Papel, imprenta, brújula, pólvora… Son muchos los inventos que China ha dado al mundo en el pasado. Pero, ¿puede este país volver a liderar la innovación mundial, desbancando a EEUU? Éste es el propósito del Gobierno chino, que se ha propuesto convertir la I+D en motor de la economía china en 2020, consciente de que no puede depender de las exportaciones.
“El centro de gravedad de la innovación está cambiando de Occidente a Oriente”, concluye un informe publicado en 2007 por DEMOS. Los grandes desafíos medioambientales y sociales se han convertido en un estímulo para la innovación en los países en desarrollo, como China, donde el rápido crecimiento económico viene acompañado de una infraestructura académica cada vez más sólida.
Desde hace diez años, el presupuesto anual de China en I+D aumenta alrededor de un 20% anual.
Sin embargo, su capacidad de innovación sigue por debajo de países con nivel similar de inversión en I+D, según un informe publicado el mes pasado por la OCDE. La falta de integración entre el sector científico y empresarial, así como las grandes diferencias en capacidad de innovación entre regiones, son los principales obstáculos de un sistema que el informe define como un “archipiélago”: muchas “islas innovadoras”, pero no lo suficientemente interrelacionadas.
Además, la I+D está concentrada en el desarrollo tecnológico; sólo el 5,2% se dedica a la investigación básica, en comparación con el 10 o 20% que dedican los países de la OCDE.
Pero China se mueve rápido. En los últimos 30 años, el número de licenciados y doctores en ingenierías y ciencias se ha multiplicado. Gracias a las mejoras en la movilidad interuniversitaria, una mayor flexibilidad para obtener visados y el aumento del bienestar, cada vez hay más estudiantes chinos en el extranjero. Muchos empiezan a regresar a su país para encontrar trabajo.
“Creo que ahora hay más oportunidades profesionales en China que en Europa o EEUU”, opina Shi Yanru, una joven licenciada en Ingeniería de Fluidos. Shi acaba de regresar de la Universidad belga de Lovaina, donde ha realizado parte de su investigación para el doctorado. “Sólo quería tener una experiencia en el extranjero”, explica Shi.
Para esta joven, existe una diferencia fundamental entre los investigadores occidentales y los de su país. “En Occidente, los estudiantes están interesados en una área científica concreta y le dedican muchos años de estudio”. En China, según Shi, “la mayoría de estudiantes competentes amplían su período de investigación sólo para mejorar el currículum, porque así están mejor valorados por el mercado”.
Muchos licenciados chinos en ciencias prefieren cursar un MBA o hacer carrera en el mundo de los negocios. “El mundo universitario es aún de segundo nivel”, opina Wolfgang Hennig, profesor alemán del Instituto de Biología Computacional de Shanghai, en la revista Science. Según Hennig, la educación científica en China no ha cambiado en los últimos 20 años. “Se basa en memorización y reproducción de conocimientos, más que en iniciativa propia, pensamiento crítico y originalidad”, dice.
Aunque su nombre real era Joseph Needham, en China todo el mundo recuerda a este británico como Li Yue-se. Needham (1900-1995) es uno de los científicos occidentales que más hizo por reconocer los logros científicos de China y por creer en el brillante porvenir de este país.
Doctorado en Bioquímica por la Universidad de Cambridge, Needham llegó a Nanjing, entonces la capital de China, en 1937. Allí entabló un romance con una joven científica china, Lu Gwei-djen.
Ahora se cumplen 60 años desde que Needham empezó a escribir su obra más conocida, ‘Ciencia y civilización en China’, que “causó impacto en la manera en que Occidente mira a China”. Así lo escribe Simon Winchester, autor de ‘El Hombre que amó a China’.
Needham se preguntaba por qué la mayoría del progreso científico de China cesó después del siglo XVI. Una de las respuestas que da es que la capacidad innovadora del país entró en decadencia al convertirse en un imperio unificado, bajo la dinastía Ming, eliminando la rivalidad entre regiones. Mientras, en Europa, fraccionada en estados medievales, la competencia por los recursos y las guerras mercantiles estimularon la aparición de inventos.
Needham también culpó al “feudalismo burocrático” de la China moderna: la preferencia de científicos e intelectuales por convertirse en funcionarios públicos y el miedo a “perder la cara” –cometer errores en público–, un riesgo muy arraigado en la cultura china que limita la capacidad creativa.
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