Este artículo se publicó hace 16 años.
'Fiambres' para el progreso médico
Un libro revela los innumerables usos de los cadáveres donados para la investigación y docencia de la medicina
Hoy día es raro ver un cadáver excepto si el fallecido es alguien cercano. Los cementerios están a las afueras de las ciudades y los muertos se velan en edificios impersonales diseñados al efecto. Después se incineran o se entierran, y la vida sigue. Podría decirse que la muerte no tiene más sentido que provocar pérdida y dolor en los que se quedan. ¿O no?
La periodista estadounidense Mary Roach se embarcó en 2002 en una insólita tarea: reivindicar el papel de los cadáveres en el avance de la medicina. Fruto de su investigación es el libro Fiambres. La fascinante vida de los cadáveres, en el que cuenta qué se hace con los cuerpos donados a la ciencia, una práctica habitual en los países anglosajones y más rara en España, donde la cifra de cuerpos cedidos no supera los 300 al año, según explicó a Efe recientemente el catedrático de Anatomía de la Universidad de Valencia Francisco Martínez Soriano.
Si la Sociedad Anatómica Española quisiera hacer una campaña para fomentar este acto científico, quizás debiera repartir el libro de Roach, que se tradujo al castellano a finales de 2007. La escritora consigue transmitir lo útil del uso de los cadáveres en investigación. Y, encima, lo hace con humor. Es la desdramatización de la muerte hecha literatura, como la serie A dos metros bajo tierra lo fue en el campo audiovisual. De hecho, el libro de Roach, en inglés, sale en una de las últimas temporadas de la teleserie.
La obra deja claras sus intenciones desde el mismo primer párrafo: "Estar muerto es un poco como viajar en un crucero. La mayor parte del tiempo la pasa uno tumbado boca arriba". Y añade: "Si yo tuviera que embarcarme en un crucero, preferiría que fuera uno de esos de exploración, en los que los pasajeros puedan aportar su granito de arena a las investigaciones del equipo científico a bordo".
Donar el cuerpo a la ciencia -decisión que tomó, por ejemplo, el periodista Eduardo Haro Tecglen, fallecido en 2005- sirve para que los médicos aprendan más sobre la anatomía del cuerpo humano, para que, por ejemplo, las operaciones quirúrgicas sean más sencillas en un futuro.
Lo explica, en uno de los primeros capítulos, un cirujano alumno de un curso de cirugía estética que incluye prácticas con cabezas decapitadas de varios cadáveres: "Hay estructuras que ves siempre, durante las intervenciones y que no sabes muy bien qué son, por lo que nunca te atreves a cortarlas".
Para el profesor de ese mismo curso, el director del Departamento de Servicios Anatómicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland (EEUU), Ronn Wade, un quirófano con pacientes vivos es "el peor sitio para practicar una nueva técnica". La razón: "Si ha de haber una cabeza de turco, mejor que sea la de un turco muerto".
Pero no sólo la cirugía se ha beneficiado de los cadáveres donados a la ciencia. Si hoy en día, un ser humano es capaz de sobrevivir a un choque frontal en un vehículo que viaja a 100 kilómetros por hora es gracias a los experimentos hechos con cadáveres, que han permitido saber dónde y cómo colocar los airbags.
En España, toda persona puede optar por donar su cuerpo a una facultad de Medicina, por supuesto siempre que sus órganos no sean aprovechables. Por esta vía, es la institución académica la que se hace cargo de los gastos de manipulación y traslado del cadáver. La web de la Sociedad Anatómica Española incluye los formularios necesarios.
A pesar de los resultados de su concienzuda investigación -sin duda favorable a la cesión de los cuerpos inertes a la ciencia-, Roach sólo decidirá en vida donar su cadáver si su marido fallece antes que ella. En ese caso, concluye, "guiñaré un ojo, a poco que pueda, al estudiante que reconozca en mi cuerpo a la autora de Fiambres".
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