Abel Aparicio, cartero rural y poeta: "Si nos quitan el colegio o el médico, nadie va a querer venir a los pueblos"
El escritor leonés reivindica la vida en el campo y denuncia la despoblación en su último poemario.
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madrid,
Ya llega el cartero con su palabra en la boca, con la mirada en sus ojos, con su ¿cómo va usted? y con la factura de la contribución. Ya no se escriben cartas, porque las penas y los gozos del corazón transitan por otros caminos y las batallas quedan lejos, en el pasado o más allá, donde el telediario. Ni cartas de amor ni declaraciones de guerra, tampoco el parte necrológico que anunciaba el nubarrón de la muerte de un hermano o de un vecino en la emigración.
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Quienes se quedaron atrás —en realidad, quienes tiran palante, apuntalando la tierra— esperan el martilleo de la aldaba, los nudillos en la madera, la estridencia del timbre.
"Carterín, ¿hoy me traes algo", / pregunta descansando sus años / sobre el tapial que la vio nacer. / "Últimamente no me llega nada", / susurra desahogando / su débil hilo de voz".
Abel escucha paciente la sabia premonición:
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Abel es cartero. Un cartero de pueblo. El mensajero de una tribu amenazada de extinción.
Corazón de León, aunque el de Abel Aparicio (San Román de la Vega, 1980) tira para el Bierzo: las mujeres del carbón, la Ponferradina, la idiosincrasia distintiva de un territorio que no entiende de marcos porque no es Castilla ni tampoco León.
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Abel fue poeta antes que cartero, pero como dice la periodista Noemí Sabugal "en los tablones de ofertas de empleo no suele aparecer el oficio de poeta, ni hay tampoco oposiciones a poeta", por eso "la mayoría de los escritores suelen tener algún otro oficio", que a veces "impregna, de formas incluso insólitas, los propios poemas".
Las musas lo persuadieron en las jam sessions de poesía del bar Bukowski, adonde él iba a escuchar y terminó recitando. Malasaña, 25 años, Madrid. De profesión, informático: un trabajo alimenticio que no avituallaba su alma, porque "me sentía un mercenario".
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Tres lustros después, el paro.
"Me presenté a unas oposiciones a Correos y empecé a trabajar en el verano de la pandemia, hace ya cuatro años", recuerda Abel Aparicio, quien alumbró su tercer poemario, Cartero rural (Marciano Sonoro Ediciones), con la gasolina de Feijóo.
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Jueves, 12 de julio de 2023. Expira el plazo para pedir el voto por correo y el líder del PP cuestiona la fiabilidad del proceso y pone en duda la profesionalidad de los carteros al sugerir un boicot de los de arriba. "Les pido, con independencia de sus jefes, que repartan todos los votos", se atreve a decir quien veinte años atrás había presidido Correos.
Sus versos alojan heridas de la guerra civil, alegatos contra la violencia machista, llamadas a lo colectivo y contra el individualismo, denuncias de la despoblación y réquiems por "los hijos del desahucio". Son la radiografía de un paisaje y de sus gentes, envejecidas por el paso del olvido, y la instantánea de un gato que busca mansamente cobijo en invierno: "Quizá, después de todo, / el progreso sea / plantarle cara / a la esclavitud / que nos dicta / la inmediatez".
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"Feijóo sabía perfectamente que no se puede dejar ni un solo voto por repartir, porque están contabilizados y, si no llegan a su destinatario, salta una alarma. Y, aun sabiéndolo, echó mierda sobre los últimos del escalafón: los carteros. Eso me dolió", explica Abel Aparicio, quien transformó su enfado en un poemario donde, más allá del acicate, muestra "la realidad que veo y vivo".
Retazos de humanidad. Defensa de una vida que necesita servicios y recursos para no languidecer. La soledad de la carretera y la soledad de los otros. Las puertas cerradas y las que nunca más volverán a abrirse. El bullicio de la ciudad y la quietud del campo, que es paz y no bravío: "En el fondo, te dices, / no repartir en un pueblo / es hacerlo en la jungla". O sea, en el caos de la urbe, la verdadera selva.
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Sin embargo, "en uno de mis destinos me dijeron: / Empieza repartiendo por los pueblos; / así, cuando anochezca, ya estarás aquí". El poema se titula Salvavidas: "Venían a decirme que en la capital estaría a salvo, cuando es al revés. Hay más empatía en los pueblos que en las ciudades, donde la gente, en general, es más fría".
Abel vive ahora en Astorga. Desde allí, conduce su furgoneta hasta un rosario de pueblos cuyas cuentas se desperdigan por los pliegues de las comarcas vecinas. Lo acompañan la radio y las canciones, cuyo eco resuena en sus versos: Bruce Springsteen, Mumford & Sons, Neil Young… "La música es la mejor compañera de viaje, una fiel amiga". Rockin' in the Free World.
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Carga paquetes, apenas cartas: en realidad, sobres con notificaciones oficiales que a veces podrían haberse ahorrado el camino, como una multa o un remite de Hacienda. Aunque también pueden esconder un poemario que habla de ellos mismos y contiene la esperanza encarnada en la voz de una niña, su hija Irene, que recita el poema ¿Qué quieres ser de mayor?, musicado por el cantautor Javi Morán.
En ocasiones, entre viaje y viaje, para en un abrevadero de Villameca, un pequeño bar al calor de una estufa de carbón donde se torran las castañas. Allí, el también autor del libro de relatos ¿Dónde está nuestro pan? (Marciano Sonoro Ediciones), valora "la magnificencia / de lo sencillo".
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Toma asiento junto a "un vaso caliente / al que te agarras / como a una mano / en el precipicio / del desaliento", y reflexiona sobre la "labor social" del cartero rural y sobre el poemario que porta en el zurrón.
"Es una denuncia de la despoblación. Muchas veces se discute sobre el problema en congresos y debates que tienen lugar en la capital, sea León o Madrid, pero sin pisar esa España vaciada. Que vengan aquí y observen la realidad, porque si les quitan el colegio o el médico, nadie va a querer venir", se queja el poeta. "Durante años nos dijeron que había que irse a las ciudades y que el que se quedaba atrás era un paleto. Ahora, quizás por un sentimiento de culpa o para limpiar su conciencia, reivindican la vida en el campo. Pues dotadlo de servicios y veníos al pueblo".