Este artículo se publicó hace 13 años.
El simbolismo que destruye a Oneguin y dignifica el amor de Tatiana
La versión de Eugenio Oneguin, la ópera de Chaikovski estrenada esta noche en el Palau de les Arts de Valencia, ha estado presidida por una puesta en escena simbolista que ha resaltado la destrucción moral de Eugenio Oneguin, un dandi sin valores incapaz de comprometerse, y ha dignificado el amor de Tatiana, convertida en la auténtica heroína de la noche.
Omer Wellber ha dirigido la primera ópera rusa representada en el Palau de les Arts y, con esta segunda actuación suya al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, ha recibido el beneplácito del público, que ha empezado a identificarse con el que será el sucesor de Lorin Maazel a partir de la próxima temporada.
Con una producción del Teatro Wielki de Varsovia, Mariusz Trelinski ha firmado una puesta en escena fuera de lo convencional, con una acción intemporal y unos decorados tan minimalistas como cargados de simbolismos.
Como principal novedad hay que destacar la incorporación de un mimo omnisciente a lo largo de toda la obra, no contemplado en el libreto de Chaikovski, y que se erige en una especie "fatum" o doble del propio Oneguin que va marcando el inexorable destino del personaje.
Una gran carga simbolista poseen también los troncos desnudos de o el rojo árbol de la pasión del primer acto; el témpano de hielo que deshace el amor de los protagonistas y las máscaras de lobo que preludian el duelo en el segundo acto, y la escalera con flecha descendente y el damero en el que se juega la partida de sentimientos en el tercer acto.
La iluminación, a cargo de Felice Ross, juega un papel decisivo al acotar espacio y resaltar de forma inteligente los estados de ánimo de los protagonistas. Por contra, poco afortunadas resultaron las lámparas de la fiesta en casa de los Larina, más propias de una iluminación callejera de fiestas.
Con el cuplé que canta el profesor Triquet (el tenor Emilio Sánchez), vestido con indumentaria rosa y acompañado de un pequeño séquito de hombres desnudos, se evoca también la homosexualidad del propio Chaikovski, identificado con los sentimientos de algunos de los personajes y que para acallar rumores se casó con una alumna que le había declarado su amor.
Dentro de un reparto que exhibía juventud y que estuvo a un buen nivel, destacaron la elegancia tímbrica del barítono Artur Rucinski (Eugenio Oneguin) y la sensibilidad del tenor Dmitri Korchak (el poeta Lenski), que tuvo una actuación espléndida en la despedida antes de batirse en duelo.
La soprano Irina Mataeva conquistó al público valenciano con una emotiva Tatiana, frágil, seductora y soñadora, pero con fuerza para superar el desamor, mantener su dignidad y ejecutar su personal venganza al rechazar el amor de Oneguin, aunque sea en contra de sus propios sentimientos.
En los papeles secundarios destacaron el bajo Gunther Groissbök (en su corto papel de príncipe Gremin) y la mezzosoprano Margarita Nekrasova, como Filippievna. Una vez más, el coro de la Generalitat firmó una eficiente actuación.
Con una mezcla de sentimiento y energía, Omer Wellber ha firmado una versión en la que ha resaltado con un tempo pausado las escenas de mayor carga sentimental y ha dado mayor vivacidad a los pasajes con una mayor carga dramática.
En una jornada con ausencia de autoridades, pues la mayoría de ellas estaban en la convención del PP en Sevilla, el palco presidencial fue ocupado por el conseller de Educación, Alejandro Font de Mora y entre el público se pudo ver al vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial, Fernando de Rosa.
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