La personalidad de Sócrates
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Hubo un tiempo en el que en Brasil existió un jugador que se atrevía a lanzar los penaltis de tacón. No ganó lo que ganaron Pele, Garrincha, Carlos Alberto, Vava o el mismo Gerson. Murió víctima de una cirrosis aguda, conectado a un respirador artificial, hace casi tres años en un hospital brasileño. Era un tipo extraño, barbudo, fumador, licenciado en dos carreras (Medicina y Filosofía).
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Era Sócrates (Sao Paulo, 1954), un fabuloso futbolista que en 1982 formaba mediocampo junto a Falcao, Toninho Cerezo y Zico y que cuando cayó frente a Italia, en el que pudo ser el mejor partido de la historia de los Mundiales, dijo lo que no pudo decir ninguno de los futbolistas brasileños que perdió 7-1 en Belo Horizonte: "¿Perdimos? Mala suerte y peor para el fútbol".
Sócrates perteneció a los ochenta, una época más emocionante para los futbolistas y que Brasil, ahora que desea recuperarla, se pregunta qué fue de ella, de esa cultura o de esa maravillosa idea del fútbol. La pregunta es difícil en medio del fracaso, pero entonces se descubre que lo más próximo que queda a Sócrates en el Brasil de hoy son las lágrimas desesperadas de David Luiz, el caballeroso defensa central.
Es el único hombre al que se ha disculpado de la humillación, incluida una niña Ana Luz, de nueve años, capaz de escribirle una carta en la que le dice que "no necesitas ponerte tan triste" y le recuerda que "la vida es así". Y entonces no se sabe lo que le hubiera dicho Sócrates, pero sí se sabe que Sócrates no hubiera perdido así, que hubiese sido fiel a lo que escribió en su libro (Desde el Monte Santo), en el que prometió que se juega al fútbol como se vive y que no pasa nada (a él no le pasaba) si después de los partidos uno se toma una cerveza y en su caso, que fue un caso extremo, hasta se fumaba un cigarro.
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Absolutamente herida, Brasil se pregunta qué fue de esa gente cómo Socrátes, de la de Méjico 70, de la de Chile 58, de la de toda la vida. Se pregunta, incluso, que fue de ese país que vivió el Maracanazo de 1950 por culpa de un error puntual del arquero Barboza y no de todo un equipo.
Pero la respuesta une generaciones. Quizá porque ya no quedan futbolistas como Sócrates con esa ironía inteligente para desdramatizar los fracasos, con esa genialidad que invadía el fútbol y la vida. Ahora, lo máximo que aparece es un entrenador como Scolari que, ante el acoso del pueblo, acepta reconocerse como "el gran culpable" después de tirar de currículum y recordar que él sigue siendo el mismo hombre que ganó el Mundial de Corea 2002. Pero una derrota como ésta, en la que resulta tan tentador escribir de fracasados, le quita la razón y le recuerda que Brasil no perdió así en el Mundial de 1950.
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Entonces no hubiera consentido futbolistas como Fernandinho, Paulinho o Hulk, con ese pánico o con esa falta de memoria con la pelota. Y, como dejó dicho Sócrates, antes de retirarse de este mundo, si hay que perder que sea con nuestros principios, jugando con la libertad que hizo de Garrincha un regateador imborrable, de Pelé campeón del mundo con 17 años y que tal vez hubiese elegido a Ronaldinho para este Mundial después de ser elegido Rey de América con el Atlético Mineiro.
Pero Brasil, la misma que cayó en Sudáfrica con un gol en propia meta del musculoso Felipe Melo y se prometió que esto no volvería a pasar, ha vuelto a caer en la trampa. Ha vuelto a olvidarse de Sócrates, a traicionar su herencia y a pagar condenas como el innecesario partido de esta noche por el tercer y cuarto puesto frente a Holanda en Brasilia (22:00 horas). Y eso no es culpa del fracaso, sino de los que ya no entienden que en sus playas no pueda tirarse un penalti de tacón...