Este artículo se publicó hace 13 años.
La malaria más rebelde
Esta afección cuesta la vida a unas 800.000 personas al año. Medicamentos y mosquiteras resultan imprescindibles
Soum Kan llevaba un par de días sintiéndose mal. Fiebre y dolor de músculos lo habían obligado a quedarse en casa. Al tercer día decidió hacerse la prueba. Un pequeño pinchazo y a los diez minutos tenía el resultado. No era malaria.
Kan no sabía que hoy es el Día Internacional contra el Paludismo, como también se conoce a esta enfermedad que cada año mata a 800.000 personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tampoco entiende por qué merece un día especial. A sus 16 años ya la ha tenido al menos siete veces. "No recuerdo muy bien cuántas han sido, suelo tenerla cuando voy a la jungla a trabajar. Pero esta vez no me sentía tan mal como otras veces. No he tenido tanto calor", dice. Kan no es el único reincidente en su aldea, Steung Keo, donde el 90% de los habitantes ha tenido alguna vez la malaria, una enfermedad provocada por el parásito Plasmodium y que se transmite por la picadura de mosquitos. La mayoría de sus 6.000 habitantes la pasa varias veces al año y algunos la tienen crónica.
Los tratamientos inacabados propician que los fármacos dejen de ser efectivos
Camboya es uno de los países del sudeste asiático con mayor incidencia de paludismo, a pesar de que durante la última década los casos han caído desde los 200.000 del año 2000 a los 50.000 que se registraron en 2010. La mayor parte de las infecciones son por el Plasmodium falciparum, el más mortífero de los cuatro tipos de malaria existentes, que el año pasado causó 135 fallecimientos en el país. Pero Camboya preocupa especialmente porque es el origen de la resistencia a la mayor parte de medicamentos contra el paludismo. "Tenemos un problema serio en la frontera con Tailandia, porque los parásitos se vuelven resistentes y luego se propagan por otras zonas", asegura Doung Socheat, director del Centro Nacional contra la Malaria.
Según la OMS, las mutaciones que sufren los parásitos en esta región son la causa de que muchos tratamientos hayan dejado de ser efectivos en lugares tan lejanos como África. El último en encontrar problemas para enfrentarse a los rebeldes parásitos de la frontera entre Tailandia y Camboya ha sido la artemisinina, considerada la sustancia más eficaz contra la malaria de tipo falciparum.
El desarrollo de resistencias a los medicamentos en esta zona se debe principalmente al mal uso de los fármacos, ya que los tratamientos no se toman en su totalidad y las drogas son a menudo ilegales. "Intentamos controlar los medicamentos que se distribuyen, pero es casi imposible saber qué están dando los médicos privados", asegura Chet Ko, responsable del programa contra la malaria en el distrito de Steung Keo. En el caso de la artemisinina, el uso extensivo de tratamientos basados sólo en este compuesto, mucho más barato que las drogas combinadas con otras antipalúdicos, ha favorecido las resistencias.
El uso que se realiza de las mosquiteras es a menudo defectuoso
Para acabar con este mal uso, el Gobierno camboyano comenzó el año pasado una campaña para cerrar las farmacias no acreditadas. La acción, sin embargo, se ha centrado en la capital, Phnom Penh, y en la franja afectada por la resistencia a los medicamentos. En el resto de las zonas rurales sigue habiendo farmacias ilegales.
Reparto de mosquiterasEl programa para acabar con el paludismo no se limita a su región más problemática. Al menos tres millones de camboyanos, de un total de 14, viven en zonas próximas a selvas, donde el riesgo de contagio es alto. El objetivo es erradicar la enfermedad con un programa que llevará mosquiteras, medicamentos y test rápidos a casi todas las provincias del país. No es el primero. El reparto de mosquiteras se ha hecho durante los últimos diez años, pero su uso es a menudo defectuoso. "Algunos duermen encima, otros las guardan para sus invitados, pero ellos no las usan. Ahora mismo un 70% de la población tiene mosquiteras, pero sólo un 30% las usa correctamente", asegura el director del Centro Nacional contra la Malaria.
"Es imposible ir a la jungla y volver sin malaria", asegura un joven
Las mosquiteras, además, no satisfacen las necesidades de todos los habitantes. En regiones como Steung Keo, donde la jungla es su principal medio de vida, necesitan hamacas especiales para protegerse. "Es imposible ir a la jungla y volver sin malaria. Los pocos que vuelven sanos tienen mucha suerte", asegura Nget Tuo, un joven de 30 años que lleva diez adentrándose en la jungla entre una y dos veces mensuales. "Sólo en dos ocasiones no la tuve. En todos los demás viajes, he caído enfermo".
Como el resto de los habitantes de Steung Keo, Nget Tuo sólo tiene la madera para poder sobrevivir. Debe andar al menos una jornada para llegar hasta las zonas con mejor madera, por lo que se queda varios días y duerme a la intemperie. "Cada vez que caigo enfermo, me digo que nunca más volveré al bosque, pero no tengo nada más para vivir", afirma Tuo, quien ha visto a varias personas del pueblo morir del "gran golpe de calor", como ellos lo llaman.
"El problema es que ellos no se quieren gastar el dinero en comprar hamacas especiales. El Gobierno nos ha dicho que nos va a enviar, es la única manera de que las usen", asegura Chet Ko desde el centro de salud del pueblo.
La lucha contra la supercheríaUno de los principales desafíos en la lucha contra la malaria son las creencias arraigadas de la población. Cuando se sienten mal, muchos acuden a curanderos y magos para eliminar los fantasmas antes de ir al centro de salud. "Cada vez entienden mejor que la enfermedad la causa la picadura del mosquito y no los espíritus. Pero a veces pierden tiempo yendo primero al curandero", asegura el director del Centro Nacional para la Malaria.
Dentro de esta concienciación son fundamentales los Voluntarios de Salud Rural, ciudadanos que enseñan a sus vecinos cómo protegerse de las picaduras. "Yo les digo que deben dormir siempre debajo de la mosquitera y que en cuanto se sientan mal vayan al médico a hacerse un test; no al curandero", asegura Yum Tong, que ha estado diez años concienciando a sus paisanos.
Srey Thea, una mujer de 60 años, fue una de las más difíciles de convencer. No podía creer que el mal espíritu que le provocaba las fiebres fuera sólo un mosquito. Cuando caía enferma, visitaba a su krou khmer, como se conoce a estos médicos espirituales. La última vez no consiguió restablecerse y la llevaron al centro de salud. Desde entonces, duerme con la mosquitera, aunque en su casa aún tiene tres pequeños altares donde coloca comida e incienso para que sus antepasados la protejan. "Me sigue sin gustar dormir bajo la tela dice Thea refiriéndose a la mosquitera, pero yo lo único que quiero es que no me vuelva a dar el calor".
La ciencia acecha a la enfermedadLa reducción de la incidencia de la malaria es uno de los Objetivos del Milenio que se ha propuesto la ONU para erradicar la pobreza en 2015. La Organización Mundial de la Salud (OMS) es aún más ambiciosa y pretende que en esa fecha el número de muertes por la enfermedad sea cercano a cero con programas que llevan mosquiteras, medicamentos y test rápidos a las zonas de mayor incidencia. El objetivo queda aún lejos, ya que en 2009 se registraron 225 millones de infectados y cerca de 800.000 muertes. El último informe sobre la malaria de la OMS apunta sin embargo a una notable mejoría en 43 países, 11 de ellos africanos, donde la reducción de casos en los últimos años ha superado el 50%. Aún no existe una vacuna contra el paludismo, aunque en 2009 comenzó el primer ensayo internacional que ha llegado a unos 16.000 niños de siete países africanos. Los primeros resultados apuntan a un 50% de efectividad.
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