Partido de fútbol-vaca
En Lécera, los mozos borrachos incitan al animal para que siga a un neumático o a un balón
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Ojos azabaches. Más mascota que toro. Y la sensación de encontrarnos con la protagonista de una serie infantil. Por su cuerpo, sin la fuerza que caracteriza a los bravos de su especie, la pequeña vaquilla enternece. En otro contexto, incitaría al abrazo. Pero en este ruedo etílico/adrenalínico, su dulzura no le libra de recibir el impacto de un neumático de tractor en la cabeza.
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En Lécera (Zaragoza), en fiestas, cuando acaba la disco móvil, empieza la otra diversión. "Es todo loco, la gente va muy borracha", admite Elena, de la Comisión de Fiestas. Son vacas muy pequeñas porque con ellas se debe correr ebrio, jugar al fútbol-vaca (modalidad en la que los mozos incitan al animal para que los siga tras unos neumáticos; en otros pueblos, el partido es con un balón), o a la vaca-canasta (consiste en que introduzca la cabeza en una canasta de mimbre).
Sale la vaquilla: piel caqui, microcuernos y rostro tímido. "Hala, chavales, qué estamos de oferta", espeta uno de los asistentes. "¡Pero si eso no es una vaca! Es un perrico, una cabra", suelta otro entre risas. "¡Venga valientes, que lo tenéis fácil!", vuelve a gritar el de la oferta. Es un encuentro entre adolescentes. La vaquilla, casi un bebé; los borrachos que acaban de escuchar la última canción de Barricada y están listos para la guerra. Es tan poca la fuerza del animal que, cuando llega a alcanzar a alguien, éste puede agarrarle por la cabeza y detenerle. Pero el grupo reacciona como si se enfrentara a un león. La cogen por la cola y los cuernos, y la inmovilizan. Una de ellas sangra por la nariz.
"Se ha dado con los hierros, ¡como nos pillen los ecologistas!", dice un hombre. Las vacas reciben gravilla y a su paso por los límites de la paupérrima plaza de metal algunos le dan patadas o golpes en el lomo. Hay entre los numerosos adolescentes que allí se encuentran quienes la llaman toro. "Lo hemos dado todo con las vacas y no ha habido heridos", dice un mozo. Suena a guerra, pero ¿contra quién? En realidad, lo aberrante es el alcohol. "No nos dejan conducir borrachos y, en cambio, sí saltar a un encierro o a las vaquillas", explica Arturo Pérez, presidente de ACTYMA (Asociación contra la Tortura y el Maltrato Animal.
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Parece que las vaquillas de borrachos no tengan la misma consideración del toro ensogado o la sangría de algunas becerradas. Parece un juego infantil. Tiene la crueldad implícita en toda adolescencia. "En la historia de las diversiones, la crueldad ha jugado un fuerte papel. Antiguamente, la gente se aburría en Europa y España. No tenían Internet, ni automóviles, ni discotecas, y era una manera usual de divertirse el martirizar a los animales", explica el filósofo Jesús Mosterín. Primera lección aristotélica: aburrimiento y falta de imaginación.
"La ilustración no se aposentó en España tras el retorno al absolutismo de Fernando VII. Y, ya en democracia, la Administración incentivó estas fiestas ", dice. Es decir, ayer y hoy, apostamos por la barbarie con dinero público. Tercera estocada: "Debemos añadir la característica intoxicación etílica y el carácter embrutecido de estas víctimas del analfabetismo. Porque nadie sereno y en su sano juicio disfrutaría con el maltrato", sentencia.
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Mientras las vaquillas corrían en Lécera, en Tanos (Cantabria) una congénere moría asfixiada en un tanque de espuma. El público, indignado, protagonizó conatos de disturbio exigiendo que les devolvieran los seis euros que costó la entrada.
En Argueda (Navarra), un joven de 26 años recibió una cornada en la ingle. En las fiestas de Villafranca de los Barros (a finales de julio en Badajoz), las vaquillas acabaron en altercados cuando un joven se subió a una vaca y otro le increpó.