Este artículo se publicó hace 16 años.
Enterrados con su lengua
Cada dos semanas muere el último hablante de un idioma en algún punto de la Tierra
La semana pasada falleció en Alaska Marie Smith Jones, un mujer de 89 años que fumaba como una chimenea. Con ella, se apagó un idioma. Smith Jones era la última hablante de eyak, una lengua utilizada durante siglos por los aborígenes del sur de Alaska.
Si no falla la estadística, la semana que viene morirá, en algún punto del mundo, otro último hablante. Los lingüistas asumen que en el próximo siglo desaparecerá el 50% de las 6.000 lenguas del planeta, lo que deja un balance de un idioma muerto cada dos semanas.
El fallecimiento de un idioma es proceso muy complejo, pero suele estar relacionado con la acometida de una lengua verdugo -como el inglés, el español o el árabe-, que irrumpe en los hogares tras la llegada de la televisión, un auténtico "gas nervioso cultural", según el lingüista Michael Krauss, que trabajó con Marie Smith Jones para rescatar el eyak. Unos pocos idiomas han acabado con la mayor parte de los 140.000 que han existido en la Tierra. En la actualidad, el 96% de la población mundial habla sólo el 4% de las lenguas.
Fósiles culturales
En el vórtice de esta gran extinción intelectual, los últimos hablantes se han convertido en mitos vivientes. En realidad, como explica el investigador del Instituto de Filología (CSIC) Ignacio Márquez, una lengua no muere con el último emisor, sino con el penúltimo: "La lengua del último hablante es un soliloquio". Puede morir, incluso, con el antepenúltimo. En noviembre del año pasado, dos ancianos mexicanos, los únicos parlantes de una variante del idioma zoque, dejaron de hablarse tras una pelea. Con el berrinche, sucumbió su lengua, desprovista de su principal función: comunicarse.
Es un caso aislado. Los últimos hablantes son conscientes de que son los únicos depositarios de la cultura de su pueblo. Como dice Márquez, "son una bendición, la última oportunidad de escuchar el sonido de una lengua". Muchos lo saben. Como el aborigen australiano Alf Palmer, que recibió a un lingüista japonés con una frase histórica: "Soy la última persona que habla warrungu. Cuando yo muera, la lengua morirá. Te enseñaré todo lo que sé, así que anótalo correctamente".
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