En el siglo XVIII, los ecos de un nuevo mundo resuenan por las calles de París. La razón ilumina los destinos humanos tras siglos de oscuridad. Resulta difícil para todos los ilustrados no controlar su optimismo, basado en la confianza extrema de esta luz que ahora se impone. Sin embargo, el cono de sombra de la racionalidad también será amplio.
Los desmanes de los revolucionarios cegaron el progreso de sus logros. La igualdad se tiñó de contradicción con la ejecución de Olimpia de Gouges, autora de La Declaración de los Derechos de la mujer y de la ciudadana. Y la defensa de la Ciencia como vehículo seguro que supera los dogmas de épocas pasadas, perdió su sentido tras la condena a muerte del padre de la química moderna, Antoine Lavoisier.
¡Esto es la revolución!
El Renacimiento supuso el nacimiento de la nueva ciencia. El primer campo de batalla lo libraron Galileo y Kepler, revolucionarios de la astronomía. La química, sin embargo, tuvo que esperar a este parisino nacido el 26 de agosto de 1743 para dejar el camino de la especulación. El ejemplo del progreso en el resto de disciplinas le orientó hacía la construcción de un saber exacto. Lavoisier depuró el contenido mágico heredado de los alquimistas, construyó una nueva nomenclatura universal y demostró que el óxido es una combinación del metal con el aire. Logros que no sirvieron de nada cuando el científico y activista Jean Paul Marat apareció en su vida. Lavoisier había invertido en la Ferme Générale, una institución recaudadora de impuestos, convirtiéndose en parte de los odiados 'granjeros de hacienda'. Pero la persecución de Marat tenía otras causas.
100 años hasta otra igual
Sus aspiraciones por ingresar en la Academia de Ciencias Francesas -fundada en 1666 por Luís XIV- fueron el resorte del conflicto. Lavoisier, uno de sus miembros ilustres desde 1768, se opuso a la petición por lo absurdo de los textos de Marat, un personaje amado por los sectores más desposeídos de la sociedad y detestado por aristócratas y burgueses. Marat nunca olvidó la afrenta.
Meses después, el científico revolucionario aprovechó su influencia en el poder y acusó a Lavoisier de implicarse en conspiraciones incomprensibles contra el gobierno. Después, Marat fue apuñalado por la girondina Charlotte Corday, pero no importó. El 8 de Mayo de 1794, Lavoisier era condenado a morir en la guillotina y su cuerpo arrojado a una fosa común. Según el matemático Lagrange: 'En un solo instante se quedó sin cabeza. Harán falta más de 100 años para que aparezca otra igual'.
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