Este artículo se publicó hace 14 años.
No será fácil documentar tanta iniquidad
Antonio Avendaño
El equivalente español de la obsesiva pulcritud burocrática de los alemanes, gracias a la cual la propia historiografía germana ha podido documentar minuciosamente los crímenes del nazismo, es una incuria administrativa y logística que está complicando de manera endiablada el trabajo de los investigadores comprometidos en la búsqueda de la verdad: la verdad que fue vilmente enterrada por la dictadura y temerosamente esquivada por la democracia.
Ni siquiera el pomposo mausoleo del Valle de los Caídos, pese a ser la joya de la corona que el dictador quiso legar a la posteridad, guarda una relación fiable no ya de los nombres, sino ni siquiera del número aproximado de muertos republicanos obligados a dormir con su enemigo durante toda la eternidad. Por fortuna, la eternidad nunca ha sido eterna. Hitler planeó para sí mismo una eternidad de mil años que al final se quedaron en 12. Franco planeó para sí mismo un monumento que salvaguardara su memoria durante generaciones, pero a la postre el granito de Guadarrama ha salvaguardado bien poco: hoy la memoria del dictador es una memoria cuarteada y menguante.
Cincuenta años después de inaugurado Cuelgamuros, el Gobierno, espoleado por ICV y Nafarroa Bai, censará a los republicanos que fueron sacados de las infames fosas en que habían sido enterrados para ser trasladados a la infame tumba de su verdugo. Una doble infamia que ahora hay que reparar facilitando a las familias la identificación y la digna sepultura de sus parientes asesinados. Después de medio siglo, no será fácil documentar tanta iniquidad. En lo relativo a la pulcritud burocrática, hemos empezado a ser alemanes demasiado tarde. En lo relativo a la búsqueda de la verdad, mejor nos ahorramos las comparaciones.
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