Por Eduardo García
Pasar un día completo con el presidente de Bolivia, el izquierdista Evo Morales, requiere una gran dosis de resistencia.
Morales, un indígena aymara que ha introducido una batería de controvertidas reformas para dar a la mayoría pobre de su país mayor poder y ha colocado al Estado al mando de la economía, es un hombre hiperactivo.
Usualmente empieza el día reuniéndose con diplomáticos o funcionarios de Gobierno a las seis de la mañana y casi siempre concluye pasada la medianoche.
escuchando los discursos de Morales casi a diario - no ha estado de vacaciones y no es inusual para él visitar tres o cuatro pueblos lejanos en el mismo día.
Hoy es uno de esos días.
Morales, quien en su niñez fue pastor de llamas y nunca terminó la escuela secundaria, se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia en 2006.
Es apoyado por la mayoría pobre, que se identifica con su historia y se ve beneficiada con el gasto social que está haciendo su Gobierno. Sin embargo, es mal visto por la clase media que teme termine convirtiendo a Bolivia en la peor versión de la Cuba de Fidel Castro. Sus críticos lo ven como un "socialista peligroso".
El día que pasamos juntos, Morales vestía vaqueros, una arrugada camisa de manga corta y zapatillas sin marca. Estaba de buen humor, amable y se preocupaba poco del protocolo, llamándome "compañero" o "hermano" y, a veces, simplemente con un "¿cómo es jefe?".
AGENDA FRENETICA
"No se cómo puede (...) él aguanta, pero yo a veces no puedo. Ahora tengo soroche -mal de altura-", dijo un ayudante cercano a Morales cuando le pregunté sobre su frenético ritmo que, muchas veces, incluye viajes desde el altiplano andino hasta tierras bajas y viceversa.
el favorito para ganar las elecciones presidenciales de fin de año - y su séquito en un acto de campaña a las siete de la mañana en la ciudad de El Alto, en las afueras de La Paz.
"Evo gobierna, juega y no se cansa", gritaban cientos de partidarios mientras él jugaba fútbol tras el acto.
Luego, viajamos en avión a la capital constitucional de Bolivia, Sucre, donde abordamos un helicóptero hacia Tinguipaya, una pequeña aldea quechua de casas de adobe en la región altiplánica de Potosí, donde ningún presidente boliviano había llegado antes.
Después de ese acto, viajamos a la localidad sureña de Tarija, donde presidió una ceremonia de premios de un torneo de fútbol. Luego, volvimos a volar, esta vez a la ciudad norteña de Cobija. En el avión, Morales se jactaba del gol de penalti que anotó.
"Engañé al portero. ¿Vieron?", nos preguntó.
un país de casi 10 millones de habitantes aproximadamente del tamaño de Francia y España juntos - viajando en coche, helicóptero y avión.
Morales, un soltero de tupido pelo negro y piel cobriza, cumpliría 50 años al día siguiente a nuestro viaje.
"¿Presidente, cómo celebrará su cumpleaños?", le pregunté.
"No puedo. Está prohibido", me respondió. "Tengo que trabajar. Tengo una reunión a las cinco de la mañana (...) tiene que estar allí compañero, a ver si me aguanta (el ritmo)".
"No creo que pueda. Estoy agotado", le contesté.
Durante el viaje, Morales apenas comió. Sólo bebía agua y devoraba unas pastillas de propóleos. Cuando le dije que estaba hambriento llamó inmediatamente a un asistente que nos trajo un envase descartable con tibios trozos de carne de res y papas.
Sin perder tiempo, Morales; el fotógrafo de Reuters en Bolivia, David Mercado; un oficial del Ejército y yo comíamos con las manos y tomábamos refrescos. Fue un banquete de clase trabajadora dentro de un avión presidencial.
En Cobija se reunió con funcionarios del Gobierno, cenó con partidarios y finalmente presidió una segunda ceremonia deportiva.
Tras 10 horas de viaje a través de todo el país, este fanático del fútbol todavía no mostraba señales de cansancio y decidió cambiar su agenda y jugar otro partido de fútbol.
Finalmente, en el vuelo de regreso a La Paz, se quedó dormido durante poco más de una hora. Llegamos al aeropuerto de El Alto a la una de la mañana.
"Compañeros. A las cinco de la mañana en Palacio (de Gobierno). No me fallen", nos dijo antes de despedirse.
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