Este artículo se publicó hace 13 años.
El voto feliz
Es el que teme causar una revolución
Tiene que haber voto feliz. En Madrid, en España, en la neofascista Finlandia. Tiene que existir. No puede haber desaparecido en las sucesivas glaciaciones del descontento. Las urnas, sin el voto feliz, se vuelven tan tristes como las cajas de zapatos vacías.
Luis García Montero tiene a su votante perplejo. Yo, que soy muy envidioso, busco a mi votante feliz, para que Montero rabie.
No nos han robado las ideas. Nos han robado las palabras
Lo consulto con mi psicoanalista, que me mira el cerebro en la barra de un bar:
¿Nunca has encontrado al hombre del voto feliz?
Bueno, no. Es una patología rara. No sé si tendrá tratamiento
Es un silencio muy grande, el que extendemos por Madrid
Se lo pregunto a una escritora, rubia y millonaria, que vive en La Florida. En La Florida hay un tío a la entrada que te pregunta a dónde "te diriges", como si uno "se dirigiera". En La Florida los perros no persiguen a los gatos ni los gatos cazan pájaros. No existe el hambre.
O sea, me gusta votar. ¿Pero feliz? No es la palabra. Da un poco de vergüenza, ¿no?, todos con la papeleta del PP
Un voto con vergüenza de clase no es un voto feliz. Es un voto a la defensiva. Un voto que teme que, por la pequeña ranura de la urna, quepa una diminuta revolución, o volición, social.
Ese voto explica por qué siempre son los directores del Fondo Monetario Internacional (FMI) los que violan a las camareras, cuando nunca se ha visto a camarera alguna violar a un director gerente del FMI.
Me voy a Carabanchel, en busca del voto feliz. Presumo que, si existe el voto feliz, debe de andar por la izquierda. La izquierda real, obrera e hipotecada hasta los huevos, nunca tiene nada que perder. Nada material. Y, dice el dicho, la esperanza es lo último que se pierde.
Pero es que, en Madrid, la palabra esperanza ya no se usa. La Esperanza es ya solo una marca electoral.
Qué razón llevas, viejo amigo carabanchelero. Lo que nos han robado no son los ideales ni la libertad ni la inteligencia ni la juventud ni la democracia. Nos han robado las palabras. Nos han dejado los ojos para mirar lo que hacen los banqueros y los estadistas y los hijos de puta y los presidentes del Fondo Monetario Internacional. Pero nos han arrebatado la palabra para poder decirles las cuatro cosas que se merecen.
Es un silencio muy grande, el que extendemos sobre Madrid, sobre España, sobre la neofascista Finlandia. Ni me dejan diagnosticarte, voto feliz, que tu incurable enfermedad es que naciste muerto.
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