Este artículo se publicó hace 13 años.
Las otras madres de nuestros hijos
Erika, Celina y Sandra dejaron a sus niños en Latinoamérica para cuidar de los vástagos de otras mujeres en España
Si yo no estuviera aquí, mi hijo no podría ir a un colegio con buenos profesores", explica Celina, con el rabillo del ojo pendiente de las migas que cocina para la cena. Tiene 37 años y, desde que llegó a Madrid desde Bolivia, en 2002, su vida sólo tiene una meta: "Ahorrar para el futuro de mi hijo", insiste. Vive en la casa donde trabaja: cocina, limpia, plancha y vigila a los niños. En su día libre, trabaja en un supermercado hasta la medianoche.
Su caso no es aislado. La última encuesta sobre inmigrantes del Instituto Nacional de Estadística (INE) señala que la mayoría de mujeres que vive sin su familia es latinoamericana. Un 94% tiene algún tipo de formación. Sin embargo, un alto porcentaje trabaja en el hogar.
El 94% de las mujeres inmigrantes tiene algún tipo de formación
"Tenemos servicio porque lo necesitamos para poder trabajar fuera de casa", asegura Mar, la mujer que contrató a Celina. Es economista, madre de dos niños y pasa 12 horas al día fuera de casa. Mar reconoce que hacer compatibles la vida laboral y familiar sería imposible sin Celina: "Más que una empleada, es como la madre de la familia".
Para las inmigrantes, traer a sus hijos no es siempre una alternativa viable. Las dificultades económicas, sumadas a la indefinición legal y laboral que atraviesan son los principales escollos. Celina lo intentó, pero tuvo que mandar a su hijo de vuelta por el gasto extra y la falta de tiempo para atenderlo. No se rinde: con el dinero ahorrado abrirá un negocio de vidrieras cuando regrese a Bolivia en 2012.
El principal sustentoLa mayoría de estas mujeres son el sustento principal de sus familias en sus países de origen. En 2007, las remesas enviadas por latinoamericanas superaron los dos millones de euros. Erika, boliviana de 25 años, lleva cinco manteniendo a su hija a más de 9.000 kilómetros de distancia. La niña tenía cinco meses cuando ella emigró y sólo se conocen a través del teléfono y fotografías. "Cuando hablamos me dice hola, mamá', pero a mi hermana le dice también mamá", cuenta con resignación. Erika trabaja ocho horas diarias como empleada de hogar y vive en un piso de alquiler por el que paga 900 euros y que comparte con su segunda hija (fruto de una relación en España) y tres personas más.
Erika aprovechó su último fracaso sentimental para aprender a conducir y titularse como auxiliar de jardín de infancia. No quiere saber nada de novios: "Aquí yo trabajo, yo mando, tengo mi dinero, he estudiado y soy un ejemplo para muchas personas".
El tono reivindicativo de Erika no es casual. También las razones de género son un impulso para vivir en España. Sandra dejó Paraguay, un trabajo y tres hijos cuando rondaba los cuarenta porque su matrimonio se hizo insostenible. "Él me amenazaba y llegué con la autoestima por los suelos. No podía traerme a mis hijos porque necesitaba encontrarme a mí misma", repite una y otra vez. Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala que hasta un 40% de las mujeres es víctima de la violencia física en la región, un 60% en el caso de maltrato psicológico.
La otra cara de la historia se escribe en los hogares españoles que conviven con mujeres inmigrantes desde la década de 1990, con la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral. A fuerza de horas, la convivencia crea fuertes vínculos afectivos.
Susana es periodista y el pequeño de sus tres hijos convive con Sandra desde que era casi un recién nacido. "A mis hijos les marco mucho, les digo que ella no es de la familia y algún día se irá", explica. Pese al tiempo que sus hijos pasan con otras mujeres, Mar y Susana afirman que ellas llevan la batuta. "Con mis hijos he intentado que me sustituyan lo menos posible, pero ellas han sido sus ojeadoras y eso es una función importante", dice Mar, que deposita en Celina la confianza para evitar que sus hijos pasen el día frente a la consola o se llene la casa de amigos. Susana es contundente: "La madre soy yo. Necesito a alguien capaz de quedarse con mis hijos, pero no de educarles".
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