Las impresiones están en todos los continentes y se realizaron de una forma similar durante miles de años desde la aparición de los humanos modernos. Manos grandes y pequeñas, esbeltas y toscas, aisladas o en grupo. Gente de todas las edades participaba en el rito, cualquiera que fuese. Apoyaban la palma contra la pared de la cueva y soplaban sobre ella el pigmento. Miles de años después, sus compañeros de especie se devanarían los sesos tratando de entender el significado de aquel código para el que no hay piedra Rosetta.
Ahora, Dean R. Snow, un investigador de la Universidad del Estado de Pensilvania (EEUU), asegura que ha logrado despejar una de las incógnitas que han ocupado a los estudiosos de las pinturas rupestres durante el último siglo. Después de analizar varias imágenes de manos del Pleistoceno, Snow ha concluido que un gran número de esas impresiones fue realizado por mujeres. Este dato, de confirmarse, proporcionaría información sobre el rol social femenino durante la prehistoria y acabaría con el prejuicio (más presente en la cultura popular que entre los estudiosos) de que los hombres eran los protagonistas del arte de las cavernas.
'En las cuevas que he estudiado, en torno al 75% de las manos pertenecían a mujeres', apunta el arqueólogo estadounidense. Aunque por el momento no ha realizado una reflexión profunda sobre el significado de esta mayoría femenina, Snow cree que al menos el dato parece sugerir 'un cierto igualitarismo en aquellas sociedades'.
Para distinguir las huellas de hombres y mujeres, Snow, que aún no ha publicado sus resultados en una revista científica, empleó un sistema basado en una teoría del psicólogo John Manning. Según él, sería posible distinguir un hombre de una mujer comparando las relaciones de tamaño entre sus dedos índice y anular: las mujeres suelen tener ambos dedos de la misma longitud, mientras los hombres, de media, tienen más largo el anular.
Apoyándose en la hipótesis de Manning, Snow tomó medidas a un grupo de descendientes de europeos como referencia -las diferencias entre distintos grupos étnicos son aún superiores a las que existen entre hombres y mujeres de la misma etnia- y comparó sus resultados con las imágenes de manos tomadas en varias cuevas europeas.
Las conclusiones de Snow serían muy relevantes para el análisis de las pinturas del Pleistoceno y las sociedades que las produjeron. Sin embargo, no todos los expertos son tan optimistas sobre la fiabilidad de sus resultados. 'En todas las cuevas hay manos de todos los tamaños y la variabilidad es tal, que no ha sido posible llegar a una conclusión definitiva. Se han realizado estudios y no se han obtenido resultados sólidos', afirma José Antonio Lasheras, director del Museo de Altamira. 'A falta de ver el estudio publicado, me despierta dudas bastante serias', añade.
En cualquier caso, Lasheras cree que no hay motivos para creer que las sociedades prehistóricas fuesen machistas ni que los artistas detrás del arte rupestre tengan que ser todos hombres. 'La segregación por género o el machismo son relativamente recientes', asevera, 'y que nosotros hayamos llegado a minusvalorar algunas actividades que realizan las mujeres no significa que esto haya sido siempre así'. 'La caza mayor, por ejemplo, era cosa de hombres, pero la aportación al grupo de las mujeres a través de la recolección era aún más importante', concluye.
Sergio Ripoll, profesor de Prehistoria de la UNED, ve potencial en la técnica empleada por Snow, aunque cuestiona algunos aspectos de su forma de trabajar, en particular en el estudio preliminar de 2006 en el que se basa el que ahora ultima el estadounidense. Ripoll fue uno de los expertos que dio su opinión a Antiquity, la revista que lo publicó. 'La teoría de Manning parece ser válida, pero en aquel estudio inicial, Snow utilizaba unas fotografías de una calidad muy baja, descargadas de Internet, sin escalas... Para hacer bien este estudio sería necesario fotografiar todas las manos con la misma escala, a la misma distancia, y comparar el mayor número posible', explica.
El propio Ripoll ha puesto a prueba la teoría de Manning y, al menos entre un grupo de alumnos de la UNED, funciona. 'Manning tiene otras teorías, como la que relaciona la longitud del dedo anular y la homosexualidad o el cáncer de mama que parecen poco verosímiles, pero con el sexo parece que puede ser útil', indica.
Desde que se comenzaron a estudiar las pinturas rupestres hace algo más de un siglo, las incógnitas sobre su significado y sus autores se han acumulado. 'En las cuevas de Maltravieso [Cáceres], a las manos siempre les falta el dedo meñique. Y no es que faltase, es que lo volvieron a pintar después para ocultarlo. ¿Por qué? No se sabe. En otros sitios se repliegan algunos dedos, pero siempre aparece la primera falange. Posiblemente se trata de un código, pero no somos capaces de entenderlo', explica Ripoll.
La presencia de una mayoría de manos femeninas podría sugerir algo sobre el código, pero muchos científicos dudan de las conclusiones firmes. 'Se suele decir que la mujer tenía una presencia importante por las venus, esas tallas de mujeres abundantes que se han encontrado y podían indicar un papel importante de la mujer en la sociedad', explica Marcos García, coordinador de Cuevas Prehistóricas de Cantabria.
'El problema es que todas las teorías pueden llegar a ser válidas', añade. 'Hay, por ejemplo, una venus checa en la que se han encontrado huellas dactilares y se ha podido determinar que eran de niño. El problema entonces es saber si el niño fue quien la hizo o quien la utilizó, si era un juguete, o si era un elemento de un rito...'.
En Chongoni, Malawi, los Chewa pintaron sobre las rocas con técnicas tradicionales hasta bien entrado el siglo XX y han dejado uno de los vestigios más feministas del arte primitivo. 'Ese es el único caso conocido de arte rupestre relacionado con ritos con mujeres', apunta Lasheras. El estudio de Snow dibuja un mundo prehistórico en el que las mujeres tenían una presencia mayoritaria en parte del arte rupestre. Confirmar este dato será complicado; desentrañar su significado puede que nunca sea posible.
Desde hace unos 37.000 años hasta hace unos 11.000, algunas de las obras de arte más espectaculares creadas por el ser humano se plasmaron en las cavernas del sur de Francia y el norte de España. Durante 25.000 años, los artistas transmitieron sus técnicas sin grandes cambios.
Gregory Curtis, autor del libro sobre arte rupestre 'The Cave Painters', destacaba en ‘The Newyorker' lo satisfactorio que debía ser el arte de las cavernas para la cultura a la que servía. Es difícil de explicar si no que perdurase durante tanto tiempo sin experimentar grandes cambios, como se puede observar por el dinamismo de los movimientos artísticos posteriores.
Algunas figuras de animales plasmadas en las cuevas del sur de Francia, vistas bajo el parpadeo de las antorchas, parecen moverse como si se tratase de una animación. La aplicación de la perspectiva que lograron los artistas prehistóricos se perdió con la desaparición del arte rupestre y no volvió a recuperarse en Europa hasta la edad dorada ateniense. No extraña que Picasso, después de visitar la cueva de Lascaux, exclamase: '¡Han inventado todo!'.
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