En teoría, la economía estadounidense aboga por el libre mercado, en la práctica, el Gobierno ha intervenido más de una vez, en condiciones dramáticas, para evitar el colapso del sistema.
El rescate de la aseguradora AIG el pasado martes y de los dos monstruos hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae hace una semana, no son las excepciones que confirman la regla, sino nuevos episodios de una tradición que ha convertido a Washington en el garante financiero del país.
Los antecedentes que más se han citado en estos días de incertidumbre se remontan a las medidas excepcionales de la Gran Depresión, pero no es necesario ir tan lejos.
Durante la presidencia de Richard Nixon, el Gobierno rescató al fabricante militar Lockheed Aircraft y a la ferroviaria Penn Central Railroad; a finales de los ochenta, Jimmy Carter ayudó a salvar al maltrecho gigante automovilístico Chrysler y evitó el descalabro de Farm Credit y Saving and Loans; en 1998, la Reserva Federal de Nueva York organizó el rescate por 3.600 millones de dólares del fondo de inversión Long Term Capital Management para evitar una crisis en Wall Street; más recientemente, en 2001, tras los ataques del 11-S, el Congreso aprobó un paquete de 15.000 millones de dólares en subsidios para evitar la quiebra de las compañías aéreas.
'Si la gente cree que tenemos un sistema puro de mercado libre, deberían volver a pensárselo', comenta Robert Bruner de la Darden School of Business en Virginia.
Pero una cosa es salvar un banco como Continental Illinois en 1984 (en aquel momento el séptimo banco del país 'demasiado grande para quebrar' dijo la Fed) con un crédito de 4.500 millones de dólares y otra 'Fannie and Freddie que controlan la mitad del mercado hipotecario', subraya Thomas Stanton, profesor de la Universidad John Hopkins.
El pasado marzo el Gobierno cruzó el Rubicón al apadrinar la venta a precio de saldo del banco de inversiones Bear Stearns a JPMorgan Chase, con un préstamo de 30.000 millones de dólares y luego lanzarse en julio al rescate de IndyMac la entidad de préstamos de California, uno de los estados más afectados por la burbuja inmobiliaria.
El Ejecutivo republicano, ferviente partidario de la desregularización, ha sido paradójicamente el que se ha visto obligado a asumir un papel intervencionista sin precedentes a costa del erario público.
'Es muy irónico', comentaba recientemente al Washington Post, Martin Neil Baily, que dirigió el equipo de asesores económicos del presidente Bill
Clinton, 'Henry Paulson (el Secretario del Tesoro) y sus colegas están totalmente a favor del libre mercado, pero cuando las cosas van mal no te quedan muchas alternativas'.
La transición se ha hecho con resistencias. Paulson reconocía recientemente que ha tenido que dejar de lado la teoría y ser todo lo pragmático que exigían las circunstancias.
'Hago lo que puedo con las cartas que me han dado y es mi responsabilidad proteger a la economía estadounidense'. En un artículo titulado 'Socialismo al estilo del siglo XXI', el articulista económico del New York Times, Floyd Norris, subrayaba ayer esta contradicción.
'El presidente Truman intentó una vez nacionalizar la industria siderúrgica, alegando que una huelga había interrumpido la producción en tiempos de guerra. El Tribunal Supremo dijo que era ilegal. Esta vez sin embargo, la compañía (AIG) ha accedido a ser nacionalizada porque era la única forma de conseguir los fondos que tanto necesitaba'.
Ahora los expertos piden formalizar estas intervenciones. Los ex responsables de la Fed, Alan Greenspan y Paul Volcker, Laurence Summers, secretario del Tesoro con Bill Clinton y Barney Frank, el congresista demócrata que preside el Comité Financiero de la Cámara de Representantes, han pedido en sendos artículos en la prensa la creación de una agencia que se encargue de gestionar las hipotecas basura que tanto han debilitado a Wall Street, un organismo que se parecería mucho al Resolution Trust Corporation creado en 1989 y que saneó muchas instituciones financieras incapaces de gestionar sus crisis.
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