Así vivieron cinco investigadores españoles el descubrimiento de las ondas gravitacionales
Alicia Sintes. Profesora del departamento de Física de la UIB
y miembro del Consejo de LIGO
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MADRID.- Varios profesores e investigadores del Grupo de Relatividad y Gravitación de la Universidad de Illes Balears (UIB) son miembros de la colaboración científica Advanced LIGO, que esta semana ha anunciado la primera detección de ondas gravitacionales. Siempre guardarán en la memoria el día en que se produjo el descubrimiento, el pasado 14 de septiembre, cuando una centenaria predicción de Einstein se hizo realidad.
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Alicia Sintes. Profesora del departamento de Física de la UIB
y miembro del Consejo de LIGO
Ya era un lunes muy especial para todos nosotros en la universidad, pero lo sería mucho más. Acabábamos de organizar los Encuentros Relativistas Españoles (ERE2015), el estudiante Alex Vañó había defendido su tesis doctoral, nos visitaban futuros miembros del grupo, había obras en nuestro edificio y, además, ¡acababan de empezar las clases!
“Todo parecía muy extraño: ¡La señal era clara, de libro de texto!”
Me cuestionaba si volvían a poner a prueba a la colaboración con otra inyección artificial a ciegas. Pero según la información que disponíamos, el sistema de inyecciones estaba desconectado. Lo que era cierto es que la sensibilidad de los detectores ya era muy buena, en comparación con la de los detectores LIGO de primera generación. Advanced LIGO en su modo más inicial podía explorar un volumen 27 veces superior al del último periodo de observación de LIGO de finales de 2010.
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Miquel Oliver Alimiñana. Estudiante de doctorado de la UIB
y miembro de LIGO
La experiencia de estar haciendo una colaboración externa en el LIGO Hanford Observatory durante el periodo en el que se detectó la primera onda gravitacional en la historia fue increíble y, para ser sincero, es muy difícil de explicar.
“La primera onda gravitacional en la historia fue increíble, muy difícil de explicar”
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Unas horas después le pregunté a Michael Landry, mi tutor en el observatorio, si podía comunicarme por Skype con Alicia Sintes, mi directora de tesis, para intercambiar impresiones sobre lo que estaba pasando. Lo primero que Alicia quiso saber fue cuál era mi sensación al estar en el observatorio, yo le respondí inmediatamente que la incertidumbre sobre lo que había pasado estaba en todos y cada uno de los que allí nos encontrábamos, pero que la visión general era que en este caso no había sido una inyección de señal sino que algo asombroso había sucedido.
Sascha Husa. Profesor del departamento de Física de la UIB y miembro del Consejo de LIGO
La semana antes había sido frenética ya que teníamos que acabar dos papers en los que llevaba trabajando los últimos veinte meses, para presentar la última edición del modelo de onda de agujeros negros que había estado en el centro de mi investigación durante al menos una década.
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“Preguntar si no era una inyección de hardware era una forma educada de decir ‘qué demonios está pasando aquí”
La mayoría de la redacción estaba hecha y nos fuimos casa. Tenía unos pocos minutos para revisar el correo. Un largo hilo de emails había empezado alrededor de la hora de comer, enviado por Marco Drago, con un título sugerente: un evento muy interesante en ER8 (el periodo de ingeniería 8, el periodo actual de pruebas, que acabaría convirtiéndose en periodo de observación).
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Xisco Jiménez Forteza. Estudiante de doctorado de la UIB
y miembro de LIGO
Todo empezaría aquel 14 de septiembre de 2015, cuando lo poco probable se hizo posible. En mi caso ese lunes transcurrió de forma normal. Desconocía que una colisión de dos agujeros negros a unos 1470 millones de años luz de distancia había producido un minúsculo tintineo en nuestros detectores, lo que se convertiría en el más gran terremoto científico de la física de ondas gravitacionales. ¡Ya las teníamos aquí!
“Era lo que tantas veces habíamos simulado
y representado en nuestros modelos”
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“Era lo que tantas veces habíamos simulado y representado en nuestros modelos”
En la pantalla del ordenador me mostraba una gráfica que provenía del detector de Hanford, que nunca había visto y que no requería de más explicación que la visual. Se trataba de la evolución y crecimiento de la frecuencia en el tiempo de las ondas gravitacionales hasta alcanzar su máximo en la colisión o merger. Era aquello que tantas veces habíamos simulado y representado como modelos teóricos en nuestros ordenadores, ahora visto como una señal real en el detector.