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PP y PSOE convierten el 1-M gallego en unas generales

Una derrota de la derecha pondrá a Rajoy ante otra crisis interna. El PSOE se encomienda a una movilización de última hora de la izquierda como única forma de impedir el regreso del PP a la Xunta

 

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Cuando, nada más comenzar 2009, Juan José Ibarretxe anunció que las elecciones vascas coincidirían con las gallegas, nadie podía imaginar que Galicia acabaría por convertirse en el cruento campo de batalla de la política nacional. Esta esquina del continente se ha transformado durante dos semanas en un laboratorio donde socialistas y conservadores han desarrollado las armas que se utilizarán a partir de ahora para disputarse el bastión de La Moncloa.

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Poco se ha hablado de los problemas de los ciudadanos y las propuestas económicas planteadas en plena crisis, como el aumento de la cobertura de los desempleados sin prestación con una paga de 422 euros, han pasado por los titulares de los periódicos sin pena ni gloria. En Galicia se estaba hablando de otra cosa. El vocabulario bélico sustituyó al económico. Xosé Luis Baltar, el último cacique de la derecha gallega, proclamó ante Rajoy y Feijóo en el mitin de cierre de campaña que Ourense era la nueva Covadonga desde la que el PP "iniciará la reconquista" de España. A la misma hora, en Santiago, el presidente Zapatero lanzaba un mensaje nítido: votar a Perez Touriño era votarle a él.

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El PP se la juega en las elecciones gallegas. Su presidente, Mariano Rajoy, es consciente de lo que el resultado puede suponer para su futuro al frente del partido. Si los conservadores ganan, lo tendrá más fácil para lidiar las batallas internas que se le presenten e incluso para enfrentarse con autoridad a la trama de espionaje y corrupción que afecta a su formación.

Desde que perdió las generales en unos días se cumplirá un año, el dirigente conservador no ha hecho más que vivir un agónico peregrinaje. La victoria podría convertirse en el respiro que necesita para llegar hasta las europeas. Si pierde, parece claro que su liderazgo quedará tocado seriamente.

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Rajoy ha recorrido más de 5.000 kilómetros por los pueblos de Galicia, movilizando el voto rural, llegando a eclipsar, en algunos momentos, al propio candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo. Es su tierra y la derrota, por tanto, sería aún más simbólica. En el partido circulan dos teorías. Unos consideran que la suma de dos fracasos electorales removerá a los críticos y la presión para que Rajoy abandone será mayor. Otros, sin embargo, creen que no ocurrirá nada. Todo quedará a la espera de las elecciones europeas del 7 de junio. En una calma tensa.

Los conservadores insisten en que sus encuestas confirman que pueden obtener mayoría absoluta. El PP se ha concentrado en Lugo y Ourense, donde más riesgo tiene de perder apoyos. A Coruña podría quedar igual que en 2005. Y para Rajoy bastaría con ganar un escaño en Pontevedra para lograr el diputado que separa ahora al PP de la mayoría absoluta. Pero como puede ocurrir de todo, incluso con el voto emigrante, Feijóo no se fía.

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El líder del PP de Galicia ha dicho que si saca menos escaños y menos diputados que el PSOE le pedirá directamente a su partido que cambie de dirigente. Si gana, pero no obtiene los 38 escaños que le hacen falta para gobernar, convocara un congreso del PP de Galicia para que se decida qué líder quieren. Resulta difícil que ocurra lo primero y, en el caso de lo segundo, parece imposible que le echen sobre todo porque es "la primera vez", como él mismo recuerda, que se presenta a unas elecciones.

También Emilio Pérez Touriño se juega hoy su futuro, ya que una derrota supondría el fin de su carrera política. Tras la frustrada experiencia del tripartito (1987-1989), puso fin al fraguismo hace cuatro años por una diferencia de 8.000 votos en Pontevedra. Sin Fraga se abría un nuevo ciclo político, según los estrategas socialistas, que podría durar ocho, doce o dieciséis años. La bandera del cambio llegaba por fin a Galicia para quedarse una buena temporada.

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Pero, finalizada la legislatura, cierto desencanto se ha apoderado del electorado socialista. El propio Touriño reconocía en la recta final de la campaña que habían sido incapaces de vender los logros de su gobierno, al que llegó a tildar de ilustrado, en especial las medidas para acabar con la estructura clientelar heredada del fraguismo o la valiente ley que impide la construcción en la franja costera de los 500 metros que puso coto a la marbellización del litoral de Galicia.

Todos esos logros quedaron eclipsados por la feroz campaña del PP, que ha explotado hábilmente la falsa imagen de lujo y derroche de Touriño quien, según los suyos, es precisamente una persona muy poco dada al exceso. El chascarrillo ideado por el PP de que el Audi 8 en el que viaja el presidente es más caro que el de Obama es la conversación favorita en tascas y peluquerías.

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El vicesecretario del PSOE, José Blanco, se ha pasado toda la campaña en Galicia. Ha dirigido junto a su equipo de Ferraz la contraofensiva a lo que, tanto ellos como el BNG, consideran una dura y sucia campaña del PP. Y ha multiplicado sus actos con mítines por todos los rincones. Sabe que, ante el previsible apretado resultado final, sólo una elevada participación les dará la victoria. Y Zapatero le recordó el viernes que, desde que está al frente del PSOE, los socialistas suben en España y en Galicia, y la derecha, baja. Todo un halago. Y todo un desafío.

 

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