Javier Sádaba (Portugalete, 1940), catedrático de ética de la Universidad Autónoma de Madrid, lleva años empeñado en hacer más accesible la filosofía. Su último desafío es, ni más ni menos, explicarnos como alcanzar la felicidad en La vida buena (Península, 2009).
Sócrates y Séneca disertaron sobre la felicidad, pero ahora parece estar recluida en las estanterías de autoayuda. ¿De qué pie cojea su libro?
Quiero llevar la filosofía a la calle. Que llegue al corazón sin perder el rigor por el camino. Utilizar una jerga exclusiva para hablar sobre la felicidad está de más: la felicidad nos importa a todos. Pero este no es un libro de autoayuda. Cierta autoayuda se está usando para vender humo y aprovecharse de las carencias de la gente. Otra cosa es que el libro pueda ayudar indirectamente a las personas. ¡Eso es lo que intenta!
Escribe que la vanidad recubre nuestro yo. Para colmo, nuestra cultura nos incita a sobresalir. ¿Es inevitable entonces la insatisfacción?
La felicidad tiene muchos enemigos. Uno es, como decía Schopenhauer, la vanidad innata. Inflamos de un modo extraordinaria nuestro yo y eso nos puede hacer muy infelices. También está el aplauso. En ese contexto, el consumo, la abundancia de estímulos, es uno de los enemigos del bienestar. No podemos alimentar constantemente a los deseos. Tenemos que moderar lo que queremos desear. Nos vendría bien ser un poco más taoístas.
Dice que la felicidad está siempre bajo la sombra del sufrimiento. Vaya lata, ¿no?
Del sufrimiento y de la muerte. La felicidad humana es frágil. La felicidad sin fisuras no existe. Es un completo engaño. La felicidad es una dama cercada, pero debe usar lo que tiene a mano para crecer.
También la acechan, según usted, los egoístas, los pesados, los aburridos. ¡Qué infierno!
Sí, España es uno de los países con más pesados. El pesado que no te deja vivir, que no tiene necesidades reales, pero te machaca en la vida diaria, donde uno se labra el bienestar mínimo.
La falsedad es otro de los enemigos de la felicidad. Y, según dice, está instalada en el corazón del sistema político.
Hay pequeñas mentiras que son perfectamente normales y nos sirven para sobrevivir. No hay que ser excesivamente puritano con eso, pero la mentira usada para traicionar, para crear unas expectativas que no se realizarán, es un dardo al corazón de la felicidad. Y los políticos la practican en exceso. Al político le preocupa poco lo que le pueda ocurrir al resto de los mortales y mucho la fecha de las elecciones. Parece que todo vale: se promete, se engaña, se adula
Critica la democracia autosatisfecha, la que presume de ser el límite de lo posible. ¿Cómo afectan las carencias democráticas a la felicidad?
Hablo de dos maneras de entender la democracia. Una es la democracia radical, que busca siempre la mejora y se cuestióna a sí misma. Es una democracia que nos podría llevar a vivir mucho mejor. Y luego está la democracia que padecemos hoy día, que se confunde con el chantaje. Como todo lo demás es peor, vale todo. Pero algo no es bueno porque algo sea peor. Tiene que ser bueno por sí mismo. Esta democracia inerte no sólo genera ciudadanos más neuróticos sino también más insatisfechos.
Dice que somos animales políticos. ¿Participar de la transformación social puede traer felicidad?
Es fundamental. Estar con los ojos abiertos a lo que sucede en el mundo, intentar que no sea tan injusto, que se repartan mejor los recursos, es una de las formas más claras de ser feliz. Uno no es feliz sino es feliz con los demás. Como decía Bakunin, uno no es libre hasta que los demás sean libres.
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