Este artículo se publicó hace 17 años.
El negocio de las mafias que organizan los viajes en patera
Dos traficantes cuenta cómo preparan y venden las travesías desde Senegal hasta Canarias para los sin papeles
“Pas de photos. Ne pas enregistrer”. Nada de fotos. No grabes. Tras varias horas de espera y un tanto así de persuasión con un intermediario, aparecen en moto los dos hombres. Se les espera en un bosque a las afueras de su pueblo marinero de la provincia de San Luis, en Senegal, porque se niegan a que sus vecinos les vean con los tubab, los blancos. Todos saben que la pesca no es su único afán y las especulaciones sobre lo hablado con los extranjeros correrían de boca en boca durante días en esta pequeña sociedad sin televisión. Exigen además anonimato.
Uno se llamará Omar, el mayor, de unos 50 años. Su sobrino, el mozo, que no llega a los 30, será Demba. Han accedido a hablar del tema tabú en Senegal, la organización del viaje en cayuco. Y lo saben todo, hasta el mínimo detalle, porque se dedican a ello.
Un negocio con riesgos
Demba mira al fondo de los ojos durante un rato para asegurarse de que no somos policías. Aun así la conversación arranca a traspiés porque no hay confianza. El dinero en juego es mucho en este país de desigualdades donde la mayor parte de la gente sobrevive con menos de un dólar al día y las fuerzas del orden (y el desorden) vigilan.
El negocio ya no es fácil como hace unos años porque hasta la Guardia Civil patrulla estas costas por mar y aire. Las preguntas intrascendentes se suceden y es evidente que el traductor de wolof (el 80% de los senegaleses hablan esta lengua) incomoda a los personajes. Hay que seguir a solas y en francés, lengua que ambos dominan.“Tú vienes, te propongo un precio y lo pagas. Si te conozco puedes pagar la mitad y el resto lo darás cuando estés trabajando en España. Pero si vienes de Malí o Conakry, tienes que pagarlo todo de una vez”. Omar no reconocerá abiertamente que organiza “travesías” en ningún momento, pero llama “clientes” a los infortunados que huyen de África en barquillas hacia Canarias. También negará que de su pueblo salgan los cayucos, pero a Demba se le escapa en algún momento que sí, que salen de las vastas playas que rodean el lugar. Omar viste un sabador dorado, la túnica larga sobre pantalón tradicional de estos pagos. Y Demba, camiseta del Arsenal y pantalón de chandal corto, a la moda de los jóvenes locales que sueñan con zidanes y raúles y cuya referencia más real de España resultan ser los goles del Barça.
Una dolorosa sospecha
El pueblo anda apesadumbrado en estos días porque, según asegura otro vecino que se acercó previamente, una barca con 150 almas a bordo partió hace un mes y nada se ha sabido de ellos. 70 eran de aquí, así que muchas de estas familias extensas de 20 y más miembros se temen lo peor. Pinta mal la cosa porque ni uno ha llamado para decir que está “en Tenerife”, como abrevian aquí para referirse a las Canarias.
"El 90% de los viajes está bien organizado”, afirma el mercader con más experiencia. Por eso se dice “sin pistas” de lo que pueda haber ocurrido en esta ocasión, porque “si hay mala mar lo que hacen los patrones es arrimarse hacia Mauritania o Marruecos y no cruzar; aquí todos somos pescadores y conocemos bien la mar”, afirma.Cuestión de metros
Y según parece, la intendencia de las arriesgadas navegaciones está bien preparada. Tal y como lo cuenta, el viaje en cayuco es un crucero en transatlántico: “En la piragua típica (así las llaman en francés; gal, en wolof), en la de 24 metros de eslora, caben 100 personas, 80 clientes y 20 de tripulación”, cuenta Demba. “Las que más pueden llevar son las de 22 metros pero con un puntal más alto y mayor manga, de hasta seis metros frente a las normales de tres o cuatro metros de ancho, que pueden alojar hasta 150”, precisa Omar. Las de 18 metros embarcan un máximo de 50 pasajeros (y 12 tripulantes), y las de 20 de eslora, “de 70 a 80”.
Las cuentas son flexibles porque se trata de ganar dinero y, a ser ciertos los cálculos que hace el joven, un par de metros sirven para acomodar a una decena más de personas si la demanda es alta. “Hay que ver cuántos puedes meter porque todo depende de lo que quieras ganar”, aclara sin rubor.
La tripulación, una novedad
Estas tripulaciones que, aseguran los mercaderes de vidas, equipan los cayucos, son una novedad en contraste con la información que publica la Guardia Civil. Cuando las pateras llegan a las islas se interroga a los pasajeros para determinar “quién es el patrón de la patera”, figura penada con, en ocasiones, ocho años de cárcel. Omar cuenta sin embargo que los cayucos salen con diez personas capaces de timonear la nave. “Cinco se turnan durante el día y cinco por la noche”.
Además, “cuatro o cinco cocinan para el resto”. Y no sólo eso, “ocho o diez” en las barcas más cargadas se dedican “a distribuir las cargas y a atender a los que no conocen la mar y tienen miedo o vomitan”. La ‘marinería’ paga menos que el resto, que desembolsa “1.000 o 700 euros, según la demanda”, apunta Omar.
El principio
La aventura, y el negocio, comienza así: “La gente viene del interior y pregunta por aquí si hay algún viaje previsto. Aunque no se es muy abierto sobre el asunto, siempre encuentras a uno que te informa. Se pacta un precio y ya”, explica Demba. Omar añade que existen casas donde se aloja a los valientes y se les mantiene durante el tiempo en que se reúne el número mínimo de candidatos a la inmigración irregular. “A veces hay pérdidas, ¿eh?”, puntualiza el hombre, “porque si pasa un mes y no hay suficientes pues sale la barca con los que haya porque estás perdiendo dinero”. Al final, explican, hay que pagar a los intermediarios (que se llevan un porcentaje de los ingresos en función de los incautos que consiguen captar).
La trama
Ni Omar ni su sobrino parecen estar en la cúspide de la cadena de personas que intervienen en este negocio. La casa de Demba, que no tuvo reparo en mostrar una vez ganada su confianza, es una pequeña planta baja donde, eso sí, se están construyendo dos anejos de bloques de cemento sin mayores pretensiones en apariencia.
El que dirige la trama, confiesan, es a menudo una persona distinta. Alguien que pueda aportar inicialmente los 24.000 euros que cuesta la expedición o tan sólo el que proporciona su cayuco o lo compra para un viaje de este tipo por “tres millones de francos CFA”, la moneda común de los países de la antigua África Occidental Francesa. La barca vale pues, aseguran, 4.700 euros, el gasto más elevado.
El coste total del flete del cayuco ronda los 23.000 euros, según estos hombres. Si en una barquilla viajan 100, con que 80 paguen 1.000 euros, el ingreso del negrero será de 80.000 euros. Su beneficio: 57.000 euros. El 67,8% de la población de Senegal (10,4 millones de habitantes) se las apaña con menos de 1,3 euros al día.
El trayecto
La noche de zarpar -“se comienza a embarcar a la 1.00 o las 2.00”-, el sitio elegido está lejos del control de la policía senegalesa.
¿Pero cómo lo consiguen? “¿La gente sabe por dónde se pasa la droga a un país? Normalmente no, porque sabes por dónde anda la Policía y haces porque no te vean. Pues igual”, responde Omar. ¿Pero pagan para que hagan la vista gorda? “Eso nunca lo he visto yo”, es el turno de Demba. Ambos juran que la Policía senegalesa se emplea a fondo en la lucha contra este tráfico y que por eso ha disminuido el flujo hacia Canarias.
“Eso ha hecho que ahora salgan más de Nuadibú (en Mauritania, a unos 70 kilómetros al norte de donde viven) y de Casamance (región al sur de Senegal, embuchada entre Gambia y Guinea Bissau, tradicionalmente ajena a la mirada de Dakar)”, asegura Omar sin mucha convicción, como si intentara de nuevo desvincularse del tráfico que practican.“La Gendarmería acosa mucho pero la gente está muy decidida a irse y siempre encuentran la manera y el lugar de salir”, concluye Demba con convicción.
¿Y qué hacen los clientes en el momento de partir? “Pues han hablado antes con algún morabito (santón musulmán), rezan, hacen lo que sea para pedir que el camino sea propicio”, añade Omar.
MUERTE A PRECIO DE OROCada expedición cuesta 20.000 euros e ingresa 80.000
9.500
> Dos motores y un cayuco
Es la partida más costosa. Una barca de las empleadas por las mafias cuesta no menos de 3.000.000 de francos CFA, la moneda local, que equivalen a 4.500 euros. Cada cayuco lleva dos motores de dos tiempos, de 40 caballos, que valen 1.600.000 francos CFA cada uno, y suman 5.000 euros.
3000
> Combustible
3.000 litros de gasolina con aceite cuestan 2.000.000 CFA, unos 3.000 euros.
100
> Navegación precaria
Los instrumentos de navegación son el elemento menos costoso. La inversión es mínima. Un cayuco lleva a bordo dos brújulas, cada una cuesta 60.000 francos CFA, es decir, poco más de 100 euros.
460
> Mínimas garantías
Las embarcaciones se hacen al mar con dos sistemas de orientación GPS, valorados en 150.000 francos, lo que supone un desembolso de 460 euros.
1.500
> Agua y comida a bordo
La comida consiste básicamente en arroz. También llevan galletas, leche, frutas y cacahuetes. Los cayucos portan 3.000 litros de agua repartidos en 150 bidones de 20 litros cada uno. El precio total del agua y la comida es de 1.000.000 de francos CFA, 1.500 euros.
80.000
> Una inversión que se triplica
El coste medio de cada expedición está entre 20.000 y 23.000 euros. Las mafias perciben 80.000 por cada viaje.
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