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El murciélago que voló sin radar

Hallan el ‘eslabón perdido’ de los mamíferos volantes. Vivió hace 52 millones de años y carecía de eco de ultrasonidos. 

JAVIER YANES

El murciélago más antiguo que se conocía hasta ayer se diferenciaba poco de los actuales. La estructura craneal del Icaronycteris index, descrito en 1966, indica que este mamífero volador ya poseía ecolocalización, el sónar que permite a estos animales perseguir y cazar insectos en vuelo y en completa oscuridad.

Durante 40 años los paleontólogos han debatido qué fue antes, si la capacidad de volar o la de moverse a ciegas. Lo que quizá no sospechaban los expertos es que la solución al enigma –primero fue el vuelo, luego el sistema de navegación– estaba más cerca del Icaronycteris de lo que hubieran sospechado; concretamente, en el mismo lugar y época: las formaciones de Green River, en Wyoming (EEUU), durante el Eoceno.

El ‘trópico’ de Wyoming

Hace 52 millones de años, la región fronteriza entre los actuales estados de Colorado, Utah y Wyoming disfrutaba de un clima subtropical. Junto a las riberas de sus lagos se asoleaban los cocodrilos, sicomoros se mezclaban con palmeras y entre sus copas revoloteaba el Icaronycteris. No lejos de él pululaba un pariente, de rasgos más peculiares y primitivos: el Onychonycteris finneyi.

Millones de años después, científicos del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York (EEUU), la Universidad de Michigan (EEUU), el Museo Real de Ontario (Canadá) y el Instituto Senckenberg de Frankfurt (Alemania) han podido rescatar los restos del Onychonycteris y publicar su ficha completa en Nature, con los honores de proclamarlo el mamífero volador más antiguo conocido hasta ahora. La directora del estudio, Nancy Simmons, tuvo un flechazo con el fósil: “En cuanto lo vimos, supimos que era especial”.

Lo era: garras en los cinco dedos –y no en uno o dos, como los actuales–; patas traseras largas y delanteras cortas –similares a los mamíferos que se cuelgan, como perezosos y gibones–; quilla ósea y largos dedos –indicativos de la capacidad de volar–; una cola que probablemente servía como vela o timón; y un cráneo sin rastro de estructuras ecolocalizadoras, que permiten a los murciélagos actuales modelar el paisaje que les rodea por el eco rebotado de los ultrasonidos que emite su laringe. Para Simmons no hay duda: “Por fin tenemos una respuesta; el vuelo evolucionó primero y la ecolocalización, después”.

Modelo obsoleto

Los investigadores proponen que la vida del pequeño Onychonycteris –de unos 15 centímetros de longitud de cabeza a cola– no era fácil. Su escalada debía ser más ágil que su vuelo, tal vez limitado a una mezcla de aleteo y planeo que no le debía llevar muy lejos. Gregg Gunnell, coautor del estudio, sugiere que el animal era un commuter, término inglés que se aplica a quienes viajan cada día de una población a otra para acudir al trabajo: “Volaban a un lugar para alimentarse y regresaban al nido”, dice.

Sin sónar y con su torpe vuelo, el Onychonycteris bregaba con la tarea de atrapar los insectos del suelo, mientras su primo aventajado, el Icaronycteris, hacía filigranas aéreas y cazaba con radar. Para infortunio del Onychonycteris, la naturaleza ya había lanzado un nuevo modelo.

 

Pese a su escaso parentesco, los murciélagos suelen imaginarse como los ‘primos pilotos’ de los ratones. Sin duda, su dominio del aire les granjeó un gran éxito evolutivo –hoy son la quinta parte de todos los mamíferos–. Pero la evolución también se replantea. Sin renunciar al vuelo, el murciélago neozelandés ‘Mystacina tuberculata’ usa sus alas plegadas como patas, caza en tierra y cava madrigueras. Según el biólogo Jared Diamond, es “el intento de los murciélagos de producir un ratón”. 

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