A Eliades Ochoa no se le puede olvidar que es cubano porque cada vez que mira la hora se encuentra con una bandera cubana en la esfera de su reloj. Pero el viernes por la noche, rodeado de africanos en el escenario del Festival La Mar de Músicas de Cartagena, haciendo equipo con instrumentos como la kora o el ngoni, tan distintos a su guitarra santiaguera, es posible que Ochoa se creyera ciudadano de Bamako. Se presentaba mundialmente Afrocubism, un proyecto que une a músicos de Cuba y Mali y que, tras quedar frustrado hace 15 años por un problema de visados, dio lugar a la grabación de Buena Vista Social Club. Demasiados nombres ilustres juntos en el mismo escenario: el lleno en el Auditorio del Parque Torres de Cartagena fue monumental.
Los 13 músicos, siete cubanos y seis de Mali, llevaban ensayando el repertorio desde el domingo pasado en un teatro de Cartagena. Asistir al primer concierto de Afrocubism tiene la gracia de que te permite ver el proyecto en pañales, como si no fuera el debut sino el último ensayo. A los músicos se les vio un tanto torpes y desordenados, perdiéndose en los fallos, descoordinados en los movimientos y aprendiendo a convivir con 2.000 personas delante. El inicio con la emocionante Al vaivén de mi carreta fue un aterrizaje forzoso y el despegue sólo llegó al final.
El sonido tampoco brilló: les costaba sacar la voz y le faltaba grosor y contundencia. Sólo en la interpretación final de Mueca, con un Eliades Ochoa crecido y un enorme Bassekou Kouyate (el Hendrix del ngoni, una especie de ukelele africano), el motor de Afrocubism comenzó a rugir sin soltar trallazos y humo negro.
Tocaron el disco que se publicar de la mano de World Circuit en octubre bajo la atenta mirada de su productor, Nick Gold, que se movía inquieto en el repleto graderío. La propuesta es bastante más exigente que Buena Vista Social Club. Es otra cosa, principalmente por la aportación maliense. Más que fusión entre música cubana y de Mali, se trata de encuentro, roce de sonoridades: las piezas africanas y las cubanas están perfectamente diferenciadas y el viernes funcionaron mejor las segundas (además de Mueca, Ochoa llevó a buen puerto La culebra y La luna, levantando a las primeras filas de sus asientos). Sólo en una especie de jam session medio improvisada de Toumani Diabat, Ochoa y Bassekou que terminó con el estribillo de Guantanamera se trenzaron las fibras musicales de las técnicas y las camisas.
Afrocubism tiene más baile y menos canciones que Buena Vista. Por momentos, el concierto caminó por el filo del precipicio de la colección de solos, sin tensión y mecánico. La sección de metal impuso el gusto por encima del virtuosismo, que abundaba (allí estaba el guitarrista Djelimady Tounkara, con su Gibson colgada por encima de la técnica). En el combate de personalidades salió perdiendo Kasse Mady Diabat, con la voz en un segundo plano, relegado a jalear al público y finalmente ausente. Tras esta toma de contacto, en octubre estarán en Madrid y Barcelona.
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