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La voz de la experiencia entra en el Museo del Prado

Philippe de Montebello ocupará la nueva Cátedra, tras dirigir el Metropolitan

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¿A quién no le gustaría entrevistar al Marqués de Sade o a Napoleón? Sí, habría que inventar primero una máquina del tiempo, pero uno siempre puede amenizar la espera charlando con Guy-Philippe Lannes de Montebello (París, 1936). Su padre era descendiente del mariscal Jean Lannes, uno de los ojitos derechos de Napoleón, y su madre del Marqués de Sade, pero Montebello ha hecho carrera lejos de los jardines de Versalles: dirigió durante más de 30 años el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

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Ahora, tras jubilarse voluntariamente el pasado 31 de diciembre, Montebello no sólo tiene tiempo para dirigir la Cátedra del Museo del Prado, de nueva creación, sino también para reflexionar sobre su exitosa experiencia laboral. E incluso para echar la vista atrás. "¿La primera vez que visité un museo? Cuando iba al colegio en París, en los años cuarenta. Nos llevaron al Louvre. No recuerdo ningún cuadro en concreto, pero fue una experiencia placentera. Salí de ahí con ganas de repetir", explica.

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La brecha digital

Poco después de esta visita, su familia cambió París por Nueva York. Entonces, le picó el gusanillo del arte. "Las ciencias no eran para mí. Eso sí, pintaba especialmente mal", lo que no le impidió, claro, licenciarse en historia del arte en Harvard. En 1963 comenzó su relación laboral con el Met, zanjada, entre otras cosas, porque temía que el museo se anquilosara por su culpa. "Repetir las mismas cosas una y otra vez sin tener en cuenta la reacción del público no es bueno", explica antes de aludir, en un acto de sinceridad, a su falta de pericia con las nuevas tecnologías. "No me interesan suficientemente. A ver, sé lo que es Google y manejo las herramientas más comunes, pero es importante que un director de museo sepa utilizar de un modo más inteligente estos recursos. El museo tiene que utilizar los mismos medios de comunicación que utilizan los jóvenes. Nunca he querido dejar las cosas importantes en manos de los colaboradores. No basta con tener a alguien que supla mis carencias, el director debe de hablar el mismo lenguaje que los visitantes del museo", explica.

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Y es que, a Montebello le preocupa que las nuevas generaciones estén desertando de los museos. "El nivel de los colegios ha bajado, especialmente en el campo de las humanidades. Cada vez interesa menos la historia, y no sólo la del arte. El mundo del mañana es el único que parece importar a los adolescentes. Algunos estudios reflejan que muchos jóvenes estadounidenses no saben contestar a esta pregunta: ¿Qué fue la guerra del Vietnam? No sólo no lo saben, sino que no les da vergüenza reconocerlo", cuenta.

Con todo, más allá de las carencias juveniles, los museos corren hoy día riesgos tan adultos como su conversión en edificios cuyo objeto declarado es atraer turistas (léase el lado oscuro del efecto Guggenheim). "Es peligroso llamar museo a algo que no lo es. Un edificio no es un museo, es una caja. El museo son las colecciones. Una caja vacía puede ser una obra arquitectónica hermosa, pero nada más", razona.

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Por último, Montebello opina sobre una polémica reciente: la subasta de dos piezas de la colección de Yves Saint Laurent reclamadas por el gobierno chino. "Es un asunto muy complejo", explica Montebello, que devolvió obras expuestas en el Met a países como Italia o Egipto. "¿Podemos reescribir la historia? ¿Hasta qué época?", se pregunta.

Entonces, reflexiona brevemente y dispara: "Es un fenómeno vinculado al auge de las identidades nacionales, pero puede que en la mente de los artistas el arte tenga un carácter más universal que nacional. El arte siempre ha estado en movimiento, nunca ha sido puro, nunca ha representado el alma de un país. El arte de un país influye en el arte de otro. ¿El arte producido en un país pertenece para siempre a ese país? ¿Qué países tienen derecho a hablar de herencia y patrimonio? Hay que intentar satisfacer los dos puntos de vista", zanja salomónico.

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