Este artículo se publicó hace 13 años.
En busca de los secretos de los gigantes jurásicos
Fósiles y cálculos matemáticos ayudan a desvelar algunos enigmas de la anatomía colosal de los dinosaurios saurópodos
Todo el mundo conoce a los saurópodos, aunque pocos sepan llamarlos por su nombre. Nos hemos acostumbrado tanto a la imagen de sus cuerpos globosos, sus patas en columna y sus cuellos de tobogán que los únicos sorprendidos por esta aberrante anatomía parecen ser, paradójicamente, quienes más saben sobre ellos, los paleontólogos.
Una pista sobre la anormalidad de los saurópodos la da la escala. El leviatán de los animales terrestres actuales, el elefante, queda como un cachorrillo frente a aquellas bestias que alcanzaban los 60 metros de longitud como tres tráileres y 120 toneladas 12 elefantes grandes en el caso del Amphicoelias fragillimus, el mayor saurópodo aparecido en la literatura científica.
Según un experto, para elevar la cabeza habrían gastado el 50% de su energía
El gigantismo de estos animales es uno de sus grandes enigmas. Todo en la naturaleza tiene un porqué, y un rasgo como el de acumular 120.000 kilos de carne en un solo cuerpo debe respetar las reglas del juego de la evolución biológica. El científico argentino Diego Pol, del Museo Paleontológico Egidio Feruglio, en la ciudad patagónica de Trelew, está en la posición idónea para ofrecer respuestas. Procedente de los ricos yacimientos de fósiles de la Patagonia, Pol acaba de publicar en la revista PLoS ONE los detalles del Leonerasaurus taquetrensis, un saurópodo de bolsillo: apenas tres metros.
La especie descubierta por Pol es un saurópodo arcaico de comienzos del Jurásico, antes de que estos animales se extendieran por toda la Tierra. "Es una especie muy primitiva que nos ayuda a entender el árbol evolutivo de los gigantes que aparecieron después", señala Pol. Esa condición de eslabón entre los pequeños prosaurópodos y los colosales diplodocus, braquiosaurios o apatosaurios el antiguo brontosaurio podría explicar el porqué de estas montañas de carne.
¿Cabeza alta o agachada?Los paleontólogos encuentran una ventaja a poseer un cuerpo de 120 toneladas: ser el más fuerte del vecindario. Pero cada buena idea puede acarrear efectos secundarios que hay que mitigar con nuevas soluciones. Un herbívoro inmenso necesita toneladas de alimento. Para cosecharlo desde ahí arriba necesita un cuello largo y este es otro de los enigmas de los saurópodos. Aquellos dinosaurios no tenían la suerte de disponer de un mecanismo para elevar su cuello al estilo de la brontogrúa de Pedro Picapiedra. ¿Cómo lo hacían?
Los expertos se dividen. Muchos opinan que la estampa de los dinosaurios de Spielberg asomando el hocico sobre las copas de los árboles es pura fantasía. Según el fisiólogo de la Universidad de Adelaida (Australia) Roger Seymour, los saurópodos habrían consumido la mitad de sus reservas de energía para bombear la sangre cuello arriba. Para Seymour, aquellos gigantes vivían con la cabeza gacha.
Comían como las antiguas aspiradoras de cuerpo pesado y tubo largo
Incluso en este caso, otra limitación era el peso de la cabeza. Los cráneos eran pequeños, lo que imponía mandíbulas y dientes modestos. Esto les obligaba a deglutir el alimento casi sin procesar, pero entonces necesitaban un complejo aparato digestivo, lo que les facilitaba su voluminoso cuerpo.
Así, las piezas parecen encajar. Pero ¿qué hay de la longitud del cuello? En la revista Proceedings of the Royal Society B, el paleobotánico de la Universidad de Yale (EEUU) Andrew Leslie propone que las piñas de las coníferas se hicieron como las conocemos hoy, duras y blindadas, para repeler el mordisco de los saurópodos. Sin embargo, Leslie calcula que el tamaño de estos animales les bastaba para comer de una altura de cinco metros sin levantar la cabeza. ¿Para qué tirar entonces metros y metros de cuello?
La respuesta la dan dos investigadores británicos, Graeme Ruxton, de la Universidad de Glasgow, y David Wilkinson, de la Universidad John Moores de Liverpool. En el modelo matemático que publican en Biology Letters, toman como ejemplo un braquiosaurio de 25 toneladas y nueve metros de cuello para concluir que esta longitud ofrecía al dinosaurio un radio de acción de cosecha que ahorraba un 80% de la energía necesaria con un cuello de sólo seis metros. Ruxton y Wilkinson emplean una analogía con "las aspiradoras de los años 50 a los 70", con un cuerpo central, pesado e inmóvil, y un tubo largo para "abarcar toda la alfombra".
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