Este artículo se publicó hace 9 años.
Los babuinos y uno más
Robert Sapolsky narra en “Memorias de un Primate” sus andanzas por África oriental durante los 20 años que estudió una manada en el Serengueti
Malen Ruiz de Elvira
Actualizado a
MADRID. -Es verdad que los babuinos dedican la mayor parte de su tiempo a actividades sexuales promiscuas y a actividades sociales como espulgarse lo que se incluye en los tópicos, pero también resulta cierto que estos primates se maltratan asiduamente entre ellos, con lo que sería crueldad si habláramos de humanos, y que el tópico del jefe de la manada a quien todos los demás respetan no se cumple muchas veces.
Robert Sapolspky, un prestigioso neurocientífico estadounidense, cuenta en Memorias de un primate (Editorial Capitán Swing) muchas cosas de los babuinos a los que estudió durante más de 20 años en las llanuras del Serengueti keniano pero, sobre todo, cuenta sus experiencias desde que llegó como un joven estudiante sin apenas dinero y tuvo que sobrevivir en un ambiente en el que el estudio de los babuinos pasó a ser el menor de sus problemas cotidianos.
El autor lo hace con gran ironía, muchas veces autocrítica y aparente sinceridad. Sus retratos, tanto de los masai en cuyo territorio habitaba, como de otros personajes que encontró en sus andanzas, bastante amplias, por África oriental, son lo suficientemente ricos como para sobrepasar los tópicos y proporcionar un retrato ameno e interesante de una zona que sigue siendo problemática.
Los entresijos de los campamentos turísticos y hoteles en un país que califica sin ambages de corrupto, los timos sistemáticos a los extranjeros, los problemas de los ganaderos masai con los agricultores kikuyu, las tensiones fronterizas con Tanzania, la presión de los furtivos y la contaminación sobre la fauna africana son facetas de este retrato poliédrico con ribetes de autobiografía que vio la luz en 2002 en su primera edición. También aparecen, como no, y contadas en primera persona, los apasionantes espectáculos que brinda la naturaleza africana, algunos de los cuales no resultan nada agradables para el humano que se pone por medio, pero el libro es más el relato de un viajero que un documental.
Desde que llegó, en 1979, para su primera estancia de varios meses, Sapolsly estudió la misma manada de babuinos, compuesta entonces por 63 miembros. Les dio nombres bíblicos a los más importantes y llegó a considerarse como uno más de la manada. Como científico, el autor reconoce que utilizar términos humanos cargados de connotaciones emocionales para describir la conducta de los animales es algo muy polémico en su campo y con lo que en general no está de acuerdo, pero no puede o no quiere evitar caer en ello algunas veces a lo largo de su narración. Se puede excusar en que está hablando de primates y el ser humano es un primate, de ahí el título del libro. Por esa cercanía, reconoce que la implicación emocional con “sus” babuinos, a los que tenía que dormir con dardos anestésicos para extraerles sangre pero en cuya vida no podía inmiscuirse, resultó inevitable hasta el sorprendente final.
Claro que Sapolsky recuerda que él de pequeño quería estudiar a los gorilas, o si no, a los chimpancés, tan en boga en aquellos años por la labor de Louis Leakey, al que define irónicamente como “protector de primatólogas”. Su retrato de Dian Fossey, a la que conoció, es emocionante. La critica en muchos aspectos, también dice que se parece a Sigourney Weaver (protagonista de la película Gorilas en la Niebla basada en su vida) como un huevo a una castaña, pero reconoce irónicamente: “Realizó pocas aportaciones científicas dignas de mención, aparte de efectuar una serie de descubrimientos asombrosos a fuerza de perseverancia… era evidente que lo único que deseaba era ser un gorila más”.
A lo largo de los años Sapolsky y muchos otros primatólogos desmontaron tópicos anteriores, como que a un jefe de manada sucede otro que le desafía y derroca tras bastantes años de ostentar el poder. Le tocó observar un largo periodo de inestabilidad que describe así: “Reinaba el caos, abundaban las intrigas y todo el mundo se pasaba horas enteras formando coaliciones que fracasaban en cuanto eran puestas a prueba (….) El número de peleas se disparó, al igual que la cifra de heridos. Nadie comía, nadie se espulgaba y el sexo cayó en el olvido(....). Los tres años siguientes fueron testigos de un desfile inacabable de machos alfa que solo fueron capaces de conservar su rango durante un breve espacio de tiempo”.
También se planteó el autor si la hembra tiene algún poder de decisión sobre el macho con el que se aparea, dado la gran cantidad de parejas que forman los babuinos. Su conclusión es que sí, con límites. No les gusta relacionarse con aquellos que las golpean, por ejemplo, pero no tienen opción frente a parejas mucho más grandes, aunque elaboran estrategias complicadas para conseguir, en lo posible, hacer su voluntad. Como todo extranjero sensible que obtiene algo de los viajes a otros países y anticipándose a posibles críticas, Sapolsky espera no “haber adoptado una actitud explotadora en estos escritos”. “Es lo último que habría querido hacer”, asegura.
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