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MADRID.-El origen de un cáncer se ha podido ver y seguir por primera vez en vivo, desde la única célula que se multiplica sin control y da lugar a un tumor que se extiende. Los experimentos se han hecho en un modelo animal, el pez cebra, y constituyen una fuente excelente de conocimiento para comprender el origen de los tumores en humanos y su posible tratamiento precoz, señalan los científicos.
Los peces cebra, que se multiplican fácilmente en laboratorio, estaban en este caso modificados genéticamente, tenían un oncogén humano relacionado con el melanoma, el agresivo cáncer de piel, y no tenían el famoso gen supresor de tumores p53. O sea, que sus mutaciones genéticas les predestinaban a desarrollar melanomas, pero no lo hacían en su inmensa mayoría. Además, estaban marcados genéticamente de forma que las células se volvieran fluorescentes cuando un determinado gen se expresara en ellas.
“De vez en cuando veíamos un punto verde en uno de los peces”, explica Leonard Zon, director de los experimentos en el Hospital Infantil de Boston, de la Universidad de Harvard. “En todos los casos se convirtieron en tumores”. Este es un gen que señala, en los peces, que se ha activado el programa que hace que la célula vuelva a su infancia, a ser célula madre. Este programa solo se activa normalmente en una fase corta del estado embrionario del ser vivo, pero por razones desconocidas se activa, aunque raramente, asimismo en células del adulto. “Lo interesante de este grupo de genes es que también se activan en el melanoma humano”, explica Zon.
Así, una célula normal pigmentada de la piel del pez, un melanocito, que da lugar a sus rayas características, se había convertido en una célula embrionaria de este mismo tipo. Señalaba un cambio en el destino de la célula, una reprogramación embrionaria que está en el origen del tumor.
El misterio de por qué las células pueden tener mutaciones asociadas al cáncer, como sucede en casi todos los lunares, pero no ser malignas se ha resuelto en parte. “Encontramos que el cáncer se origina después de la activación de un oncogén o la pérdida de un gen supresor de tumores, y lo hace a través de un cambio en una sola célula”, explica Charles Kaufman, coautor del trabajo, que se publica en la revista Science. Los investigadores creen que un tejido normal tiende al cáncer cuando, por alguna razón, se dan cambios genéticos como los introducidos en este caso en los peces, pero que el cáncer solo se desarrolla cuando una de las células del tejido revierte a su estado primitivo y empieza a dividirse, y que este modelo puede ser aplicable a todos los tipos de tumor.
Los experimentos han sido complicados y tediosos, ya que los investigadores tenían que observar constantemente a los peces para grabar en vídeo con un teléfono y seguir a los que mostraban los puntos verdes. No era posible la automatización, pero la recompensa es que en dos casos pudieron ver claramente la célula original y seguir su división, mientras que en varias docenas más de casos la célula, cuando la observaron, ya se había dividido en otras varias.
Los científicos sabían lo que buscaban y fueron recompensados con la confirmación de su hipótesis. Ahora estiman que solo una entre decenas o centenas de millones de células en un lunar puede dar lugar a un melanoma y que el porcentaje es similar en los peces y en los humanos. Sería posible, piensan Zon, Kaufman y el resto de investigadores de varias instituciones distintas que han participado en el trabajo, hacer una prueba genética de las células de cualquier lunar sospechoso para ver si está activado ya o no el programa de regresión embrionaria.
Sin embargo, les queda por saber cómo se activa exactamente este programa, que parece que “marca un punto de no retorno en la carcinogénesis y representa uno de los estados moleculares más precoces relacionados con la iniciación del tumor” señalan los expertos Soufiane Boumahdi y Cédric Blanpain en la misma revista. Añaden estos científicos que el proceso en esta primera etapa podría llegar a tratarse con medicamentos y que, entre otras cosas, falta por encontrar el gen equivalente en ratones y en humanos al gen marcador de la reprogramación embrionaria en los peces cebra, el que daba lugar a los puntitos verdes fluorescentes.
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