Argel cierra sus heridas
La consolidación de la paz empieza a atraer turistas a la capital argelina
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Como muchos otros habitantes de Argel, Safia no da tregua al embrague de su pequeño Toyota gris. Con el pie izquierdo siempre instalado sobre el pedal, no ve utilidad alguna en apoyar su extremidad en el suelo. "¿Para qué?"parece pensar, cuando las interminables cuestas y los monstruosos atascos de la capital argelina obligan a una sucesión de primera-segunda-freno-primera-freno-primera, y así hasta que cae la noche o el coche acaba en el taller.
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La palanca del cambio de marchas, extenuada, parece suplicar también ¡basta! mientras el utilitario enfila por fin la carretera empinada, cómo no que lleva a la alcazaba de Argel, un tesoro del siglo XVI que se cae a pedazos, indiferente al título de patrimonio Cultural de la Humanidad que la Unesco le concedió en 1992. El mismo año en que la anulación de las elecciones para atajar la victoria del partido Frente Islámico de Salvación sumergió a Argelia en una pesadilla de violencia de la que aún quedan los rescoldos.
En lo peor del baño de sangre, aventurarse por las calles de la alcazaba para cualquier argelino ajeno al barrio era una locura. Para los extranjeros, un suicidio.
No sólo en estas intrincadas callejuelas. En toda la ciudad, incluidas las anchas avenidas construidas por el colonizador francés, los forasteros desaparecieron durante años. Safia, que ahora se gana la vida como guía turística, cuenta cómo tuvo que renunciar a recibir visitas de sus amigos. En una ocasión, anuló la invitación que había ya cursado a un inglés conocido suyo. "Temía por su vida", recuerda.
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Las cosas han cambiado mucho en la capital del país. Desde principios de esta década, Argel ya no es una trampa mortal, pero el miedo ha dejado hondas cicatrices. Antes de iniciar el descenso de la alcazaba, Safia entra en la comisaría del barrio. Allí la reciben como a una habitual y un cuarto de hora después el pequeño grupito de turistas emprende el paseo con una discreta escolta policial. "En realidad ya no es necesario. Lo hacen más por los robos que porque pueda pasar algo", explica Safia.
La calma que reina en la ciudad antigua le da la razón. Indiferentes a los extranjeros, los niños juegan en la calle, un gato se lava al sol y en uno de los bellos palacios disimulados con muros de exterior banal un grupito de mujeres asiste entre risas a un acto cultural.
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El terrorismo y los constantes enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los islamistas paralizaron Argel durante años. La construcción de infraestructuras se detuvo y los servicios públicos casi desaparecieron. La prioridad era recuperar la paz.
También en la alcazaba, la ausencia de turistas y los atentados obligaron a echar el cierre a muchos de los pequeños negocios que albergaban sus calles. Ahora, artesanos como Mohamed, nombre ficticio de un argelino que regenta un diminuto puesto de quincallería, han vuelto a abrir. La tienda está desierta, y Mohamed acude solícito y explica para qué sirve su mercancía.
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El Gobierno argelino se ha dado cuenta de que el turismo puede ser su otro petróleo. Por ello intenta restaurar la maltrecha imagen del país, aún marcada por el terrorismo islamista que no ha sido erradicado del todo. En otoño del año pasado, Argelia aprobó una serie de medidas para mejorar la deficiente infraestructura del sector turístico. En la capital, la prueba es la mole del hotel El Aurassi, un cinco estrellas cuyas habitaciones servirían para rodar una secuela del cine español más rancio de los sesenta.
La visita de la alcazaba ha terminado y los policías se disponen a acompañar a otro grupito de turistas que aguarda ante la comisaría. Safia, la guía, se monta en su coche y sale marcha atrás sin darse la vuelta para mirar.
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"¿No ha sido nada, no?, pregunta tras chocar con otro vehículo aparcado. Y sin tomarse la molestia de bajar del coche, se zambulle sin complejos con su Toyota, ahora un poco más abollado, en el caótico tráfico de Argel.