Darwinismo cultural, el principio del fin
Un polémico científico dice que la selección natural destruirá la sociedad
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El estadounidense Paul Ehrlich no es un desconocido en la comunidad científica. En 1964 dotó de cimientos empíricos a la doctrina de la coevolución, una idea rescatada del darwinismo: especies distintas pueden influirse recíprocamente en sus caminos evolutivos para beneficio mutuo. Ehrlich demostró este efecto entre plantas y mariposas.
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Al margen de la botánica y la entomología, este profesor de la Universidad de Stanford pasa por ser el moderno Thomas Malthus, el economista inglés cuyas teorías sobre la insostenibilidad del crecimiento de la población inspiraron a Darwin para definir su teoría evolutiva: si los recursos no fuesen limitados, difícilmente habría competencia ni, por tanto, selección natural.
Ehrlich es noticia por un estudio que publica hoy en PNAS, en el que establece que ciertos elementos culturales de las sociedades siguen un patrón de evolución similar a la selección natural. Pero Ehrlich se ha cubierto de premios gracias a un neomaltusianismo que plasmó en su libro La bomba demográfica, publicado en 1968 y en el que auguraba un cataclismo poblacional para la década siguiente, en la que cientos de millones de personas morirían de hambre a causa del fin de los recursos. Muchas de sus predicciones resultaron equivocadas. Sin embargo, Ehrlich es un icono para las corrientes más catastrofistas en el análisis de la situación mundial, incluida la que él mismo cofundó a través del grupo Zero Population Growth (Crecimiento Cero de Población), hoy Population Connection.
Control demográfico
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Si eran dignas de encomio las proclamas de Ehrlich abogando por la educación y el fomento de la mujer en los países en desarrollo, como instrumentos para moderar la demografía, son más discutibles sus apoyos a políticas de restricción de natalidad como la de China, su negativa a reconocer que tener hijos sea un derecho, e incluso la defensa de la esterilización forzada como método para contener la bomba demográfica. “Requerirá decisiones quizá brutales y desalmadas. El dolor puede ser intenso. Pero la enfermedad está tan avanzada que sólo la cirugía salvará al paciente”, escribía Ehrlich para justificar sus drásticas propuestas.
Ahora, junto a la investigadora Deborah Rogers, el controvertido Ehrlich ha examinado cómo el diseño de canoas en 11 culturas de la Polinesia ha variado desde la colonización del Pacífico, hace 3.000 años, hasta las exploraciones europeas. Los autores descubren así que los diseños funcionales tienden a conservarse, dejando en la cuneta las modificaciones que no aportan efecto beneficioso, mientras que los detalles ornamentales están sujetos a mayor variación.
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Hasta aquí, la ciencia; una aportación que la antropóloga Nina Jablonski, de la Penn State University, juzga como “uno de los estudios de antropología más significativos de los últimos 20 años”. Pero al margen del puro dato, las declaraciones de los autores derivan a la doctrina apocalíptica que cultiva Ehrlich: “Sabemos cuáles son los problemas y qué debemos hacer”, apunta. Rogers concreta: “Debemos alinear nuestra cultura con la naturaleza [...] o la civilización se extinguirá por selección natural como un mal diseño de canoa”. Material para el debate.