Este artículo se publicó hace 16 años.
De nuevo en la carretera
El cantante celebra su primera gran gira en diez años. Adelanta que este año publicará una antología de seis CD
La escena es surrealista. Por un solapamiento de entrevistas de promoción, la habitación de Andrés Calamaro en el céntrico hotel de las Letras de Madrid está abarrotada. Dos periodistas, dos fotógrafos, la novia de uno de los periodistas –que le acompaña en condición de groupie–, el representante del cantante... En mitad del desaguisado, a Calamaro sólo le preocupa el mate. “El agua todavía está hirviendo, luego nos tomamos uno fresquito”, propone el argentino, mientras recorre de forma epiléptica la habitación, sorteando a los presentes. Más que la escena de una entrevista, parece una reunión de colegas. “¿Os apetece escuchar mi nuevo disco?”, suelta Calamaro con su peculiar acento, no argentino, sino de estrella del rock argentina. Sin esperar la respuesta, rebusca en el interior de una voluminosa maleta roja, de la que extrae un reproductor de MP3 y unos altavoces. Los tira sobre la cama como si fuera un peluche y vuelve a darle un sorbo al mate. En ese instante, ya solos en la habitación, el cantante parece percatarse de que debe sentarse para comenzar la entrevista. Se acerca, se sienta, ofrece mate... Y vuelve a levantarse. Bien, tendrá que ser así.
Es la primera vez que pruebo el mate.
¿En serio? Desde luego, no conocer el mate es como si yo no conociera la tortilla de patatas. ¡Deberíais conocer el mate! Hay argentinos ilustres viviendo en España desde hace más de 30 años. Diseñadores, escritores, cantantes… ¡Es como si yo no conociera las lentejas!
Calamaro eleva la voz –parece enfadado de verdad– y cambia bruscamente de tema: “¡Y luego me dicen que está mal decirle a la gente que compre mi disco!”. En una entrevista reciente en televisión, el músico se quejó por las bajas ventas en España de su último álbum, La lengua popular (2007). Dijo lo siguiente: “Es un disco donde yo hice mis deberes. Yo puedo aceptar que se vendan copias piratas de mi disco y puedo aceptar que la gente se copie mi disco gratis, pero no puedo aceptar que no esté entre los 30 discos más vendidos en España. Eso me hace pensar que es el público el que tendría que ir al diván. ¿En qué se equivocaron ustedes?”.
Pero es una realidad: cada vez se venden menos discos.
¿Y yo qué voy a decirles? ¡No compren mi disco! Es una estupidez. Quiero decir que Radiohead deben de tener un parking lleno de Ferraris y Rolls Royces con la cantidad de dinero que ganaron vendiendo discos. ¿Me lo vas a negar? Fueron los Pink Floyd de los 90. Y sin embargo, con su último disco vuelven a la práctica de pasar el sombrero en el metro. ¡Es una vergüenza! Si no fueran los Radiohead daría vergüenza. Es como imaginarse a John Coltrane colgando el Giant Steps en Myspace.
Pero es curioso que luego usted cuelgue en su blog vídeos piratas de sus actuaciones.
Es que yo no viajo a ningún lado sin mi macpollo [y señala a un ordenador Mac que hay sobre la mesa]. Pero no hay discusión posible. Cuanta más gente escuche tus canciones, mejor. Apreciaría también que mi música sólo la escuchara una pequeña elite de privilegiados. No me quedaría más remedio que asumirlo con orgullo y dignidad, y me llamaría a mí mismo un outsider. Y muchas veces me pasó. Yo me caí y me tuve que levantar. Soy como el Gato Félix, que renace de sus propias cenizas.
A Calamaro no le falta razón en una cosa: La lengua popular es un disco muy bueno. La mitad del álbum roza el sobresaliente, sacando su habitual genio melódico (Mi gin tonic, Carnaval de Brasil), sonando tan enérgico como sucio y arrabalero (Los chicos), interpretando emocionantes baladas (Soy tuyo) o construyendo estribillos por los que no pocos músicos superventas pagarían un riñón (La mitad del amor).
Quizás ‘La lengua popular’ ha pasado un tanto desapercibido porque ‘Honestidad brutal’ (1998) y ‘El salmón’ (2000) pusieron el listón muy alto.
Si es así tendría que estar contento. Honestidad brutal tiene momentos muy altos: Jugar con fuego, Los aviones, Con abuelo… Y el himno secreto del seleccionador de fútbol para ganar la Eurocopa, Maradona. Cuando salió ese disco yo ya venía de un éxito y estaba justo en la línea que separa la gloria de la decadencia. Por hacer un símil cinematográfico, estaba en el centro de un triángulo formado por Spinal Tap, Zoolander y Trainspotting. Esa es la decadencia del rock, todo el mundo lo sabe. Lo que pasa es que se le está dando a la gente una imagen totalmente falsa de la decadencia. Se presenta al músico decadente como aquel que reúne a su antigua banda por plata, que está gordo, que está calvo, que es patético. Pero la verdadera decadencia del rock es morir a los 27, y con eso no se juega. A esos hay que respetarlos sí o sí.
¿Sintió miedo porque le pudiera pasar a usted?
Yo no; creo que mis colaboradores estaban más preocupados que yo.
¿Por usted o por ellos?
(Risas) Eso es otra cosa que habría que hablar en privado.
Su otro secreto es su memoria. En una entrevista reveló que sus recuerdos del pasado están muy difuminados. Él bromea: “¿Cómo decirte? Lo que no olvidé, no te lo voy a contar”. Podría ser el inicio de una canción. Calamaro ha vivido muchas vidas, en el arte y fuera del arte. Saboreó las mieles del éxito muy joven, en los años ochenta, con Los Abuelos de la Nada. Primera vida. El inicio de su carrera en solitario fue un fracaso, por lo que se vino a España para triunfar junto a Ariel Rot con Los Rodríguez. Segunda y tercera vida. Sus grandes discos, de nuevo en solitario, llegarían a finales de los noventa. Cuarta vida. Luego desapareció. “Llegué a pensar que nunca volvería cantar”, dijo. Resucitó a la canción gracias a Javier Limón, con el que publicó dos discos (El cantante y Tinta roja), y a Litto Nebbia, con el que publicó El palacio de las flores. Ahora ya vuela solo en su primera gira veraniega del siglo XXI.
Es la primera gran gira que haces tras volver a los escenarios en 2005. ¿Cómo la estás viviendo?
Estamos encantados. Hemos vuelto a encontrarnos con Candy y el Niño, supervivientes del grupo que teníamos hasta el 99. Yo soy una persona totalmente diferente a la que era hace un año, por lo menos en el escenario.
¿En qué sentido?
Estoy prestando más atención al cante, tratando de dirigir el show cantando, desde la voz. Toco menos. Echo de menos tocar, claro, pero estoy cantando mucho más lejos que nunca. Ya me olvidé de cómo eran las versiones de los discos. No intento ser más showman o un crooner elegante, pero descubrí que prefiero liderar a la banda cantando y no hablando. Porque a los músicos nos gusta mucho hablar de música, y a veces pasamos más tiempo hablando de música que escuchando música.
Tras 45 minutos de charla, Calamaro mete prisa: “Selecciona las mejores preguntas que te queden, porque tus compañeros también están esperando para hacer su trabajo”.
¿Por qué haces un blog?
Bueno, no es un blog. Es mi página oficial, y para que sea un poco más ágil y esté más actualizada, yo escribo textos y subo fotos. Había páginas independientes, tanto en España como en Argentina, que estaban haciendo un trabajo extraordinario. Le dedicaban mucho tiempo a buscar conciertos, inéditos… Algunas le cayeron bien a mi compañía de discos. Y mi compañía, sin consultarme, les proporcionaba cosas. Ahora voy a ser un poco más restrictivo en ese aspecto. ¡Voy a cerrar todas esas páginas! No, es broma.
¿Y qué hay de esa posible colaboración con Nacho Vegas?
Quise conocerle y le invité a un concierto en Bilbao. Nacho Vegas fue de los primeros músicos que me elogió públicamente sin preocuparse por las represalias de la revista Rock-delux. Hemos hablado de hacer algo, pero por ahora no tenemos ningún plan.
Una vez finalice la gira, a finales de este año, el músico publicará una antología de seis CD que incluirá éxitos, rarezas, inéditos y un documental. El Gato Félix ha vuelto para quedarse.
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