Este artículo se publicó hace 14 años.
"Preferiría haber muerto yo"
Luis Miguel Aranda, propietario de la residencia madrileña donde han fallecido dos ancianos ‘olvidados' en una furgoneta, relata a Público.es el suceso
"Horrible". "Injustificable". "Preferiría haber muerto yo". Luis Miguel Aranda pasó el sábado el peor día de su vida. Hoy no ahorraba adjetivos para calificar el error que había cometido.
Copropietario de la residencia de la Tercera Edad ‘Virgen del Consuelo' de Ciempozuelos (Madrid), era el responsable de los dos ancianos que fallecieron al ser ‘olvidados' durante cerca de doce horas en la furgoneta que les había llevado al centro.
Con barba de varios días y los ojos enrojecidos, Luis Miguel ha decidido hoy "dar la cara" y contar su versión del suceso.
Aranda conducía el sábado la furgoneta en la que habitualmente trasladan a los ancianos para llevarlos desde sus casas hasta el centro para pasar el día. Sobre las nueve de la mañana llegó a la residencia, situada en el número 4 de la Avenida de los Toreros de esta localidad situada unos 30 kilómetros al sur de Madrid, con siete de ellos.
"Bajé a cinco de los ancianos, que caminaban solos y se valían por sí mismos. Luego alguien me llamó por teléfono, creo, pero no lo puedo asegurar porque estoy en estado de shock". Una llamada, una gestión de urgencia, y en la furgoneta quedaron los dos últimos ancianos, los que utilizaban silla de ruedas para desplazarse, Amancio y Jerónimo, de 83 y 87 años, ambos con demencia senil.
"Sólo se me viene a la cabeza la misma imagen y pienso que todo es un sueño", recuerda Luis Miguel entre lágrimas.
Al partir de ahí, todo fue un cúmulo de circunstancias que hicieron que durante cerca de 12 horas no se descubriera los cadáveres. Al ser fin de semana, nadie volvió a utilizar la furgoneta. Si alguna de las víctimas intentó dar la señal de alarma, nadie les oyó, ni las vio. Los cristales tintados de la furgoneta lo impidieron. Y nadie los echó de menos en la residencia, porque, como destacaba ayer el copropietario, uno de ellos no solía acudir los fines de semana a la residencia.
De hecho, fue el propio Luis Miguel quien descubrió los cadáveres al acudir a la furgoneta cuando se disponía a llevar de nuevo a su domicilio al resto de los ancianos. Primero intentó reanimarlos y, para ello, los llevó con ayuda de su hermano a una de las habitaciones de la residencia. Fue inútil. Estaban ya muertos. "No hubo posibilidad de hacerles ninguna maniobra de reaminación", añade.
El propio Luis Miguel se encargó de avisar a una de las familias del fallecimiento del "abuelo", como los llama cariñosamente él. Su hermano lo hizo con la segunda y, también, de avisar a la Policía Local y a la Guardia Civil. Éste aseguraba que Luis Miguel empezó a golpearse contra el suelo cuando se dió cuenta de que no había nada que hacer.
En cuanto a la reacción de las familias de los fallecidos, Aranda agradeció su comprensión. "Incluso le han preguntado a mi hija cómo estaba yo. Y a mí no me habría importado ir al entierro, pero creo que no era lo más oportuno", confiesa.
Aunque los nervios apenas le permitían expresarse con claridad, Aranda resumió el caso afirmando que "no hay excusas. Esto es algo horrible e injustificable y ahora me toca asumir, personalmente, lo que me toque. Y les aseguro que las consecuencias judiciales son lo de menos", concluyó.
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