"Siempre quise estar por encima de los demás,ser el más todo"
Gervasio Deferr.Gimnasta. Una clienta de su madre le abrió la puerta al paraíso, un gimnasio, y su saltarina infancia brincó hasta lo más alto: el oro olímpico
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Sucedió una tarde de septiembre, al caer el sol, el día de su octavo cumpleaños. Acompañaba a unos amigos a casa tras el festejo y trepó al árbol; su árbol, el de siempre, como siempre. "¡Gervi, no te subas, que te caerás!", le gritó su padre. "Me había subido miles de veces y mi viejo nunca me había dicho nada", recuerda Gervasio Deferr, mientras toca la parte posterior de su cabeza, ahora rapada. Justo ahí, una cicatriz constata la premonición que encerraba la advertencia paterna que, por supuesto, Gervi desobedeció. Como un monillo, se encaramó al árbol y voló unos cuatro metros hasta estamparse con el suelo. Su cabeza quedó a menos de un metro del bordillo de la acera y su occipital, el que ahora toca, fracturado.
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Dolió el golpe, tremendo, pero más el choque con la realidad: "Aquel día, me di cuenta de que lo de volar no era tan fácil; de que no era Superman". Gervasio Deferr, el mejor gimnasta español, se había creído hasta entonces que podía llegar a ser como aquel hombre que con su capa y su condición de semipájaro le "flipaba" desde la pantalla del televisor. "Cada año me disfrazaba de Superman, convencido de que lo era, de que era el más fuerte, el más rápido, el más todo Siempre quise estar por encima de los demás", cuenta Deferr, con su sonrisa pícara y su nuevo look, más macarrilla. "¿Macarrilla? ¡Qué va! Personal, particular, como soy yo", esgrime.
Antes del desengaño, el niño tenía sus razones para creerse Superman. "Con un año y medio me caí de un primer piso, unos tres metros, y no me pasó nada", argumenta Gervi. Nada son 14 puntos en la barbilla que ahora ni se aprecian. "En realidad, yo creo que me tiró mi hermano, jugando, pero él asegura que no y yo le concedo el beneficio de la duda", matiza. "Y, luego, cuando tenía tres años, un día, mi hermano me pegó una patada en la espinilla y él se rompió el dedo pequeño del pie". Según el niño Deferr, estos episodios probaban su superfuerza y para nada una conflictiva relación con su hermano Pablo, el mayor. "Es mi compañero de vida eterno: siempre me ha cuidado y nos queremos un montón",asegura el gimnasta.
La cuestión era cómo canalizar tanta energía "que no hiperactividad", aclara Deferr-, y la resolvió inopinadamente una clienta de su madre: "¿Por qué no lo traes al gimnasio?", le dijo y, sin saberlo, le abrió la puerta del paraíso, cuando sólo contaba seis años. "Allí se podía subir, trepar, correr; había barras, anillas, potros, colchonetas y yo pensé: quiero vivir siempre aquí; se puede jugar todo el tiempo", recuerda el bicampeón olímpico de salto, mientras nos cuela en el gimnasio del CAR de Sant Cugat y bota, con su inseparable perra, en la cama elástica.
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Sus oros olímpicos, en Sydney y Atenas, su plata en suelo, el año pasado, por estas fechas, en Pekín, se forjaron ahí. En largas sesiones de entrenamiento que fueron un juego "Siempre estaba saltando; supongo que por eso fui campeón olímpico en salto", dice hasta que se convirtieron en un castigo, ya con 12 años.
"Durante cuatro meses, el entrenador me mandó sistemáticamente a la grada porque llegaba un cuarto de hora tarde a los entrenamientos. Pero yo vivía en Premià, mi vieja hacía el esfuerzo de llevarme a Barcelona cada día y no podíamos llegar antes", expone Deferr, con un gesto de rabia. Harto, abandonó la gimnasia. "Y entonces, tuve las primeras tardes libres de toda mi vida. No me aburría: viví otras experiencias y me sobraba el tiempo para estudiar", recuerda.
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La nueva vida duró tres meses, el tiempo que tardó Alfredo Hueto, aún hoy su entrenador, en recuperarlo para la gimnasia y para las jornadas que Gervi comenzaba y acababa en el coche de papá. "Dormido, me llevaba al colegio y, dormido, me recogía por la noche, tras seis horas de entrenamiento", rememora Deferr. "Pero no perdí la infancia, la viví de un modo que me hacía sentir superespecial. Estaba obsesionado con descansar, pero nunca me cansaba Me encantó ser niño, como ahora me encanta mi edad", asevera. "A diferencia de mi familia, siempre he sido muy práctico: sabía que la gimnasia condicionaría mi vida", sentencia Gervi, antes de desaparecer jugueteando con su perra.