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Traducción simultánea

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Buena la ha hecho la Generalitat Valenciana por aplicar el ingenio a la educación. Dispuesto el Gobierno del Partido Popular a llevar a cabo su cruzada contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y sin mayores argumentos para oponerse a lo que, a todas luces, es beneficioso para formación de un adolescente, el Govern de Francisco Camps topó con la fórmula magistral de hacer que las clases se dieran en inglés. Peor habría sido elegir la lengua de Shakespeare para la Literatura española, digo yo, pero como esperpento no está nada mal.

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Tan gran nivel alcanza el disparate que la manera mejor que se les ocurrió a los próceres valencianos para arreglarlo no fue otra que la de poner dos profesores en clase: uno que anima a comportarse como miembros de la polis, pero en inglés, y otro que vierte las lecciones al castellano. Habida cuenta de que el catalán –perdón, el valenciano– es también lengua oficial en esa comunidad, tal vez habría sido mejor subir hasta tres el número de los docentes. En época de mucho paro, cualquier remedio capaz de aliviarlo llega como agua de mayo.

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Pero lo más hermoso de la idea del Ejecutivo valenciano, capaz de dejar a Marcel Duchamp reducido al papel de aprendiz, es que no tiene por qué limitarse a algo tan manido como la enseñanza en colegios e institutos. Sería magnífico extender la iniciativa, por ejemplo, a las Cortes, ofreciendo traducción simultánea que permitiese a cualquiera entender las soflamas de portavoces y diputados sin más que verter los eufemismos, las paráfrasis, los insultos y los errores sintácticos a un castellano
digno de tal consideración. Verdad es que, de tal suerte, un discurso de media hora igual podía reducirse a un simple “hasta luego, Lucas”, pero la concisión es una virtud en sí misma y, en política, un premio inesperado.

Voces envidiosas se han levantado condenando a Camps y a sus consejeros por el hallazgo de la traducción simultánea como arma política. Sostienen los críticos que las peleas barriobajeras no han de hacerse usando a los escolares como arma arrojadiza y víctimas, todo a la vez. Pero ya dijo Fidel Castro que no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos. Que lo que se rompa sea en este caso toda una generación de bachilleres
importa poco si comparamos esa minucia con la gloria de los padres de la patria.

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