Este artículo se publicó hace 13 años.
"Mi pensamiento para 2011 era estar ya muerto"
Junior, de 43 años, forma parte del equipo español de fútbol de personas sin hogar. Las ONG utilizan el deporte como vía para que los jugadores abandonen el alcoholismo, la drogadicción o la vida a la intemperie
La vieja caja de cartón de un frigorífico, en la céntrica glorieta de Quevedo de Madrid, fue su hogar durante ocho años. Junior, que ahora tiene 43, había roto con su entorno familiar y laboral y se refugió en el frío pozo de las personas sin hogar. Quien aguantaba sus penas y miserias era su compañero de aceras, Mariano, de su misma edad. "Me llegaba a beber 25 copas en un solo día. Pasaba más tiempo tumbado en el suelo que de pie", recuerda con voz cazallera Mariano, que empezó a beber alcohol con 8 años y no lo dejó hasta los 39. Su dependencia en la última década fue severa. "Pero lo dejé y acabo de cumplir cuatro años de nueva vida", valora ahora, rehabilitado.
Su recuperación llegó de la mano del equipo de fútbol de personas sin hogar, que coordinan la Fundación Rais y la asociación Inspirasports desde 2003, y del que Mariano es el capitán: "Es una forma de escapar del alcohol, de la droga o de cualquier cosa. Llegas destrozado, pero siempre hay algún compañero que te apoya", asegura. Junior también entró en el equipo: "Si hace dos años, me dicen que iba a estar así, no me lo creo. Mi pensamiento para 2011 era estar muerto. No se trata sólo de jugar al fútbol, sino de pertenecer a algo, porque en la calle estás solo y nadie se te quiere acercar".
53 países participaron en la novena edición de la Homeless World Cup, celebrada en París
Cada año, una ciudad del mundo acoge la Homeless World Cup, el mundial de fútbol de personas sin hogar. En agosto de 2011, la sede de la novena edición fue París y participaron 53 equipos. El documental Mil historias en París, recién estrenado en Madrid, retrata el trabajo de las organizaciones con las personas sin hogar, a través de los testimonios de la selección española.
El objetivo de Rais no es ganar el mundial (España quedó penúltima en París) sino la reinserción social de los jugadores. Por ello, reniega de hacer fichajes y no permite que un buen delantero juegue el mundial si no ha participado en los entrenamientos del año previo. Esta es la condición que las organizaciones ponen a las personas sin hogar: que se impongan una disciplina y acudan a los entrenamientos. "El miércoles te lo pasas pensando en el entrenamiento, y no bebes porque, de lo contrario, no aguantarías ni dos carreras", explica Juan Carlos, de 45 años y que empezó a trabajar con 13 en la construcción. Rais tampoco permite que un jugador repita participación en otro mundial, para abrir la experiencia al mayor número de personas posible.
Después de pasar los 10 o 12 días de competición en un hotel con atenciones constantes y alejados de la rutina de mendicidad y los centros de caridad "el seguimiento posterior es fundamental", explica la directora de Movilización Ciudadana de Rais, Martina Charaf, que alerta del shock al que se enfrentan al volver a su día a día. Su advertencia la comparte el doctor en Sociología de la Universidad de París Fernando Segura, que incide en que el fútbol ayuda a reconstruir la identidad y la autoestima destruida.
Todos los miembros del equipo español han vivido en la calle y arrastran secuelas
En Madrid, la mayoría de los jugadores vive de forma temporal en pisos de acogida de ONG o fundaciones, pero todos han pasado por la experiencia de la calle y arrastran traumas derivados de una orfandad, la soledad tras un divorcio, una infancia rota, la cárcel, las drogas o el alcoholismo. La organización recalca que ser un sin hogar va más allá de no tener casa: los hay que no tienen recursos económicos, relaciones sociales, perspectivas vitales o trabajo.
Las equipaciones para jugar son una donación. En el vestuario de los campos de fútbol de Canal (Madrid), antes de comenzar el entrenamiento, hay cuatro balones, una bolsa de petos de color azul celeste, diez equipaciones rojas y 20 pares de botas (tallas de la 39 a la 46), anudadas de dos en dos.
La comida, aunque la reciben gratuitamente en comedores sociales de otras organizaciones, no siempre es de su agrado. "Hoy me han dado un revuelto de las sobras de los bares que hay alrededor del comedor: judías verdes, blancas, pintas, un trozo de carne y macarrones, todo junto. No me lo he podido acabar y me han negado el segundo plato", lamenta Juan Carlos, antes de empezar el entrenamiento.
El entrenador, Eduardo Gil, señala que, aunque la edad del núcleo del equipo está entre los 40 y los 50 años, cada vez hay más veinteañeros, como Oliver, senegalés de 26 años. La renovación del equipo es constante y, cada cinco o seis meses, la alineación cambia casi por completo.
Junior, que sigue recuperando identidad y autocontrol, se ha reencontrado con sus padres y sus hijos y ha vuelto a trabajar. Acude a los entrenamientos para hacer ejercicio y ayudar a personas que se encuentran en la situación por la que pasó él: "El fútbol no ha sido lo único que me ha ayudado a salir del pozo, pero sí lo más importante".
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