por la mañana la noticia no trascendió a ningún medio de comunicación, simplemente había muerto el mejor autor norteamericano de su generación y uno de los pocos autores que nunca defraudaban. El talante provocativo y transgresor de Wallace, su ofensiva incorrección política y literaria, le hizo encabezar la que muchos llamaron "Next Generation", en la que aparecían nombres como Jonathan Franzen, Chuck Palahniuk, Lorrie Moore, A. M. Homes, Jonathan Letem o Dave Egger, entre otros. Todos ellos sienten la misma exasperación ante el estado actual de las cosas. "Cultivan un tipo de escritura que está viva porque se mantiene en contacto con el presente", dijo Franzen para buscar un punto de unión entre todos.
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Wallace era un irónico irreverente -como le calificó el crítico y autor Juan Trejo Álvarez-, un escritor que no tuvo la necesidad de mimetizar la fórmula comercial, el primero en demostrar que el riesgo no es malo para la taquilla. Dinamitó el mercado y animó a generar nuevas expectativas a los grandes grupos editoriales (en España su obra está editada por Mondadori) ante la literatura en construcción. Con él se entendió que la literatura era un asunto que todavía no se había terminado de hacer. A él le hemos leído las mayores piruetas técnicas literarias, ahora le montaremos un pódium, encenderemos la antorcha del mito y sólo podremos releerle.
Así que cuando llegó a nuestras librerías oxigenó a partes iguales a lectores y escritores. Quizás porque, tano unos como otros, confiaban en que empezar uno de sus libros, ya fuera ensayo, novela larga, relato corto o reportaje, colmaría la curiosidad gracias a lo grotesco de la detallada observación de lo cotidiano, la comicidad desbordante y corrosiva, la sátira atroz y el humor negro. "Él analiza muchas formas de soledad de esta sociedad fragmentada, que no tiene defensa para el individuo. Fue la incapacidad para defenderse, la vulnerabilidad del individuo precisamente, la que ahora se muestra como un comentario autobiográfico", apunta Javier Calvo, escritor y traductor de Foster Wallace al castellano, único autor de los suyos al que nunca conoció personalmente. El carácter reservado le llevó a aislarse en una residencia al margen de los contactos con cualquier cenáculo literario, y retirarse como profesor de escritura creativa en el Pompona College de California.
"De todos los escritores norteamericanos de la última década siempre fue el que mejor impresión causó. De hecho, muchos de los nuevos escritores surgidos en ese periodo de tiempo, como yo mismo, empezamos siguiendo el rumbo que había marcado", reconoce Calvo, que compara a Wallace con Pynchon, Salinger y Philip Roth.
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Es cierto que hasta entonces aquí se echaba de menos alguien que contara la otra cara de la moneda. Todo ese bienestar del maravilloso estilo de vida norteamericano (y europeo por extensión) era un enorme pozo asqueroso y maloliente, una basura, en la que él rebuscó mejor que nadie. Y siempre sacó algo bueno. "Tenemos 500 canales de televisión. Los americanos disfrutamos de un nivel de vida con un grado de exceso sin precedentes en la historia. No es raro que una generación como la nuestra se muestre infeliz, impotente y ansiosa", declaró alguna vez.
Una buena sátira sin señalar, un buen azote sin azotar. "No era una crítica plana. Llevó esa crítica al colmo de la sofisticación, porque no lo hacía de una manera evidente", apunta Robert Juan-Cantavella, que acaba de publicar "El Dorado" en Mondadori, con bases narrativas de periodismo gonzo que siguen el rastro de los reportajes de Foster Wallace en un crucero, una convención porno, en una feria especializada en langostas o en la campaña de McCain en el año 2000. "Es lo mejor del nuevo periodismo que se ha hecho hasta el momento", dice Juan-Cantavella.
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"Será recordado por un enorme sentido de la eficacia y una puesta en escena compleja y completa", dice el poeta Pablo García Casado, que no sale del asombro ante la noticia. Para él Foster Wallace supuso la irrupción más notable y generosa de la modernidad. Para el editor y escritor Julián Rodríguez el escritor norteamericano "no es un escapista. Era un excelente escritor de cualquier género", señala.
La literatura de infinito ingenio de David Foster Wallace liquidó todas las herencias de la ficción que cortaba las alas de la celebración de la novela interminable, que habla de la necesidad del entretenimiento y la evasión permanente de una sociedad sin cohesión social. La suya fue una vocación de escritura del derribo: acabó con muros hipócritas, forzó los límites del arte y se cuestionó la extrañeza ante un mundo absurdo, con una narración en la que el personaje perdía peso frente a la situación. Esperemos que haya simiente suficiente como para que crezca algo.