Este artículo se publicó hace 16 años.
Los salmones erosionan los ríos tanto como el agua
Estos peces son responsables del 50% de los cambios de lugar de los sedimentos en su hábitat
En cuestión de muertes honrosas, los salmones constituyen la aristocracia de la naturaleza. Después de una vida relativamente tranquila en el mar, emprenden un último viaje, salvaje y hermoso, de regreso a los ríos donde nacieron. Recorren distancias de cientos de kilómetros y nadan contracorriente para desovar a más de mil metros sobre el nivel del mar. Tras el viaje, exhaustos y con el relevo para la siguiente generación entregado, esperan la muerte.
Ahora, un artículo publicado en Geophysical Research Letters proporciona nuevos datos que ilustran la violencia del último viaje de los salmones. Un grupo de investigadores de la Universidad de British Columbia en Vancouver (Canadá) dirigido por Marwan Hassan afirma que estos peces levantan tantos sedimentos del fondo de los cauces fluviales donde ponen sus huevos como la misma corriente, inundaciones primaverales incluidas. Según los investigadores, el efecto de miles de salmones remontando un río para poner sus huevos puede alterar de manera drástica la forma del lecho de ese río e influir en la salud de los ecosistemas.
Cuando los salmones, después de haber superado desniveles de hasta 2.000 metros, llegan a su destino, comienzan a cavar con sus colas un agujero ancho y poco profundo en el que poner los huevos. En este proceso, cada pez puede remover varios metros cúbicos de arena y grava.
Los pequeños trozos de material que levantan los salmones con su trabajo quedan en suspensión durante un tiempo suficiente para que el agua pueda llevarselos un pequeño trecho corriente abajo. Estos ligeros cambios, realizados por millones de salmones y repetidos año tras año, provocan intensas transformaciones.
Para conocer el alcance de la labor excavadora de los salmones, los investigadores repartieron partículas magnetizadas a lo largo de los espacios donde desovan los salmones en cuatro torrentes de montaña de la región canadiense de British Columbia. Tras recuperar estas partículas con trampas para sedimentos, los científicos pudieron calcular que los salmones eran responsables de hasta un 50% de la migración de sedimentos de cada uno de esos ríos, haciendo más profundos los cauces en la cabecera y rellenándolos corriente abajo.
Según explican los investigadores, el trabajo de estas dragadoras animales son positivas para el resto de los habitantes de los torrentes. Cuando remueven sus lechos para hacer un hueco donde colocar sus huevos, los salmones ayudan a oxigenar sus aguas y mejoran así la salud de todo el ecosistema.
Cuando se plantearon realizar este estudio, sus autores tenían la intención de mejorar las técnicas de restauración de los ríos que ya existen en Canadá. Como explicó a Science el autor principal del estudio, Marwan Hassan, un plan de restauración que no tenga en cuenta la influencia de los salmones en la transformación de los ríos “puede no dar en el clavo”.
Tanto en Canadá como en EEUU han aparecido varios estudios que indican que los proyectos de restauración de cauces fluviales basados sólo en variables físicas no han logrado mejoras medioambientales. A la vista de este estudio, otros investigadores se plantean la importancia de tener en cuenta la influencia de grandes peces como el salmón en la evolución de los paisajes fluviales.
Otros animales
Los salmones no son los únicos animales que cambian el ecosistema que habitan. Otros, como los elefantes, provocan cambios incluso mayores. En África, transforman zonas boscosas y de sabana en pastizales, y las sendas por las que transitan pueden acabar convirtiéndose en cortafuegos.
Como en el caso de los salmones, estas transformaciones necesitan mucho tiempo, haciendo así que no sean, en general, nocivas para sus ecosistemas. Algo distinto sucede cuando a los animales les da un empujón el ser humano. En Australia, las especies introducidas tras la colonización occidental redujeron de forma dramática los pastos del continente. Investigadores de la Universidad de Colorado (EEUU) han comprobado que la dieta del emú, un ave autóctona, no ha sido tan escasa en hierba desde la última glaciación.
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