Este artículo se publicó hace 14 años.
Los terribles crímenes de un anciano venerable
Antonio Avendaño
La propiedad es sagrada, pero unas veces es más sagrada que otras. Los bienes incautados a los partidos y sindicatos en la guerra y la inmediata posguerra les fueron restituidos tras la muerte de Franco, pero no sucedió lo mismo con los bienes confiscados en ese mismo periodo a las decenas de miles de víctimas de la represión económica franquista. Tan incontestable asimetría no es sólo jurídica; es también moral. Pero seguramente no tiene arreglo porque para que lo tuviera habría que poner patas arriba medio país y todo un Estado.
La derecha española ve con incomodidad moral e inquietud política la clase de ejercicios de recuperación de la verdad como el emprendido por las universidades andaluzas bajo la dirección del profesor Fernando Martínez. Puesto que tampoco puede impedirlo, a la derecha no le importa demasiado que se escarbe en el pasado mientras esas averiguaciones no sobrepasen los muros académicos. Sin embargo, se pone de los nervios cuando esa verdad universitaria se airea en la plaza pública, se pasea por los periódicos, merodea por las escuelas y amenaza con incorporarse a la memoria colectiva del país.
El franquismo fue un régimen criminal, aunque su malvada energía fuera menguando para acabar pareciéndose a esos ancianos detenidos decenios despues de haber sido comandantes de un campo de exterminio. El franqusimo final tenía algo de esos ancianos cuya inofensiva apariencia camuflaba la ferocidad de antaño: es en ese franquismo desdentado, terminal y casi venerable en el que se complace nuestra derecha, ocultándose a sí misma la terrible verdad del pasado. Un anónimo escuadrón de profesores universitarios se ha propuesto acabar con esa ficción.
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