Las 'rajadas' más bestias de los exiliados españoles en Europa
“La migración es una solución que entraña a su vez una parte de problema”, escribió el psiquiatra Joseba Achotegi sobre el síndrome de Ulises. Inevitablemente, el que abandona su entorno personal debe enfrentarse a situaciones estresantes. Así se desahogan los migrantes españoles en las redes y se lamen las llagas de su dignidad zaherida.
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BARCELONA.- Decía Jean Cocteau que los espejos deberían reflexionar un poco antes de darnos la imagen que reproducen. Una nueva generación de españoles ha salido al extranjero y ha intentado descubrir su identidad buscando su reflejo en la mirada de los otros, que en este caso son los guiris, una categoría de extranjeros opulentos con los que el español acostumbra a compararse para bien o para mal, por sistema y por defecto. Érase un francés, un inglés, un alemán y más de dos millones de celtíberos expulsados por el sistema, cuya suerte desigual ha provocado reacciones diferentes hacia el país que los acoge.
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“Lo que pasa -afirma el profesor Joseba Achotegi- es que el inmigrante siente a la vez amor hacia su país de origen, pero también rabia, porque fue una mala madre que no le dio todo lo que necesitaba”. Y lo mismo sucede con la tierra de acogida: siente cariño de una parte, pero por otra experimenta resquemor, cuando no odio, “debido al esfuerzo que le exige el proceso de adaptación”.
Se dan casos igualmente de expatriados que ven ovnis u oyen risas. Quécrueles se dejó caer por un local germano en 2012 y tuvo que salir avergonzado cuando la clientela descubrió que era español.
¿Qué busca el expatriado cuando narra su experiencia? Antes que cualquier otra cosa, aprobación externa. Y Quécrueles -¿creó un nick ad hoc para hablar de su experiencia?- lo logró. Muchos españoles le arroparon y le ayudaron a entender lo que había sucedido realmente. “Lo que pasa -le aclaraba VPQ- es que son unos gilipollas”.
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Lo de las rivalidades con germanos es el pan de cada día. O los españoles se calientan fácilmente o los alemanes les tienen tomada la medida. “A ver cómo enjareto esto”, se desahogaba hace diez días Athelstan en el blog de Expatriados. Se acababa de dejar caer el español por una granja noruega, donde trabaja como voluntario. “¿Qué me molesta?, ¿qué me preocupa?, ¿qué me está cargando y espero no explotar? Quiero dejar claro que estoy contento con las vacas. No me molestan ni sus mierdas, ni ordeñarlas. Lo que me recalienta es que nada más llegar me presentan a otro voluntario y he pasado a ser el becario del becario alemán de las vacas”.
Que el alemán quiere comer, se come. Luce el sol y sale él. Que hace frío, el español. Y ahí lo tenemos nuevamente. Hasta en las granjas de Noruega se reproducen las rivalidades europeas y el sistema de castas, según nuestros expatriados. Portan consigo muchos el germen de la rebelión, aunque, a la postre, su único consuelo es pasear sus miserias por los muros.
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“Ulises era un semidios y a duras penas sobrevivió a las terribles adversidades y peligros a las que tuvo que hacer frente”, escribió Joseba Achotegi a propósito del síndrome de los migrantes, un cuadro sicológico de estrés que afecta a las personas que han vivido en situaciones extremas. Lo terrible es que muchos de los expatriados deben arrostrar circunstancias tan o más dramáticas que las descritas en la Odisea.
“Otros, sin embargo, son más afortunados y reaccionan justamente de la forma contraria”, precisa la sicóloga Luisa Encinas. “Lo que detestan realmente es el país del que han salido y, en este caso, España, a la que culpan de una forma vaga de su (mala) fortuna”. También hay mil ejemplos en las redes de estas emociones primarias. La quintaesencia del odio hacia tú país es declararte apátrida o abominar de tus orígenes. “Joder, ojalá fuera holandés”, decía Steven Jobs en un foro digital hace cinco años. “Ahora mismo estaría descojonándome de esos imbéciles de africanos del norte. ¡A mamarla todos, españoles!”.