Este artículo se publicó hace 15 años.
Obama se la juega para sacar adelante la reforma sanitaria
Los republicanos lanzan una dura ofensiva y califican su plan de "socialista"
Isabel Piquer
Se ha convertido en una batalla personal, una contienda en la que Barack Obama se juega su reputación, prestigio y popularidad. La reforma sanitaria de la Casa Blanca ha enzarzado a Washington en una despiadada batalla política, incluso en el seno del Partido Demócrata, que le está costando popularidad al presidente estadounidense.
La reforma de Obama quiere otorgar cobertura médica a los 46 millones de estadounidenses que carecen de seguro médico, bien porque no tienen empleo, porque sus empleos no sufragan los gastos sanitarios o porque, paradójicamente, ya están enfermos. Para muchos conservadores la iniciativa demócrata es sinónimo de "socialismo" a la europea, despilfarro presupuestario y burocracia soviética entre el paciente y el enfermo.
Campaña mediática
Obama sigue pensando que podrá aprobar el plan "cueste lo que cueste" antes de las vacaciones del Congreso a principios de agosto. "Muchos en Washington ya han anunciado que van a oponerse al plan para conseguir puntos políticos", dijo ayer el presidente.
"El statu quo es inaceptable", añadió el mandatario, "es hora de apostar por el progreso y no por las ganancias partidistas del momento".
Para luchar contra los estereotipos, la Casa Blanca ha lanzado una ofensiva en toda regla. En esta semana no hay día en que Obama no hable del tema. El lunes fue en un hospital infantil de Washington, esta noche lo hará en rueda de prensa televisada, en horario de máxima audiencia; y mañana será en la clínica Cleveland, en Ohio.
El presidente, además, ha dado entrevistas en todas las televisiones. Incluso casi pierde la calma cuando la periodista de la cadena NBC le interrumpió en plena explicación sobre su idea de aumentar los impuestos de los más privilegiados para financiar su reforma con un "¿pero eso no es castigar a los ricos?"
De hecho, más que la reforma en sí, lo realmente problemático es el dinero. Las cosas se complicaron cuando la oficina presupuestaria del Congreso advirtió de que el coste total de la iniciativa sanitaria superaría el billón de dólares en los próximos diez años.
En un país profundamente endeudado por el rescate financiero gubernamental, la cifra provocó la alarma también entre los más conservadores del Partido Demócrata, los llamados blue dogs. Ya pusieron el grito en el cielo cuando Obama propuso costear parte de la reforma subiendo los impuestos a los que, como él, sumaban ingresos anuales de más de 280.000 dólares.
Un experimento "temerario"
Los republicanos han ido a la yugular. Obama "está llevando a cabo un experimento peligroso con el sistema sanitario", dijo el presidente del partido, Michael Steele, "y un experimento temerario con nuestra economía". William Kristol, director de la revista conservadora Weekly Standard, ha animado a los suyos a "ir a matar".
Obama insiste en que el debate supera el enfrentamiento partidista. "No es un juego político. Esto trata de un sistema sanitario que está destrozando a las familias estadounidenses", declaró el mandatario.
Su determinación le ha perjudicado en los sondeos. Una encuesta de The Washington Post y de la televisión ABC indica que la popularidad de Obama, si bien se mantiene alta, se ha reducido al 59%, seis puntos menos que hace un mes.
En este momento hay dos borradores de ley, uno en la Cámara de Representantes y otro en el Senado. Es casi imposible que, en el clima de crispación que vive Washington, los parlamentarios consigan negociar un texto común antes de irse de vacaciones. Incluso el presidente ha empezado a moderar su optimismo, admitiendo que deberían tener el nuevo plan "antes de finales de año".
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