El sentido del movimiento de Cunningham sigue reinando en "Nearly Ninety"
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Merce Cunningham quiso que para la coreografía con la que se homenajea en su 90 cumpleaños, "Nearly Ninety", los músicos crearan y tocaran "a su bola" para acompañar subidos al escenario a sus "reyes", los bailarines, que esta noche, en su estreno europeo, en Madrid, se han señoreado como si fueran de otro planeta.
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A esa sensación "extraterrestre" ayudaba la escenografía de la italiana Benedetta Tagliabue, que firma un decorado metálico, visto en la primera parte a través de un telón translúcido y en la segunda sin tapujos, que recuerda a la "Guerra de las Galaxias" pero en una suerte de torre de tres pisos, en los que se sitúan los músicos.
De lo que se ha oído esta noche en los Teatros del Canal -dentro del Festival Internacional Madrid en Danza- han sido responsables el bajista de Led Zeppelin, John Paul Jones; el japonés Takehisa Kosugi; y el grupo italiano Golden Jooklo Age, que ha interpretado lo que compusieron para el acontecimiento Sonic Youth, aunque no se podía distinguir qué parte de los chirridos, rasgados, frenazos pitidos y sonidos de sumidero pertenecían a unos y a otros.
Ya lo explicaba antes del estreno Jones: se suben al escenario sólo con una idea "aproximada" de lo que van a hacer y sólo reciben el "time-score" (pauta musical) poco antes de actuar para hacer los arreglos. "Cuando se levante el telón empiezas a tocar, y cuando se baje dejas de tocar", dice que le dijeron.
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Aunque aquí, en Madrid, ni se ha levantado el telón ni se ha bajado. De hecho, el público se ha quedado inmutable al finalizar la primera parte, por lo abrupto de la conclusión.
La destreza y el ingenio con los que crea movimiento siguen siendo lo mejor de esa "leyenda viva" -que así le ha bautizado la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos- que es Cunningham, el coreógrafo vivo más importante del mundo.
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El adagio a cámara lenta con el que Rashaun Mitchell y Andrea Weber abren el ballet, con giros constantes y entrelazados casi imposibles, demuestra que el norteamericano sigue siendo un maestro en dar a cada bailarín momentos de lucimiento únicos, ya sea a solas o en compañía de otros.
A una secuencia en la que dispone hasta cinco parejas juntas en escena, le sigue otra en la que hay un constante ir y venir de bailarines que cogen el relevo, en una paradoja sobre las cambiantes relaciones humanas.
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Es de una gran belleza el trío que protagonizan Holley Farmer, Koji Mizuta y Silas Riener, en el que en un momento dado ella llega a pivotar en una diagonal a unos 40 grados del suelo. La forma en la que luego ella los "saca" del escenario es espectacular.
También es extraordinaria, ya en la segunda parte, la serie de los 8 solos en los que, por ejemplo, un bailarín rota sobre sí mismo muy lentamente, casi 180 grados, sin mover la cabeza, otro aguanta su cuerpo en el suelo con un brazo girando en diagonal, y otro más lanza su pelvis en un lento movimiento pendular.
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La iluminación de Brian McDevitt y el vídeo del español Franc Aleu acompañan con acierto los movimientos y del vestuario de Romeo Gigli -cada bailarín viste tres conjuntos- destaca la malla azul que lleva un ramillete en el pecho como felicitación para Cunningham y que se ha puesto, como el resto, su hija Julie, que baila un solo subida en una pasarela del armazón de Tagliabue como si fuera Peter Pan.