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Actualizado:Alberto San Juan (Madrid, 1968) reivindica el tiempo libre e improductivo frente a la ilógica capitalista. Sin embargo, no se concede un minuto de respiro. Protagoniza la película El cuarto pasajero (Álex de la Iglesia) y la serie Balenciaga (Disney+), cuyo estreno está previsto para el próximo año. Sobre las tablas, en Madrid dirige la obra Lectura fácil (Teatro Valle Inclán), basada en la novela de Cristina Morales, y borda al poeta granadino en Lorca en Nueva York (Teatro Bellas Artes).
A este ritmo, le va a dar un síncope.
No me puedo quejar. O sí me puedo quejar de mí mismo, porque creo que debemos aspirar a una vida donde el ocio —es decir, el tiempo libre e improductivo desde el punto de vista capitalista— sea mucho y tenga importancia. Lo necesitamos para intentar aprender a vivir mejor y a convivir, antes de que se haga realidad la posibilidad de la extinción humana. Tenemos que encontrar la salida del atolladero en el que nos encontramos y que ser capaces de imaginar otro mundo y de ponerlo en marcha. Para eso, necesitamos mucho tiempo libre.
Pese a que haga cosas que me dan mucho placer y me sienta inmensamente afortunado por protagonizar la serie Balenciaga, por estrenar la obra Lectura fácil y por estar interpretando Lorca en Nueva York, también soy víctima de la razón neoliberal, que asimilo como propia. Caigo en el productivismo, o sea, en la tendencia a producir continuamente, aunque en mi caso tenga la enorme fortuna de que los proyectos en los que me veo envuelto me interesan mucho.
Sin embargo, incluso si haces lo que más te gusta, la salud humana exige mucho tiempo libre para enterarte de qué sientes, qué deseas, qué te pide el cuerpo, qué le pasa a la gente que está a tu lado... Por eso me quejo de mí mismo y me digo: "Eres un puto patrón capitalista". Como decía en mi obra Autorretrato de un joven capitalista español: "He interiorizado al patrón y yo mismo manejo el látigo con el que me explotó". Aunque sean cosas muy bonitas y bien pagadas.
Su reflexión se contradice con su carga de trabajo. Entiendo que no le pueda decir que no a Álex de la Iglesia, pero se ha embarcado en varios proyectos propios por una cuestión de autoexigencia, ¿no?
Responden a una inquietud personal. El proceso para llevar a escena Lectura fácil fue largo y a veces pensaba: "¿Para qué hacer tanto?". Hay tanta gente haciendo tantas cosas maravillosas, que a veces me pregunto: "¿Qué secretas intenciones o pulsiones me llevan a hacer tanto?". Algunas no contribuyen a mi felicidad, como el afán de protagonismo o de ocupar algún tipo de posición relevante o de poder.
Por otra parte, digo esto con cierto humor, porque amo el teatro. Lo que hago me encanta, pero creo que el ser humano necesita tiempo libre. No me refiero a la angustia de estar en el paro y no llegar a fin de mes, sino a tener las necesidades básicas cubiertas y a permitirte no hacer nada.
¿Quizás las nuevas generaciones ya reclaman más tiempo libre?
No tengo esa percepción, pero eso no quiere decir que no sea así. Ojalá... Yo votaría a un proyecto político que prometiera no más trabajo, sino más tiempo libre. Hace poco, en una entrevista me quejaba de que trabajaba demasiado. Alguna persona me reprochó que dijese eso cuando hay gente que lo está pasando tan mal. Evidentemente, hay que ingresar lo suficiente para tener las necesidades básicas cubiertas, porque vivimos en una sociedad capitalista en la que debes luchar con mucho esfuerzo para poder sobrevivir.
En ese sentido, soy un privilegiado. Sin embargo, no por el hecho de tener menos problemas en el ámbito laboral, tengo que dejar de mirar críticamente mi situación. Mi queja sería respecto a mí mismo por caer también en el afán de productivismo, de sobresalir, de prevalecer, de ocupar espacio...
Lorca, un anticapitalista en Nueva York.
Lorca era un anticapitalista feroz, hasta el punto de que describe el capitalismo como un sistema cruel que nos tiene sordos y encadenados. No se anda con medias tintas, ni habla de humanizar o mejorar el capitalismo, porque piensa que la única solución es cortarle el cuello. Lorca critica el sistema que convierte la vida en mercancía para ser comprada y vendida, porque provoca que inevitablemente se degrade.
Sorprende la vigencia de un discurso pronunciado en 1932, así como la literalidad del texto de Lorca en Nueva York. Todavía respira.
Hay autores y autoras que aciertan de tal manera en lo que le interesa al ser humano que su obra nunca caduca. Walt Whitman, en unos versos de Hojas de hierba, viene a decir: "Esto que tienes entre las manos no es un libro, soy yo hablándote a ti, estés en el tiempo que estés y hayan pasado los años o los siglos que hayan pasado desde que yo he escrito estas líneas. Te estoy hablando aquí y ahora".
Con Lorca pasa eso: cuando lo lees, no miras una pieza arqueológica, sino algo que está vivo. Logra conectar con lo vivo y tiene tal capacidad para expresarlo que no caduca. Por mucho que cambie la sociedad, hay temas que nunca morirán. Por ejemplo, la necesidad del otro —o sea, de la comunicación— y el dolor de la soledad. Hay un sujeto central en la obra de Lorca: la figura del oprimido, por ser mujer, gay, gitano, negro o pobre.
Él encuentra más vida y verdad en los sectores sociales oprimidos que en los opresores. Así, describe a los propietarios de los grandes capitales como seres fríos e inhumanos que hablan como patos. Lorca en Nueva York tiene dos partes: un relato autobiográfico donde cuenta su experiencia y ocho poemas del libro Poeta en Nueva York, donde habla de los negros de una forma realista y metafórica.
Él encuentra un estadio de lo humano en la población negra de Nueva York que permanece más cerca de la naturaleza humana y de sus verdaderas pulsiones y necesidades. Mientras que el hombre blanco y rubio, a través de un proceso de domesticación, se ha alejado de su naturaleza y se ha convertido en alguien que puede llegar a ser frío y despiadado.
Habla del dolor de ser negro en un mundo contrario —donde es esclavo— y la única crítica que les hace es que quieran dejar de ser negros para huir de la esclavitud. No obstante, él anima a reivindicar tu negritud, entendida como diferencia. En su caso, ser homosexual en una sociedad donde no podía expresarse con libertad. Todo aquel que no sea hombre, heterosexual, blanco y con dinero sufre algún grado y tipo de exclusión, ya sea por raza, clase social, género u orientación sexual.
Podría parecer que usted le metió mano al texto, pero no.
No he tocado nada para acercarlo a la actualidad. Solo he suprimido algunos pasajes para que el relato fuese más fluido y para introducir más poemas. A veces eran imágenes de un misterio tal que me resultaban inaccesibles, por lo que no me sentía capaz de recitar algunos versos.
Cuando Lorca se pone complejo, si no se le entiende, se le escucha: la musicalidad.
Él mismo lo dice en el texto: "No puedo explicar nada sino balbucir el fuego que me quema". Y anima a intentar no entenderlo racionalmente, sino a dejarse llevar y a escuchar con el cuerpo entero, sin separar alma y razón.
Yo recito el texto que pronunció en la Residencia de Señoritas en 1932 a su vuelta del viaje a Nueva York y a Cuba. Solo introduzco una nota aclaratoria al poema Grito hacia Roma, que escribió después de un acuerdo entre el papa Pío XI y Benito Mussolini por el cual el Vaticano recuperaba su independencia como Estado soberano a cambio de avalar el régimen fascista.
Lorca hace una feroz crítica a la complicidad de la Iglesia católica con el fascismo. En esto también fue desgraciadamente un visionario, porque en la guerra civil española la Iglesia colaboró activamente, desde el bando franquista, en el golpe de Estado y en el genocidio posterior, una de cuyas víctimas y desaparecidos fue el propio Federico.
Usted es muy Lorca sin pretenderlo.
No existe registro grabado en su voz, ni prácticamente ninguna imagen suya filmada, apenas unos segundos de una representación de La vida es sueño por La Barraca. Solo hay fotos, testimonios y lo que uno pueda entender de la lectura de su amplísima obra, que abarca teatro, poesía y prosa.
Como hablaba en primera persona a través del género que tituló Conferencias, cualquier persona que interprete un monólogo en un escenario es, en ese momento, Lorca. Puede serlo como le dé la gana: no hace falta vestirse, ni peinarse, ni pintarse unas cejas espesas, como sale en sus fotografías. Solo hay que estar presente realmente en escena, vivo, porque sus textos están llenos de vida y exigen una entrega. No obstante, es verdad que a veces juego libremente con el cuerpo y con lo que en mí hay de femenino.
Aunque está arropado por una banda de empaque, ¿prefiere trabajar solo o acompañado, sea en teatro o en el cine?
En Lorca en Nueva York somos cinco: yo me encargo del texto y Claudio de Casas, Pablo Navarro, Gabriel Marijuán y Miguel Malla, de la música. Estar solo en el escenario tiene su gracia y su atractivo. Sin embargo, al margen de las cuestiones presupuestarias y de organización, prefiero los espectáculos con música en directo y varios actores y actrices. En todo caso, nunca estás solo, porque tienes al público enfrente. Aunque sea un monólogo, siempre es un acto colectivo.
Cambiando de tercio, a priori no parece nada sencillo llevar Lectura fácil a escena.
Cuando leí el libro de Cristina Morales, lo vi claro, porque estaba lleno de acción dramática y de fuerza teatral.
No cabe duda, pero la complejidad está en el salto del papel al escenario.
Yo no soy escritor, sino un actor que a veces escribe y dirige. He escrito seis o siete obras originales y ninguna me había costado tanto trabajo como esta adaptación. Me gustan cada una de las 424 páginas de la novela y ha sido doloroso prescindir de algunas. El reto era hacer una selección que mantuviese la gracia, el humor y la potencia crítica del libro.
Y la interpretación.
Me parecía complejo, pero siempre confié en la adaptación, porque los personajes, los diálogos y la historia tienen una gran potencia dramática.
Hay una crítica durísima al poder del Estado sobre las mentes y los cuerpos. ¿Cuál es el mensaje de la obra? O, si lo prefiere, ¿qué le impactó más de la novela?
El piso tutelado donde viven las cuatro protagonistas, con discapacidad intelectual, es una metáfora de nuestra sociedad, donde todos estamos discapacitados por el sistema a la hora de participar en las decisiones que determinan nuestra vida en común.
No tenemos absolutamente nada que decir sobre cómo funciona esta sociedad, ni sobre cómo se gestionan los recursos básicos: la vivienda, la luz, el agua, los alimentos, la información... Nuestra voz no existe. Lo más parecido es votar cada cuatro años a un partido político en unas elecciones. Eso está tan lejos de una participación política real que me parece absurdo llamarlo democracia o gobierno del pueblo. La supuesta representación silencia al supuesto representado.
La vida se organiza al margen de quienes tenemos que vivirla. Es decir, la organiza el sistema, con una clase dirigente que lo hace funcionar. El problema no es que algunos gestores sean malos, sino que el propio sistema es malo. La obra habla de la incapacitación general en la que vivimos todos: somos eternos tutelados y eternos niños en un mundo donde no podemos decidir nuestras vidas, porque hacerlo implicaría participar en la organización del acceso a los recursos básicos.
Si el precio de la luz, la vivienda o el pan es algo completamente ajeno a mí, yo no vivo en democracia, entendida como gobierno del pueblo. Eso es lo que cuenta la novela con muchísimo talento, a través de unos personajes maravillosamente construidos, con unos diálogos buenísimos, con mucho humor, con muchos recursos literarios y con muchos lenguajes.
Los y las protagonistas de la obra sufren, además, una doble infantilización.
Absolutamente. Hay tres intérpretes con parálisis cerebral y todos coinciden en que siempre han sido tratados como personas sin deseo sexual, o sea, como niños. Solo porque sus cuerpos son diferentes desde el punto de vista de la norma. Ahora bien, ¿qué cuerpo no es diferente?, ¿qué persona no tiene necesidades propias, o sea, especiales o singulares?, ¿quién no es diverso respecto a los demás?, ¿quién se ajusta al canon del David de Miguel Ángel? Solo cuatro gatos...
El sistema también busca que tengan un comportamiento "normal", cuando la propia sociedad no es normal.
El concepto "normal" es una ficción que se utiliza para conseguir el sometimiento de la población. La normalidad es una pirámide jerárquica en la que están los que son normales del todo y luego los menos normales. Lo normal cien por cien sería el hombre blanco, heterosexual y con dinero. Él es el dueño. Esa figura, históricamente, ha establecido la norma y el resto ha sufrido algún tipo de subordinación.
Aunque esa normalidad puede ser una apariencia que no se corresponde con su ser interior.
Por supuesto. Antes de Lectura fácil, yo hubiera dicho: "Hay gente normal y subnormal". Luego: "Hay gente normativa y diversa funcionalmente". Hoy solamente digo: "Hay gente". Todas y cada una de las personas somos diferentes. Nadie es autosuficiente. Y todas somos vulnerables, porque en algún momento necesitamos la ayuda mutua. En una sociedad que se basara en cuidarnos unos a otros, no haría falta establecer una norma.
En la obra hay una buena definición de normal: ser respetuoso con las normas. No obstante, cuando no son acordadas y aceptadas de forma democrática entre todos, sirven para mantener un sistema de dominio y de privilegios de una parte sobre la otra.
Cuando una de las protagonistas testifica ante la jueza, encarna la sensatez —por no decir la normalidad—, mientras que la magistrada no representa lo razonable, sino la legalidad, que no tiene por qué ser justa ni juiciosa.
Irantzu Varela ha planteado que la idea de normalidad nos hace aceptar como normal vivir en un mundo donde existe la pobreza y la desigualdad, unos que mandan y otros que obedecen. Por lo tanto, para conseguir la emancipación y la igualdad hace falta un proceso de desnormalización.
O sea, entender que no es normal que las grandes empresas, bancos y energéticas, con la complicidad de buena parte de la clase política profesional, determinen cómo tenemos que vivir. Debemos decir: "Esto no es aceptable ni tolerable, por lo que tiene que cambiar". Porque no es normal ni natural que haya pobres y ricos, aunque algunos apelen a un fatalismo histórico al justificar que siempre los ha habido. Quitémosle ese atributo, porque "normal" es una palabra tremendamente peligrosa.
Cristina Morales reparte a diestra y siniestra.
Ella indaga en las contradicciones, las tensa y las extrema. Por ejemplo, el personaje de Nati dice que los anarquistas son unos fachas. Eso es interesante, porque la novela no describe un mundo en blanco y negro, sino otro muy contradictorio.
También plantea el miedo al sexo como represión.
El sexo es uno de los ámbitos donde hay más represión. De hecho, ¿por qué una escena de sexo explícito, que no real, llama tanto la atención en una obra teatral? ¿Qué tiene de extraño?
¿El sexo es subversivo?
En un contexto opresivo, cualquier acto de libertad es subversivo, como mantener relaciones sexuales libres.
Una jueza puede decidir si esteriliza a una mujer. ¿Por qué no esterilizar a un hombre?
Entre 2008 y 2020, más de mil mujeres incapacitadas judicialmente fueron esterilizadas sin su consentimiento. El año pasado fueron ilegalizadas estas prácticas, una prohibición que responde a una demanda de la ONU, aparte de a las convicciones de este Gobierno. Por lo tanto, si antes esterilizaban a mujeres con discapacidad intelectual porque consideraban que no iban a tener la capacidad de criar a un hijo, pues lo mismo podrían haber hecho con los hombres.
Nati dice verdades como puños: "Una loca".
En determinados contextos y épocas, si una mujer dice la verdad es una loca o está faltando al respeto.
Los protagonistas de la obra son personajes revulsivos vistos como repulsivos.
Marcos Mayo, uno de los intérpretes —con parálisis cerebral, que le afecta al movimiento y al habla—, me cuenta que diariamente se encuentra con gente que le aparta la cara, porque le resulta molesto cruzar la mirada con él. Esto sucede porque hay una norma que nos dice que Marcos no es normal y que, por lo tanto, su presencia es incómoda.
Incluso el público podría caer en el paternalismo o en la condescendencia cuando aplaude a rabiar una actuación.
No sé si aplauden por el esfuerzo que supone o porque les gusta el monólogo. Aunque, en realidad, no les cuesta actuar.
Al margen de estas y otras obras que ha escrito, dirigido e interpretado, ¿cuál es la frontera entre la denuncia y el panfleto?
En un sentido peyorativo, un panfleto consiste en decirle al otro lo que debe pensar. La labor del teatro pasa más por plantear preguntas que por ofrecer respuestas cerradas y por plantear contradicciones antes que por dar soluciones. Ahora bien, puedes querer no ser panfletario y a veces resultarlo. En todo caso, a lo largo de la historia hay grandes ejemplos de panfletos maravillosos, que merecen ser reivindicados.
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